LAPISABIEN
La Alberti, faro de costa
La librería le da claridad al antiguo Argüelles que se va oscureciendo en dirección a Ferraz
Revivir el antaño

La Alberti, la librería Alberti, refulge con sus azulejos en las mañanas de los sábados de sol. Es, en una de esas calles donde muere Madrid, donde el comercio de las musas y sus receptores se 'arrejunta', y es entonces cuando la librería ... es como un faro de costa, como esas lucecitas que alumbran la literatura y al paisaje y al paisanaje urbano.
Su dueña, Lola Larumbe, receta libros, asesora, también sus empleados, cuando se entra en una auténtica catedral de palabras y hay una pulsión de gastarse el jornal en libros: un vicio como cualquier otro.
Las novedades, los clásicos, todos los volúmenes están milimétricamente colocados en los estantes; hay de todo y hay para todos. Así la librería le da claridad al antiguo Argüelles que se va oscureciendo en dirección a Ferraz. Y no hablo de política.
Uno recuerda una de esas tertulias literarias, en la que participaba, creo recordar, Armando López Salinas. Maestros como Antonio Soler suelen pasar por allí, a presentar su última obra o sólo ver y contemplar.
Desde el ventanuco de mi casa, abierto en verano, se ha visto, en una tarde de cálida primavera, a Vargas Llosa y a la Preysler, miren ustedes qué antigüedad. O incluso a Zapatero, el sábado pasado, de chaqueta de badana y con escolta, y uno que lo hacía -a ZP- en Venezuela, a orillas del Orinoco.
Está la librería frente a mi humilde morada, y a veces, con una yonquilata, me paro de noche frente al escaparate como Ottis Reding se sentaba en el muelle de la bahía. Imagino entonces que qué sería si me pusiera a escribir la gran novela madrileña.
Es una librería donde lo impersonal no procede, quizá fuera necesario que la ciudad, que sus fuerzas vivas, la galardonaran. Es el nuevo Café Gijón. Pasa un hombre que se parece a Balzac y un ensayo me habla de Madrid como ciudad global. He leído todo, pero mi carne aún no está triste.
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Es la librería que mueve todo un barrio, el Argüelles que se muere. Y la librería como un polo de atracción, aún con balas en los cristales de quienes querían ensangrentar la Transición con una 'beretta' o a cadenazos.
No se ven en la Alberti libros electrónicos: que quede el sabor de una página, el rugir de una bolsa con la paloma que pintó el poeta de El Puerto de Santa María. El trato con vecinos que leen. Y Zapatero con sus cejas buscando qué llevarse para dormir bien con su conciencia de Bambi maduro: un 'Benedetti' o así.
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