Crisis migratoria
Menores inmigrantes acogidos en Andalucía: «No volvería a hacer la travesía; los que llegamos tenemos suerte»
ABC accede a uno de los centros de menores tutelados de la Junta de Andalucía para conocer su trabajo
La región tiene más de 1.400 niños acogidos por las derivaciones de las crisis migratorias de Ceuta y Canarias
La travesía a Ceuta: ocho horas en el mar, niebla y gritos de los que se ahogan
Bubakar observaba desde su casa cómo en la playa de Gunjur salían las pateras. Con 16 años una noche saltó por la ventana sin que lo supiera su familia, se metió en la fila y se coló en el cayuco. «Tres veces lo intenté. ... Dos me dijeron que no había pagado y a la tercera con mis amigos dijimos: ¡Policía, policía! Se pusieron a correr y nos subimos», asegura. Desde esa playa de Gambia explica que estuvo ocho días en el mar para llegar a Gran Canaria. De eso hace ya ocho meses. Ahora está en Cortes de la Frontera, en un centro tutelado por la Junta de Andalucía. Allí trata de conseguir el futuro como camionero por el que se jugó la vida.
El centro de inserción socio laboral de este pequeño pueblo de la Serranía de Ronda (Málaga) aloja a 25 menores. Es una antigua residencia, integrada dentro de la red de Engloba. Aquí la Consejería de Inclusión Social tiene un sistema encaminado a que estos menores acaben siendo parte de la sociedad.
«Es una carrera a contrarreloj», explica Ramón Rodríguez, responsable de mediación de menores tutelados de Andalucía, que añade que lo primero al recibirlos es garantizar sus derechos fundamentales, contactar con su familia para tener sus datos básicos y saber cuál ha sido su ruta migratoria hasta España.
Además, se hacen gestiones con los consulados para normalizar su situación en España. Son muy pocos los que no consiguen tener papeles después de pasar por el tutelaje de la Administración andaluza.
En la actualidad, hay 1.451 menores inmigrantes en el Sistema de Protección de Menores de Andalucía. De esos 1.204 son niños y 247 niñas. Casos que son más especiales. En los específicos, como el de Cortes de la Frontera que ha visitado ABC esta semana, hay 645 plazas muy tensionadas. La capacidad está al 115%. Están por encima de las capacidades y aún tienen que recibir derivaciones, al menos, otras diez personas más pactadas desde Ceuta, más los menores que entren como adultos en los grupos que llegan de Canarias. Ya son 515 adolescentes los que Andalucía ha asumido de esta forma.
Sanou llegó en uno de esos grupos. Este adolescente salió de Mali en avión hasta Marruecos, una vez allí se embarcó para Canarias pagando 500 euros de pasaje a un traficante de personas. Tenía 15 años. Estuvo varios días perdido en el mar en un cayuco repleto de gente, hasta que fueron rescatados por Salvamento Marítimo para llevarlos a un puerto canario. De allí fue trasladado a Torremolinos, donde lo filiaron como menor, y de ahí a Cortes de la Frontera, donde lleva dos años y trata de aprovechar al máximo. «Es muy difícil y tienes que luchar solo», añade este menor, que ya habla español. Las clases para aprender el castellano son uno de los aspectos más importantes de estos centros, ya que si no lo dominan es muy difícil integrarse y encontrar trabajo.
A sus 17 años, Sanou estudia auxiliar de enfermería, mientras trabaja de mecánico por las tardes en Ronda. Quiere hacerse técnico de laboratorio y su meta más inmediata es ir a ver a su madre al cumplir los 18 años en 2025. «Hablo todos los días con ella. No volvería a hacer la travesía. Muchos mueren. Los que llegamos tuvimos suerte», añade Sanou, que comparte mesa con Achraf, un marroquí de 17 años que saltó desde las costas de Alhucemas en una patera. «Pagué 1.000 euros a los traficantes. Estuve tres días completos en el mar hasta llegar a a una playa en Málaga», recuerda este marroquí.
Los dos hablan a diario con sus madres. No pierden el contacto, pese a que van a pasar mínimo tres años sin poder ir a verla. «El arraigo, aunque sea en la distancia es muy importante. Hablamos con sus madres para que se centren y para que nos ayuden. Momentos como los duelos, cuando muere un hermano, un padre o una abuela, son muy difíciles. Se ven impotentes, pero estar conectados con sus familias ayuda mucho a que luchen por tener un futuro», apunta Pilar Pérez, educadora social del centro, quien explica que hay tres niños que se escaparon y que son casos complicados, ya que ese arraigo familiar está roto y no hay conexión con su madre.
![Imagen principal - Los menores acogidos tiene clases, actividades y son los encargados de mantener todo, desde la ropa, a su higiene personal, el huerto o el comedor.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/ropa-tendida-centro-U01414417343mEK-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Los menores acogidos tiene clases, actividades y son los encargados de mantener todo, desde la ropa, a su higiene personal, el huerto o el comedor.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/huerto-menores-inmigrantes-U44835676515ZbX-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Los menores acogidos tiene clases, actividades y son los encargados de mantener todo, desde la ropa, a su higiene personal, el huerto o el comedor.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/salon-africa-menor-U71567370357DDj-278x329@diario_abc.jpg)
Una vez que el alma y la mente están serenas, toca formar a estos jóvenes para desenvolverse en una sociedad que los ve como extraños y cuyos códigos no dominan. En este punto, la formación es importante para empezar a labrarse un oficio, desde monitor deportivo a técnico para aplicar productos fitosanitarios en el campo.
La variedad es amplia, además depende también del entorno donde esté el centro. «Les buscamos cursos de formación, acciones formativas o prácticas en empresas, para que tengan un bagaje laboral», asevera Ramón Rodríguez, quien explica que estos centros están en municipios pequeños, normalmente de sierra, para favorecer la integración al ser sociedades más pequeñas y acogedoras. Las abuelas de Cortes, por ejemplo, tratan a los niños con un cariño especial, abriéndoles las puertas del pueblo.
El aprendizaje empieza en lo más básico, desde cuestiones de higiene como cepillarse los dientes a los turnos de limpieza o a los cursos de pintura o el huerto urbano ecológico donde colaboran. «Ellos tienen que ser totalmente autónomos para cuando salgan de aquí. A los 18 años, ya no van a tener a nadie. Van a estar solos y deben saber desenvolverse», explica Pilar Pérez, que añade que tienen que combatir muchas creencias y supersticiones, como que cepillarse los dientes los desgasta o que hay que tirar agua al pasillo para espantar los malos espíritus.
A éstos jóvenes desamparados se les enseñan aspectos sociales o de convivencia. «Son nuestros futuros vecinos y deben saber cómo funciona nuestra sociedad», apunta Pérez, que explica que se les inculcan valores como el respeto a las personas LGTBI o sobre violencia de género. Pero nada funciona sin su independencia cuando tengan los 18 años. Y para eso el trabajo es fundamental. «Las prácticas les hacen cambiar. Están mucho mejor cuando van a una empresa. Ya están haciendo algo y a su familia le pueden demostrar que están empleados. Eso les hace estar mejor», asegura Pérez, que recibe con agrado las alabanzas sobre Mohamed en el hotel Las Camaretas.
«Le voy a proponer al dueño que lo meta en la plantilla», asegura Verónica Suárez, la encargada sobre este joven, que pronto cumplirá los 18 años y tendrá que hacer su vida de adulto. Mohamed es uno de los 2.000 menores que saltaron la valla de Ceuta en la crisis de mayo de 2021. Fue alojado en las naves del Tarajal, donde muchos durmieron en el suelo o en estanterías industriales. Luego pasó al Centro de la Esperanza y de allí fue derivado a Andalucía, como ocurre ahora con los menores de la última crisis que colapsó Ceuta con cientos de intentos diarios de entrada a nado.
Mohamed se ha formado y ahora trabaja como camarero en el pueblo. «Hay chicos trabajando en muchos lugares. Hay jardineros, en la hostelería o panaderos. Hasta los hay que han encontrado pareja y se han comprado una casa», recuerda Pilar Pérez.
Y todo lo que cuesta llegar a labrarse una vida es algo con lo que no contaban. Muchos fueron engañados con que iban a la tierra de las oportunidades, pero al llegar se encontraron que había que luchar y estudiar para poder trabajar. «Traen la responsabilidad de tener que trabajar para poder alimentar a su familia. Vienen con otra idea de lo que es España. Eso genera frustración. Aquí saben que tienen que esforzarse si quieren seguir, porque están solos y además porque tienen que trabajar para su familia», apostilla Ramón Rodríguez.
![Imagen principal - En el centro aprenden español, van al instituto, se forman para trabajar en un oficio y aprender valores para estar en la sociedad que les rodea.](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/clases-centro-menores-U22585275712keH-758x470@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - En el centro aprenden español, van al instituto, se forman para trabajar en un oficio y aprender valores para estar en la sociedad que les rodea.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/pueblo-menores-paseo-U82184564312gAQ-464x329@diario_abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - En el centro aprenden español, van al instituto, se forman para trabajar en un oficio y aprender valores para estar en la sociedad que les rodea.](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/08/violencia-machista-menores-U72584461528NGX-278x329@diario_abc.jpg)
Uno de los más concienciados es Abdel Hakim, que se prepara para salir del centro. Partió de Marruecos hace ya casi tres años en los bajos de un camión en Tánger y subió hasta Madrid. «Mi madre no lo sabía. Pude morir», afirma este joven, mientras recibe un taller donde le enseñan a hacer recetas y el precio de los ingredientes.
A punto de cumplir los 18 sabe que tiene que buscar trabajo y estudiar para que todo el sacrificio que ha hecho merezca la pena. «Hay que aprovechar el tiempo. No me he jugado la vida para nada», señala este marroquí, que como el resto de sus compañeros afirma rotundo que no volvería jugarse la vida para entrar en España.
Son ellos los que tienen que abordar el futuro con valentía como hicieron un día lanzándose al mar. Yussef es otro de los que va a cumplir los 18 años pronto. Embarcó en una patera camino de las costas de Málaga, pero se complicó la travesía. Llamaron a la Guardia Civil y fueron rescatados en alta mar. Venía siguiendo los pasos de sus hermano. «Vive en la calle. Lleva mala vida», explica. Es uno de los que no lo han conseguido tras pasar a un piso tutelado, pero un ejemplo para su hermano menor para no cometer los mismos errores y convertirse en el cocinero que anhela.
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