por mi vereda

Hay que ser canalla

«Qué hacer con los bellacos que sustraen bienes productos destinados a ser repartidos entre los más necesitados, circunstancia agravante desde el plano ético»

Atracan el Banco de Alimentos de Segovia y se llevan una furgoneta y 15.000 euros en productos

Reparto del Banco de Alimentos de Segovia en una imagen de archivo ICAL

Según el sabio refranero popular, quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Por aquello de aplicarle a cada uno su propia medicina, otra expresión de arraigada tradición en nuestro acervo. Algo similar deja caer Tristán, mozo de cuadra de Calixto en 'La ... Celestina', al asegurar que se debe ser comprensivo con quien engañe a un engañado. Lo que ya no encontramos con facilidad es una referencia a qué hacer con los bellacos que sustraen bienes productos destinados a ser repartidos entre los más necesitados, circunstancia agravante desde el plano ético. Es lo que ha ocurrido en el Banco de Alimentos de Segovia, cuya sede en el polígono de Hontoria fue asaltada de madrugada el pasado martes por desconocidos, que se llevaron un botín variado de cinco toneladas de aceites, conservas y artículos de higiene, entre otros, valorados en unos 15.000 euros.

Los asaltantes también se llevaron una furgoneta utilizada para la distribución y el ordenador de trabajo, con todas las operaciones logísticas de la organización. La noticia ha generado el lógico estupor. Según ha señalado el presidente del Banco, Rufo Sanz, visiblemente indignado, mientras prosigue la investigación policial, la nave donde se hace acopio de los alimentos carece de identificación exterior mediante rótulos o carteles, lo que permite pensar que el robo se ha planificado después de efectuar un seguimiento a los voluntarios para conocer sus hábitos y horarios. Por fortuna, la reacción de las administraciones, empresas y ciudadanos de Segovia no se ha hecho esperar, de manera que ya han recibido el apoyo para reponer productos básicos y que ninguna de las 2.000 familias que atienden queden desasistidas, «porque lo mínimo es que una familia tenga alimentos para sus hijos».

La encomiable labor del Banco de Alimentos volvió a primera plana con la pandemia, cuando las restricciones de la actividad económica supusieron un incremento de peticiones de ayuda del 50 por ciento, hasta llegar al millón y medio de personas atendidas. Después, la guerra de Ucrania y los estragos de la inflación han mantenido esas cifras en niveles similares, con el problema de que ha descendido alrededor del 10 por ciento el volumen de donaciones. Ya ven que de la Covid no salimos más fuertes: cientos de miles de compatriotas las pasarían rameras para desayunar, comer y cenar dignamente cada jornada sin este apoyo. También aumenta el número de personas en situación de vulnerabilidad por la brutal subida de la cesta de la compra, y las complicaciones para afrontar sus gastos mensuales a pesar de tener trabajo. Una realidad dramática de pobreza que a menudo nos negamos a ver. Este tipo de redes de ayuda son un ejemplo claro de sociedad civil fuerte y articulada que tanto escasea en España. Por eso, hay que ser muy canalla para robar allí, un caso en el que cobra sentido pleno la cita de Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al delincuente».

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