LAPISABIEN
Raphael, tu casa
Se sacó las túrdigas en el escenario cuando aquí, lo que se llevaba, era la ópera flamenca
Sabina y el milagro de estar vivo y resucitar para cantarlo
![El artista, en una imagen de 1967](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/10/26/raphael-R8zbV6AQNRCHKOlU3ZazLzL-1200x840@abc.jpg)
Mi infancia son recuerdos de Raphael. Mi adolescencia, también. Y también este entretiempo que habito entre hojas de otoño y fríos anticipados; siempre Raphael Martos. Siempre el niño de Linares, que en la memoria sentimental desde el minuto uno estuvo en los compartimentos más ... gloriosos, junto con 'la Carrá' y/o Torrebruno o 'El Pastor de Andorra'. La cuestión es que en los mil conciertos del Palacio de los Deportes/WiZink Center, el 'jienero' vuelve a su público más público a redondear la cifra; por extensión el más madrileño y el más de todos.
Raphael tenía necesariamente que haber nacido en Jaén, bello y Santo Reino, entrecruce de cantos y de cantos, de aceituneros altivos y donde el Renacimiento al sur se hizo carne con Andrés de Vandelvira. Donde a cada olivo hay un Juanito Valderrama o un Joaquín Sabina cantando por lo profundo lo de los olivares altivos, las peñas del destierro, o ese frío que da el escenario cuando se calienta el vozarrón.
También me perderé el 16 de diciembre a Raphael, como me perdí a Morante de la Puebla en Sevilla, o a mi padre, un 18 de diciembre de 2004. Quizá Raphael sea el artista más artista de todos. Lo menos, es qu Raphael es quien inventó el musical patrio; quien se sacó de las túrdigas más profundas del Arte eso de romper un espejo en el escenario. Más cuando en el país lo que se llevaba era la ópera flamenca, de la que también se hablará como elemento aglutinador de esta nación que 'fue, fuese y no hubo nada'. Básicamente, la ópera flamenca fue un invento de Pepe Marchena, que le dio a sus cantes, a su flamenco por lo fino, categoría de espectáculo 'caviar'. Y no erró el tiro. Y se ahorró lo inimaginable.
Raphael es innovación. Y lo saben Enrique Bunbury y el último acomodador en Broadway; lo saben en Tomelloso y por esos teatros donde Raphael muere y nace, sin distingos geográficos.
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A Raphael me lo pusieron una vez en el aeropuerto de Cancún, en el bar más oscuro de Bruselas (ya más oscuro no se puede ser), y en el Pimpi Florida de Málaga, donde me curaba, antes, las heridas de Madrid. Y Raphael es, está, vive y cuenta.
A Raphael, insisto, hay que desearle mucha mierda, mucha vida. La energía que soltará y recibirá aquí en Madrid, que es el cielo. El Parnaso para un niño del coro. De los pocos que no fue un juguete roto. Le honra. Lo honro. Ya Muñoz Molina le puso 'Bar Martos' a la tasca de Mágina donde quiso huir su 'jinete polaco'. Nada por ahí abajo es casual.
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