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Día de Difuntos: hacer el agosto en otoño vendiendo flores

Algunos negocios facturan entre el 40% y el 70% de todo el año en estas fechas, junto con San Valentín y el Día de la Madre, uno de los momentos álgidos para los floristas

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Vecinos de Carnota dejan flores para sus seres queridos un 1 de noviembre, en imagen de archivo MIGUEL MUÑIZ
Pablo Pazos

Pablo Pazos

SANTIAGO

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Son sólo las 12 del mediodía y ya es la cuarta vez que una furgoneta de Rosi Redondo descarga flor en un centro comercial compostelano. De ahí, de vuelta a recoger más producto para repartirlo por la comarca de Santiago. Es 31 de octubre, uno de los días marcados en rojo en el calendario de quienes hacen su agosto en pleno otoño. Junto con San Valentín y el Día de la Madre, el de Difuntos es uno de los momentos álgidos para el gremio de los floristas. Galicia no es el sur de España, donde hay empresas que viven todo el año de lo que generan en estas fechas. Pero Para Rosi Redondo puede suponer cubrir dos o tres meses de toda la facturación del año.

Más incluso en Floristas Carmiña, desde 1984 en Bertamiráns, municipio en la órbita de la capital gallega —con puesto también en la Plaza de Abastos—. «Es la campaña más grande», tanto que supone un 70% de la caja total, explica Carina Rarís, copropietaria, «muy a tope» desde que arrancaron el pasado viernes. Son días en los que pasan por el negocio «miles de personas», hay «cola todo el día, desde las 9 a las 9, cola seguido», enfatiza. «Incluso tenemos más encargos que el año pasado», celebra. Surten también a clientes de Brión, Negreira, hasta Padrón.

Jesús de Dios (Suso), dueño de la floristería orensana El Jardín de Juan XXIII, abrió su primera tienda en 1977. Ahora en prejubilación activa, con su hija Belén llevando las riendas, explica que el Día de Difuntos, con mucho arraigo en la provincia, puede reportar hasta el 40% de la caja anual. Más que por las ventas en la ciudad de As Burgas, por los «pueblos de alrededor», donde hay «más tradición» de honrar a los muertos el primero de noviembre. Lo «bonito», relata, es que «generaciones» enteras se han puesto en sus manos: abuelos, hijos, nietos y ahora ya bisnietos. Cientos de personas solicitan sus servicios por estas fechas, en las que se trabaja a destajo justo cuando se baja la persiana.

Desde la ferrolana Floristería Alba, donde han venido trabajando «de día y de noche», atemperan: «No son fechas tan fuertes como eran antes». Ahora da para cubrir el mes. Puede que la facturación se dispare, pero «no quiere decir que las ganancias sean superiores», advierte la dueña, Conchi Becerra, en el negocio desde hace 30 años, porque «los gastos también son elevados»: mano de obra, materia prima —que llega de Holanda, Ecuador, Colombia, Chipiona—, aduanas, containers, luz, etc.

«Los alquileres también subieron», suma desde Santiago María del Carmen Asúa, gerente de Lilas Floristas. Cuenta que tienen «muchísimo encargo», a pesar de que la previsión meteorológica no ayuda, pero matiza que la de Difuntos «es una fecha un poquito delicadita». Si los clientes encargaran con más antelación, aclara, les resultaría más sencillo hacer una previsión ajustada de la flor que deben adquirir. Al no ser así, han de ir con ojo clínico, porque el precio de la flor que no se vende, al día siguiente cae en picado, y esa flor acaba en la basura.

La ubicación geográfica influye mucho. Ya no sólo a nivel autonómico, sino incluso local. Merchy González, que empezó, como explica en su web, «a las puertas de un cementerio», y lleva más de 25 años en el sector, lamenta que en su comercio del centro de Vigo, en plena avenida García Barbón, la campaña de este 2023 está siendo «rara». El martes pasó por Teis y vio el cementerio «normalito arreglado», sin la «sensación de Difuntos de otros años, lo que mamábamos cuando éramos pequeños». En cambio, tercia, en Chapela es «una pasada» el tirón que mantiene, en Puxeiros, en Redondela. «Va por zonas», resume quien fue presidenta de Asfloga, la extinta Asociación de Floristas de Galicia. Merchy echa en falta unos diez encargos de clientes «de toda la vida», y descarta llegar a los 12.000 euros brutos que llegaba a embolsarse. Cuando le preguntan qué tal va, responde con un «cuando haga cuentas, ya te diré».

Dilema con los precios

Si, como subraya Suso de Dios, el de las flores es un arte «efímero», que obliga a trabajar con delicadeza, lo mismo puede aplicarse a cómo repercuten en su clientela unos gastos en constante ascenso. En Carmiña decidieron mantener los precios del año pasado. «Preferimos asumir nosotros costes», expone Carmina Rarís. Desde Lilas reconocen que, por la naturaleza del día que hoy se conmemora, son reticentes a subir los precios: «Hay gente que quiere ir a los cementerios y no puede». En general, el cliente fiel no mira el céntimo. En El Jardín de Juan XXIII tienen ficha abierta y quieren lo mismo todos los años.

Con más arraigo en el rural y entre los mayores —aunque «cada vez más gente joven» se suma, se sorprenden desde la ferrolana Alba—, la tradición de llevar flores a los cementerios no se marchita en Galicia. Y, aunque suponga trabajar a destajo y contrarreloj, para muchos negocios condiciona la caja de todo el año.

 

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