CARTAS AL ALCALDE

Chabolas en la plaza de Oriente

Quedaría muy galdosiano escribir que no hay urbe sin mendigo, pero sólo eso

Ligones, machos y casanovas

Indigentes en la plaza de Isabel II ISABEL PERMUY

El Madrid de deshoras tiene un mendigo que hace cama de la propia acera, mirando el móvil, que no es sólo ajuar de ejecutivos. El mendigo es un ejecutivo de su propia desdicha, alcalde, pero ahí tiene su móvil de tecleo, y ... un cartón de vino agrio, por ir tirando. En plena plaza de Ópera, como atrio de la contigua plaza de Oriente, unos cuantos vagamundos sostienen su picnic de cartonaje. De noche. Y a menudo de día.

De entrada, le da a uno cierta amargura, y también cierta responsabilidad, que un ramo de gentes de biografía torcida improvisen su chabolismo inevitable en el corazón monumental de Madrid, pero ahí está ese chabolismo de media manta y latón muerto, donde los desdichados desayunan alcohol de caja y pan de anteayer. Más un vistazo al móvil. Y a seguir durmiendo la desdicha.

Los mendigos de la plaza de Ópera han logrado una choza de improvisación, y me temo que nadie hace nada por esta gente, porque la choza lleva ahí tiempo, y no sé si es la misma de hace meses, o bien otra, pero ahí sigue, como una guarida de retales, como un cadáver de trapos, entre asadores de oro, cafés de espejo y el programa de ópera que se sigue o no se sigue en el Teatro Real.

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Porque este picnic tiene vistas al palacio Real, y en la noche, a veces, la tribu no sólo acampa ahí, sino que se dispersa bajo las cornisas del Real Cinema, echando al suelo algún colchón de naufragio.

Los colchones, a menudo, se reúnen en algún costado de la plaza, o junto a la choza principal y única, en el centro de la plaza ilustre y populosa, que incluye así un monumento a la penuria, más allá de lo monumental de los bajos del sitio, donde están los restos de piedra de museo de los Caños del Peral.

Quedaría muy galdosiano escribir aquí que no hay urbe sin mendigo, alcalde, pero sólo eso. Conviene que el mendigo sea una reliquia prehistórica, y no un señor de barba bárbara que va y monta su chiringuito de sobras a los pies de la estatua de Isabel II, cubriéndose del relente duro con el 'deneí' que quizá ni tiene. Prehistórica, y olvidada. A todos nos concierne.

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