buenos días, vietnam
La corte de los milagros
Pienso en los pobres porque la pobreza me violenta de una forma que no consigo explicar
Líderes en peligro de extinción
Zorras de ayer y de hoy
![La corte de los milagros](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/02/24/Sinttulo-RBfEXUAFYcK0a43JqES50LN-1200x840@diario_abc.jpg)
Hace no tantos años cada familia tenía su pobre. España tenía los suyos bajo un soportal o en la esquina de una plaza. Y cada iglesia tenía otro. Tipos a los que la gente del vecindario saludaba por su nombre y preguntaba con verdadero interés. ... También había menesterosos de los que nunca nos percatamos, los veíamos sentados en la acera cada día y antes de llegar a la siguiente ya los habíamos olvidado. Pobres patrimoniales, más que de solemnidad, porque el problema de los desheredados locales es que acaban convirtiéndose en otra esquina más del patrimonio de la ciudad por los que paseamos la vista sin fijarnos. Son nuestros pobres, como nuestra es la Catedral y el Campo Grande.
Los había pobres de solemnidad y otros que despistaban aún más. Recuerdo siempre a uno que, por la Plaza España, iba con su biblioteca a cuestas. Era una biblioteca de volúmenes desvencijados, pero que abrigaban, supongo, de la intemperie y de la mala suerte de una vida que en algún momento se truncó. El tipo leía unos días a Kafka y otros a Platón en ediciones que parecían un espejo: A él le colgaban todavía unos pocos dientes entre los huecos de los que le faltaban y a muchos de los libros que leía se les habían escapado, evidentemente, varias páginas. Lo encontré más de una mañana, cuando yo salía del colegio, rebuscando en el contenedor de papel. No cogía revistas, no cogía cartones… Lo pienso ahora y yo era pequeño como para preguntarle por su historia y lo suficientemente mayor como para no haber olvidado la dignidad de aquel tipo que no pedía, sólo leía libros a los que nadie más quiso darles una segunda oportunidad. También había un pordiosero, un señor concreto, al que le faltaba una pierna y llevaba unos pantalones azul mono de trabajo al que veía a menudo, pero nunca había reparado en él. Nunca le había prestado atención, sincera crueldad del día a día. Iba remontando a pequeños saltos la calle Montero Calvo hasta que paró frente a un escaparate. Allí estaba él, con las muletas y la pata del pantalón azul arremangada hasta la mitad donde seguía sin haber pierna y sin haber nada. El escaparate estaba arrasado. Quedaban por los suelos carteles con los precios y las piernas solas de un maniquí junto a las que se mantenía enhiesto un cartel que marcaba: '11,95€ Últimas rebajas'. «¡Pues no son tan caras!», llegué justo a tiempo de escucharle decir. Y así me fui yo con mis dos piernas calle abajo, cojo de caridad porque no hay caridad que remiende esa escena.
Pienso en los pobres porque la pobreza me violenta de una forma que no consigo explicar. Me sorprendí ayer en mitad de un semáforo diciendo que no con la cabeza a que me limpiaran el cristal. Dudando entre mirar para otro lado, por pudor, o mirar de frente la estampa. En el siglo XXI, en Europa, estas cosas ya no pasan… Y cada vez, sorprendentemente, ocurren con más frecuencia.
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