La ruta de los cardenales: tres 'bares de viejo'
BAJO CIELO
El Richelieu es un vestigio de un Madrid que ya no es. Nos devuelve a un tiempo que aún persiste en su 'catorce' la consumición. Bares como él se resisten a que la ciudad se los coma
El Retiro, un gran parque que se le ha quedado pequeño a Madrid
Desde Eduardo Dato hasta Juan Bravo hay un puente que cruza el río seco de Madrid. Hubo un tiempo en que a esa recta, a ese paseo, se llamó la 'Ruta de los Cardenales', pues, entre las calles de Fernández de la Hoz ... y de Velázquez, se encontraban los tres 'bares de viejo': Richelieu, Mazarino y Fleury, que albergaban la guardia del loden y las buenas formas.
El paso del tiempo ha ido minando la existencia de, por ejemplo, Mazarino, que hoy resulta una franquicia de salsa Café de París y patatas fritas a demanda, mientras que Fleury se hizo ateo para llamarse Milford.
En esencia sigue en lo mismo de antaño: los camareros atentos, las bebidas bien servidas y todo un elenco de parroquianos que celebra la compraventa de escrituras, reuniones de invierte aquí, o personas que detienen el tiempo para volver a ser lo que fueron sus padres o abuelos.
También a mucho 'gato pardo' que levanta el meñique en cada sorbo y que choca las copas para brindar, pero ya se sabe que el dinero puede con casi todo. Por eso siempre me quedo con Richelieu, donde hay menos infiltrados que en el Milford y porque Juanjo Cuenca es el mejor jefe de camareros de la vieja Europa.
La genial María Luisa Maldonado lo llamaba «el bar de los perros sin amo», pues los que habitaban en el tiempo de descuento acudían cada tarde a tomarse la copa, aunque ninguno podía beber alcohol por mandato médico, por lo que se pasaban las horas tomando Bitter Kas o soda a secas, mientras recordaban ojeos de perdices de cuando no se cazaba en fin de semana.
Felipe sí es hijo de la movida madrileña. No le tienes ni que mirar para que sepa que necesitas un empujoncito para seguir sintiéndote vivo. Entre sorbo y sorbo un mixto (allí desprecian el bikini), queso, lomo, aceitunas…; si con dos cervezas te vas cenado. En Navidad ves cómo van saliendo todos los camareros con un jamón de 'cinco jotas' de regalo del jefe.
Allí se trabaja, de bien, de lo que ya no se ve en ninguna barra de rotación sin horas extra. Luego está la que se queja de que la consumición ha sido de catorce 'lereles', ella bien cenada, que pagaría al empleado lo justo para que le duela, pero que se indigna cuando abre la cartera de Prada.
También están los de siempre, más canas, más delgados, pero con la gorra de campo de cuadros y los dos whiskys con agua en la terraza a pleno invierno. Se come y bien, entre semana un menú y de todo en la carta, pero, últimamente, se está poniendo como de moda, así a traición, y es mejor llamar para reservar una mesa que están muy caras y cotizadas.
El Richelieu, por su parte, es como un vestigio de un Madrid que ya no es. Los bares de esa estela, de cuando la ciudad fue Balmoral, Chicote o Fleury, de Victory´s o Tartuffo, de eso que ya sólo queda éste. Y ese un poco también. Nos devuelven a un tiempo que aún persiste en su 'catorce' la consumición.
Y cómo no...
Ahora que todo suena fuera con nombre de pícara, de maldita, de esa cosa rara que te dan de cenar con la música a tope y que te sabe todo igual, que no se oye nada y donde tampoco se cena tanto porque es quinta o sexta o séptima gama; que uno ya no sabe lo que se toma por ahí mientras no oye nada.
MÁS INFORMACIÓN
Por eso el Richelieu o el Milford resisten, se van resistiendo, a que la ciudad se los coma mientras sigue su ritmo imparable de bebérsela toda.
Los dos sabemos que, pese a todo, tienen la supervivencia asegurada por 'los hijos de los hijos'; los que también vuelven cada semana por una razón. Porque vivir en Madrid es, también, beberse Madrid; y en Richelieu y compañía se sigue bebiendo así de bien.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete