Los últimos once monjes de El Paular: «Pese a la precariedad vocacional, no hay queja»

A pocas jornadas del entierro del hermano más longevo, ABC indaga en el estado de nuevas incorporaciones en el monasterio de Rascafría y la forma de vida benedictina

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El subprior, Miguel Muñoz Vila, camina por el atrio entre pinturas de Carducho IGNACIO GIL

En el monasterio de El Paular, quien no se consuela en relación a la falta de vocaciones religiosas es porque no quiere. Cada joven que llama y se interesa, es un motivo de felicidad para la congregación, que ahora cuenta con once miembros, cuatro ... de ellos sacerdotes. Dicen que el hermano Eulogio, recientemente fallecido, dejó huella en el monasterio. Dicen, también, que quien se dedicó con entusiasmo juvenil a mostrar una joya que fue en inicios cartujana nunca se irá del todo.

En el Paular, la mañana de avanzado el otoño deja ver nieve en las cumbres de Guadarrama, donde Enrique Simonet, que anduvo por aquí, sacó sus matices. Aunque la belleza, el Guadarrama frío de Antonio Machado, tiene su lógica traslación en lo espiritual, y lo vieron los 'institucionistas', que tanto con el laicismo, al final buscaron la espiritualidad donde la misma espiritualidad ha sido protagonista. Claro que aquí entra en juego un punto de los informes varios de sociología presente: la falta de vocaciones religiosas.

Y el contexto de la fotografía de la sociedad española, aparte el dato, importa; hay nieve en Navacerrada, como en un mayo tiritón bajo los pinos. Se aparca el coche y se penetra en el monasterio, todo luz, en un sueño empedrado en el que hay tabas, trozos de hueso. Alguien señala, mitad en broma, mitad en serio, que son calcio inmortal de los benedictinos. Eso, quitando una Piedad del siglo XV en el dintel de entrada que congrega las admiraciones.

Es el Paular, entre otras cosas, un «centro de espiritualidad», y así lo cuenta el subprior, el padre Miguel Muñoz Vila, natural de Enguera, partido judicial de Játiva, Valencia, donde el Levante toca a Albacete. El religioso, tierno y didáctico, camina con brío entre pinturas de Vicente Carducho, en una suerte de «Prado extendido» que así se llama a esta subsede de la pinacoteca donde hasta las luces crudas de Castilla han de estar matizadas en los 52 lienzos.

DETALLES DEL MONASTERIO Arriba, refectorio. Abajo e izquierda, tumba de James T. Conell. A la derecha, capilla del Sagrario o Transparente IGNACIO GIL

Incluso uno de ellos, refleja a Lope de Vega en actitud de contrición y la enmienda, lo cual da ya la importancia del lugar. Amable el religioso, que fue prior del 2003 al 2021, muestra las huellas de los antiguos cartujos que fundaron el lugar y la historia, hasta que Mendizábal hizo lo que hizo, desamortizado de sí mismo, y con el tiempo en el 1954 el recinto volvió a la fe. A los benedictinos.

Ésa es la historia resumida de un templo que enseñaba en policromía vital el hermano Eulogio, pero donde las vocaciones, seguir la Regla de San Benito de Nursia, son las que son. Al viajero le sorprende el concepto «centro de espiritualidad», y el padre Muñoz Vila lo corrobora: «Aquí vienen los maestros de yoga, y son los más respetuosos con todo». La mencionada espiritualidad que dialoga y se extiende más allá de las confesiones y las creencias.

Aunque la parla con el padre Muñoz Vila va más allá, mucho más allá. Antes de atendernos en sillas mullidas en el área de recreo, donde están ABC y otros medios, enseña cómo por casualidad las joyas monásticas entre que se abren las nubes y sale el sol de noviembre entre símbolos de los Trastámara. Mira al patio, donde la semana pasada, como quien dice, dieron sepultura al Hermano Eulogio, natural de Posadas, Córdoba, militar en Melilla y que vio el camino de la fe sin necesidad de ser sacerdote. Cierto que para eso hubo, derecho canónico mediante y en otros tiempos, que solicitar una exención. Algo que el sacerdote rememora con nostalgia. Como el papel siempre proactivo del hermano Eulogio; con las visitas al monasterio y con la propia comunidad.

Y hay que entrar, ya, sin demora, en el estado de las vocaciones en época de 'TikTok'., motivo de este reportaje. «Pese a la precariedad vocacional, nosotros no tenemos queja, tenemos dos novicios y un postulante». Y anótese aquí que muchas empresas del alma y de otros gremios, germinaron en la espiritualidad edénica del Paular. Asevera el padre que los que desean entrar en el monasterio se ponen, primeramente en contacto telefónico; y la relación la tiene con el padre prior, que es «maestro de novicios». Se les «invita a pasar en el monasterio un mes». Y si todo va bien, se convierten en postulantes. Él garantiza la felicidad del postulante cuando «duerme y come bien». En esos momentos de su camino de perfección debe vestir una «especie de blusón con capucha negro». Un «postulantado que dura medio año, dependiendo siempre de la persona».

Tratar al huésped como a Cristo

Si el postulante cumple los preceptos, y «es feliz», principia ya la fase de «noviciado», que comienza con un rito «muy entrañable», conocido como la «vestición del hábito». Una vez termina el noviciado se firma una cédula de compromiso donde se fija la promesa de «vivir en pobreza, obediencia y castidad durante tres años», la profesión temporal. Y de ahí a entrar en la comunidad con todo derecho, la ansiada «profesión solemne». Estudian la Regla de la orden «conectados por Internet a la Universidad de San Anselmo, que está en Roma». Son «trabajos para aprender «las Reglas de San Benito».

Internet deja tiempo para ver los titulares de Cataluña y un murmullo sobre Puigdemont que traspasa ecos, paredes y arquivoltas. Y es que, en el monasterio hay una réplica de la Virgen de Montserrat, que la 'Moreneta' es benedictina como la del Pilar no quiere ser francesa.

El padre, además, explica los filtros del claustro, para que la agresiva luz del centro de España, hay que insistir, no dañe la obra de Carducho. Ve un cable suelto y lo ata, una puerta mal cerrada y la cierra. El hospedaje, que es norma, también, de los benedictinos; aquello de recibir al huésped como a Cristo mismo que acuñó el de Nursia.

Muñoz Vila, con orgullo, cuenta el caso reciente de un profesor de filología que ha dejado todo por ingresar en el edén teológico y botánico del Paular, donde los hermanos abonan el huerto, en esta vida y la otra, y cuyos espíritus jamás dejan este rincón bello de la sierra de Guadarrama. Más allá de no tener más remedio que conformarse con la escasez de vocaciones, como buen benedictino, el subprior lleva las manos a la espalda, frente a los jesuitas, un poner, que la llevan por delante. Un protocolo de siglos que no está escrito.

El subprior rescata la historia de un americano, James T. Conell, canciller del presidente Truman, que dio el visto bueno a la bomba en Hiroshima, y que en el Paular descansa su eternidad esperando el perdón divino.

Sale el sol, no hay cuervos en el jardín, que, como símbolo de la Orden, hubieran niquelado la postal. El padre Muñoz Vila se despide entre las soledades serranas compartidas con diez hermanos más, que mantienen un legado monástico frente a la futilidades de los nuevos tiempos. El subprior le pide al redactor que rece por el tío abuelo José Aparicio, mártir y beatificado. Paisano suyo.

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