DESPUÉS DE... NATACIÓN SINCRONIZADA
Thaïs Henríquez, de bailar en la piscina a dominar impuestos y mentes
La canaria, con dos platas olímpicas en su currículo, se planteó nuevos retos tras dejar el deporte: el derecho y la fiscalidad; y ha cincelado su nueva vida aportando a los demás los valores y lecciones que le enseñó ganar esas medallas
![Thaïs Henríquez](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2023/08/15/thais-montaje1-kHsH-RWwaXG5eaiNFjmp01QMBMOM-1200x840@abc.jpg)
De abuelo futbolista y padres jugadores de baloncesto, Thaïs Henríquez (Las Palmas de Gran Canaria, 1982) eligió un deporte que no era para ella, la natación artística. «No era flexible, era fibrosa así que no flotaba, mi altura perjudica en una disciplina que premia la homogeneidad, y empecé tarde, con 13 años cuando mis compañeras empezaron a los 6», se ríe.
Logró 80 medallas internacionales y dos olímpicas. «Supe reconvertir algo en contra en justo mi mayor baza», explica sobre el proceso. Es una muestra de quién y cómo ha sido y es ella, a la búsqueda de límites del cuerpo y mentales. Esas dos platas de Pekín y Londres las consiguió, además, con el dolor de dos hernias lumbares. «No podía agacharme a coger nada del suelo, pero sí colgarme dos platas. Rezaba para que me regalaran una espalda nueva cuando terminara», vuelve a reírse. Otra muestra más de esta mujer que compitió al más alto nivel hasta 2014 y decidió que la vida tenía muchos más retos al lado de la piscina y por delante.
Era obligatorio hacer un deporte sin descuidar los estudios, y durante su carrera deportiva, compaginó sus diez horas de entrenamientos con la Licenciatura de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y, por qué no, la de Derecho. Terminó ambas una vez acabada la piscina. «Pasé de entrenar 8-9 horas a estudiar 8-9 horas. Fue mi máxima prioridad y me ayudó mucho. Hubiera sido más dramático no tener retos después que me movieran».
Exploró sus límites: «Subí al Mont Blanc porque tenía vértigo, y me fui a 30 metros de profundidad porque me daba miedo el mar», y elevó el reto profesional: un máster de Especialización en Asesoría y Gestión Tributaria, «el más difícil, el que no quería nadie». En los despachos pensó que tendría el futuro, adiós al bañador y bienvenido el traje de chaqueta. «Quería ser la abogada de los deportistas y los artistas. Ayudarlos con su situación financiera, porque hay gente que no se rodea de las personas adecuadas y aunque tengas mucho dinero, si no lo sabes gestionar, al final no tienes nada».
Pero... «Estaba haciendo las prácticas en un despacho y me di cuenta de la falta de gestión emocional que tenían mis compañeros. Cuando vi cómo la presión los superaba, entendí lo valioso de todo lo que yo había aprendido con el deporte. Y valía oro. Me hizo entender que era muy importante gestionar su fiscalidad, pero si estás destruido a nivel mental, quizás era mejor enseñar a sacar todo el potencial de las personas. Me hicieron muchas ofertas y las rechacé todas a cambio de la incertidumbre máxima». De esa incertidumbre, a crear su propia vida. «Diciendo que no a todo, la Federación de Fútbol me llama para crear una comisión de igualdad, con iniciativas de integración social, que la RFEF se convirtiera en una precursora de iniciativas que aporten valor a la sociedad. Era apasionante. Y en 2021 fui miembro de la Junta Directiva».
Así, los valores de sus medallas olímpicas siguen brillando en otras personas. «Asesoro a equipos y también de forma individual. Me gusta ver que si das confianza a las personas, si les elevas su autoconfianza, tienen un resultado mejor en las competiciones. Hay algo más importante que el talento y el físico, y es la mente. El deporte me enseñó a que si conseguimos dominar esos miedos, podemos comernos el mundo». Es lo que transmite ahora, los valores de sus medallas, en conferencias, asesoramiento y cursos. No era su deporte. «Ahora no hay nada que me tumbe».
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