Viaje al centro de la 'terra': el pueblo más independentista de Cataluña
En Sant Martí d'Albars el 98 por ciento de sus vecinos votó al independentismo en las últimas elecciones autonómicas; en las municipales, Junts se hizo con sus cinco concejales
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![Fotografía de Sant Martí d'Albars, con carteles electorales de partidos independentistas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/05/03/sant-marti-albars-RIU8Iq8T9vgarQtgwsHliiL-1200x840@diario_abc.jpg)
El Lluçanès es una comarca a medio camino entre la Plana de Vic y el Bergadá, es decir, la frontera entre las provincias de Barcelona, Lérida y Gerona, el corazón mismo de Cataluña, su entraña, el interior más absoluto y un lugar remoto al ... que es imposible llegar por casualidad porque el camino viene desde ninguna parte y va a morir, un poco más tarde, a los Pirineos.
Es decir, a ningún lugar. Precisamente hasta aquí he tenido que venir para intentar encontrar el pueblo más independentista de Cataluña, que se llama Sant Martí d'Albars y que tiene 119 habitantes. En las autonómicas de 2021, el 98,55 por ciento de sus vecinos votaron a partidos independentistas. Es el récord absoluto.
En las municipales el resultado no fue menos concluyente: sus cinco concejales fueron a parar a Junts. Y aunque en las generales se escaparon votos a partidos no nacionalistas, por aquí parecen tenerlo claro. Tanto que me genera curiosidad. ¿Qué sucede en un lugar para que sea tan nacionalista? ¿Tiene algo de especial?
Les adelanto la respuesta: no. Sant Martí d'Albars es una aldea minúscula, un grupo diseminado de viviendas que forman una especie de postal suiza en la que se recogen todos los verdes posibles, un paisaje prepirenaico con pájaros que trinan en catalán, cervatillos que saludan y caballos que pacen ajenos a sus hechos diferenciales junto a la riera Gavarresa.
Hay un silencio especial, un silencio diferente al de mi tierra. Porque este no es un silencio defensivo y endémico sino algo puntual y puramente físico. No nace de la ausencia de palabras, sino de ruidos. En ese entorno bucólico, una iglesia románica de principios del siglo X.
Es decir, pura Marca Hispánica post-Wilfredo 'el Velloso'. Y alrededor, otros dos núcleos surgidos en el XVIII a raíz la trashumancia y que ahora viven de la fabricación de pélets, de la gestión de cereales –me pareció ver colza–, de una estación de servicio y de un restaurante que se llama La Mola, en el que se come sorprendentemente bien y que, para mi sorpresa, estaba lleno.
Y digo que me sorprende porque este pueblo es realmente pequeño y está realmente lejos. Pienso que es posible que sea el primer castellano que lo pisa desde los Trastámara, quizá desde el mismo Juan II de Aragón, que 'de Aragón', por cierto, tenía solo el apellido y que era tan de Valladolid como yo.
Junts y Esquerra han colocado varios carteles en el pueblo, en la carretera y una lona junto a la cancha de baloncesto
Permítanme que incida en la belleza del entorno. El pueblo – cuidado con más gusto que pretensiones– es una especie de Shambhala 'indepe', pero los habitantes no son conscientes y se sorprenden cuando les digo que son los campeones del independentismo.
En cambio, algo me dice que ese dato no pasa desapercibido para Junts y Esquerra, que han colocado varios carteles en las calles, en la carretera y una lona junto a la cancha de baloncesto. Desde luego demasiado esfuerzo para tan poco voto. Quizá haya algo de simbolismo en ello, pienso. Y lo confirmo cuando me encuentro más adelante con dos pancartas unidas entre sí y conviviendo en perfecta sintonía.
Una de amarillo-Esquerra: 'Al lado de la gente. Al lado de Cataluña'; y otra azul-Junts: 'Puigdemont presidente'. Parece uno de esos libros de 'Elige tu propia aventura' que te llevan al mismo final por dos vías alternativas. Como pueden suponer, les estoy traduciendo, aquí no se ve ni se escucha una sola palabra en castellano.
Aunque eso tampoco es del todo cierto: junto al Club Social, frente a la 'Fuente del 1 de Octubre' y sobre una 'senyera' –empacho identitario–, hay un pequeño armario de préstamo de libros. Y varios de ellos están escritos en castellano. Si lo llego a saber, dejo uno mío y me llevo el de Porta Perales, como un intercambio de banderines.
Bailar con su recuerdo
Aunque va a ser difícil hacerlo: en las calles no hay nadie. Pienso en irme, pero antes me pongo a buscar casas en Idealista para empadronarme en este pueblo. Y cuando estoy a punto de perder cualquier esperanza de entablar conversación para poner a prueba mi catalán rudimentario, me cruzo con un anciano, al que llamaré Artur. Porque tiene toda la cara de llamarse Artur.
Me cuenta que lleva dos días sin salir de casa debido a las lluvias torrenciales. Y que siempre que eso sucede, se pone a bailar en el salón. Antes lo hacía con su mujer, pero falleció hace un año, así que ahora baila con su recuerdo. Vinieron hace unos años desde Sabadell para jubilarse aquí y fueron felices un tiempo. Me cuenta más cosas, pero no las comprendo, aunque asiento. Y cuando le voy a preguntar por el rollo 'indepe', se me quitan las ganas de golpe. Y pienso que es una grosería preguntar a la gente por qué vota lo que vota cuando esa gente solo quiere hablarte de la belleza de su pueblo y de su esposa. Y me entran unas ganas terribles de ponerme a hacer senderismo junto al Ter.
Pero no lo hago y voy de Sant Martí d'Albars pensando en lo complicado que me resultaría a mí ser nacionalista y sentirme parte de algo desde un aislamiento tan enorme. Pero todos los aislamientos son el mismo y entiendo, de repente, que el camino de vuelta es el mismo que el de ida, pero al revés. Y que todos los trayectos del mundo vienen de ninguna parte para morir, un poco más tarde, en el interior de otro lugar. Al cual solemos llamar hogar. Eso es todo.
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