buenos días, vietnam
Nieve en el tejado
Hacerse mayor consiste en mirar el parte meteorológico en la pantalla del móvil cada mañana como si una expedición entera dependiese de tu previsión
Wild Wild West
La corte de los milagros
Carga todavía Valladolid con esa leyenda antigua del frío, como si esto fueran aún los años cuarenta o siquiera Burgos o Finlandia. Dices Valladolid en cualquier otra parte y dudan, con cara triste de no poder adoptarte, entre ofrecerte un abrazo o un abrigo. En ... Valladolid persiste la niebla, ese patrimonio inmaterial, casi marmóreo, que lo envuelve todo de diciembre a febrero; terciopelo blanco de los días de invierno. Amaneces y hace frío y mañana hará frío también. Es un frío sin adornos, un frío directo e insobornable. Un frío que no se puede idealizar, ni siquiera decir que es Barroco, porque en Valladolid quisiéramos nieve, unos copos gordos que nadie pase por alto. Puestos a soportar el frío, a llevar los pies destemplados casi la mitad del año, al menos que fuese con nieve en el tejado. Pero desde Filomena no hemos visto nevar.
Hacerse mayor consiste en mirar el parte meteorológico en la pantalla del móvil cada mañana como si una expedición entera dependiese de tu previsión. Lo miras desde la cama, para confirmar lo que ya sabes, que hoy que es marzo hará frío en Valladolid. Nada nuevo en realidad. Lo miro antes de abrir los periódicos como para cerciorarme de que, entre las mínimas, las máximas, las precipitaciones y las isobaras, el mundo no se ha ido a la mierda, que aguanta todo en su sitio un día más. Lo miro a diario desde hace tiempo, como para saber con qué pie debo de levantarme. Si llueve empleo el izquierdo y de abril a noviembre uso el derecho por instinto.
Pero el viernes se me olvidó, lo pasé por alto como si todavía no me hubiese hecho del todo mayor. Salí de la cama sin más, sin parte meteorológico y sin titulares. Bajé, hice el desayuno, la casa y la vida, hasta que en la cocina, a través de la ventana, me encontré la nieve por sorpresa. Como si hubiese nevado en silencio sólo para mí. Todo el jardín blanco. No había caído mucho, lo justo para que los árboles se hubiesen desmelenado por el peso de los copos, para que los pájaros dejasen sus huellas sobre el nevazo, lo exacto para acordarse de lo que es la infancia otra vez: Aquella ilusión porque cayese más y no ir al colegio y por algo mucho menos prosaico que incluso veinte años después sigue siendo un misterio imposible de explicar.
El viernes nevó de madrugada, pero aquí no nieva… A media mañana ya sólo era un recuerdo, como si Valladolid no quisiera quitarse esa imagen de frío austero, sin nieve ni tregua. En Valladolid no nieva, pero el viernes por la mañana nevó, se lo puedo asegurar.