Nadal, contra sí mismo
La DORADA TRIBU
Hay, en lo suyo, un despilfarro de heroicidad, y un empeño de titán solitario que cada día tiene más devotos, porque no juega en rigor al tenis, que también, obviamente, sino a la hazaña
Nadal y Thiem, dos campeones en reconstrucción

Rafa Nadal vuelve a ganar, aunque ha perdido, mientras escribo. Ha logrado el raro virtuosismo de ser siempre el campeón, aunque el que gane sea Federer, o bien Thomson. Nadal aparece, o reaparece, según la racha, y reúne mucha atmósfera de apoteosis, porque triunfa ... siempre, aunque no triunfe del todo.
Hay deportistas que aportan a su gremio un magisterio histórico. Y hay deportistas que exceden, incluso, la disciplina elegida. No son los que han ganado lo de Roland Garros, o una Champions, o un Mundial, sino los que le han ganado definitivamente el partido al tenis o al fútbol. Es el caso, sí. Nadal ya no juega ningún torneo sino que juega contra sí mismo. Hay, en lo suyo, un despilfarro de heroicidad, y un empeño de titán solitario que cada día tiene más devotos, porque no juega en rigor al tenis, que también, obviamente, sino a la hazaña. No sé yo si escribir que está Rafa Nadal más allá del tenis, aunque sí hay que escribirlo. Quiero decir que, por encima o por debajo de su majestad de podio, lo que asoma en Nadal es el vigor en camiseta, la pugna de vitamina del espíritu, la fe en el ahínco que ha sacado no se sabe de dónde, tras unas épocas decaídas.
otros miembros de la tribu dorada
Yo al tenis le pillé lujuria por las tenistas en minifalda, o sea, que mi afición era más bien erotomanía. Salvo en el caso de Nadal, porque con él no asistes a un partido sino a una gesta. Nadal es Nadal. Nadal es Rafa, el apolo nacional que no da un susto de peluquerías locas o roperos de fantasía, fijo en lo suyo: el titán sin adorno. Entre metrosexuales de tatuaje, es un chaval que se pone el traje que toque, y pasa de todo. Llevó greñas en un tiempo, pero aquellas greñas eran un modo de no ocuparse de las greñas. Está de moda, pero no está en la moda del deporte planetario del momento, que sigue siendo un cruce de confeti y talonario.
Humildad
Preside el cuadro de honor de los atletas nacionales de ahora y de siempre, y siendo figurón, no va de figura. Tiene un poco o un mucho de coleguita de esquina que luego va y se pilla un traje para recoger los laureles mejores de su gremio. Es algo así como un vecino al que se le saluda en todo el mundo. No esquiva el coñazo de los 'selfies'. Tiene una mujer silente y serena, Xisca Perelló, a la que él llama Mery. Ella evita los focos de consorte, y en la grada lleva el entusiasmo por dentro.
Se hace mucha tertulia a propósito de la calidad humana de Rafa, y esto, con ser mucho, naturalmente, me parece a mí lo de menos, porque ser un gigante en un oficio no anda reñido con tener alma de canalla. No es el caso de Nadal, claro, que es un atleta mitológico con trato de buen vecino, y sólo gasta encumbramiento con la raqueta en la mano. Sé que en eso de subrayar su carácter de buen tipo lo que subyace es la crítica sin crítica a los futbolistas, que van de guapos de spot y hablan sin bajarse del ferrari, haya o no haya ferrari de por medio, que suele haberlo. Es un modelo de deportista, casi extinto, frente a otros hombres que juegan un doble deporte: el de la fama y el del balón, o al revés. La distinción de Nadal no es que sea, además, un buen chico, sino que su ejemplo es único. Ha vuelto para jugar sólo, ya, contra sí mismo. Aunque no te guste el tenis, enseguida te haces fanático de Nadal. En él se presencia el entrenamiento del trueno y la prosperidad del héroe. Ganó, perdiendo.
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