De cara
Lamine Yamal no llevaría la camiseta de Vinicius
«Lamine Yamal no podría haber salido hoy de Valdebebas (ni la Quinta del Buitre ni Raúl); el Madrid fabrica ahora jugadores para vender y hacer negocio»
«Lo que ha cambiado es la indiferencia y la vergüenza ajena, el desprecio generalizado a esos sonidos desagradables; el que agrede permanece ahí»
Odiadores en las gradas
![Lamine Yamal y Vinicius](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/03/31/lamine1-R2LQNHIcoVZWtugGtxRYJ4J-1200x840@diario_abc.jpg)
Tolerancia a la carta
No ha cambiado la propensión al insulto, lo que ha cambiado es la sensibilidad. Del que lo recibe y también del que asiste al bochorno en directo o con posterioridad. Pero el que agrede verbalmente permanece ahí en la grada (en menor número, eso sí, ... aunque pueda parecer lo contrario por la repercusión) con su poca gracia, su catadura moral, sus complejos, su cobardía y su convicción de impunidad. Lo que ha cambiado es la indiferencia y la vergüenza ajena, el desprecio generalizado (es verdad que a menudo populista, a veces ventajista, cínico en algunos casos) a esos sonidos desagradables. Y también las ganas (verdaderas o impostadas) de corregir un problema universal y centenario.
Ha cambiado básicamente la premisa original: ya no se acepta que el precio de una entrada dé derecho al improperio o la mofa; ni que el ejercicio de una profesión, por bien pagado que esté, obligue a soportar humillaciones. La discusión ahora es cómo se combate. Un desafío complicado que no debería pasar pese a lo que proponen algunas voces por convertir al inocente en policía (que sea el de la localidad de al lado el que denuncie) o en castigado compartido (que se cierre un estadio, que se quiten puntos, que se suspenda el fútbol). Hay medios de sobra para identificar energúmenos y herramientas suficientes para que paguen individualmente por ello. Tanto por la vía deportiva como por la judicial. Si se quiere y se decide que basta ya, se puede. Depende de la determinación.
Más peligroso es entrar en la clasificación del insulto, como se concede hoy, establecer grados o categorías, delimitar ofensas de Primera o Tercera división. Tolerancia cero contra el «chimpancé», «maricón» o «vete a fregar», pero tolerancia uno frente al «ea, ea, ea, Puerta se marea», al «Piqué, cabrón, Shakira tiene rabo» o al «ole, ole, ole, cornudo Simeone». No hay ingenio atenuante ni división que valga cuando de ofensas se trata. Es verdad que unas suenan peor que otras en terceros oídos, pero realmente su gravedad la marca individualmente la mala intención de quien las profiere o la susceptibilidad de quien las recibe, ya te llamen gordo o indio. Mejor perseguir y repudiar todos los adjetivos malsonantes que mirar hacia otro lado depende de quién o contra quién.
Lo que ha quedado confirmado este fin de semana con los sucesos de Getafe y Sestao es que ese mal antes consentido está extendido por todas las tribunas. Ocurre en cualquier campo, en todos. Y que no hay persecuciones contra un futbolista concreto, ni siquiera contra una raza. No es el color de piel lo que se embiste, aunque por el contenido del agravio lo parezca, sino el de la camiseta. La rivalidad del escudo es el único hilo conductor, coherente que no respetable, que mueve a esa gente. Y en muchos casos también a los que denuncian.
Porque al calor de la infamia, indefendible desde cualquier punto de vista, se mezclan por bufanda cosas que no tienen nada que ver. Una patada con balón en juego de un defensa rival, una tarjeta amarilla ante una protesta continuada, hasta un silbido mayoritario como indignada respuesta a una celebración indecorosa y provocativa, a la altura de un «eres un mono, eres un mono». Enredos que no ayudan a afrontar y solucionar el asunto, sino que lo ensucian y complican.
Como hacer negocio del mismo. Con el añadido de que eso sería miserable.
Yamal no saldría nunca del Madrid
Escucha cosas peores, como todos los que ejercen su oficio, pero ahora a Xavi Hernández sobre todo le gritan «quédate», y se supone que eso tiene gracia. Pues al paso que va el discurso azulgrana, igual se queda. El Barcelona gana puntos desde que anunció que se iba y el técnico sigue convencido de que son sucesos directamente relacionados. Su proyecto, atacado desde todos los rincones desde el primer día, insinúa virtudes. La principal, una certeza, la irrupción de futbolistas que cuesta imaginar podrían haber salido de cualquier otro sitio. Lamine Yamal, por ejemplo, nunca podría haber crecido en el Madrid. Ni en el Atlético. O no en estos tiempos. Si acaso en el Valencia, donde Baraja ha cambiado el relato de sus antecesores contra la propiedad ante la falta de fichajes por una apuesta decidida hacia los jugadores de la cantera, que también son mejores que sus mayores. El talento está también en el fútbol base, pero hay que atreverse a ponerlo.
Como Xavi hizo (y no para de hacer con otros) con ese chico de 16 años que de repente se ha convertido en el mejor valor de su equipo y hasta de la selección nacional. Ni siquiera le insultan (aún) en los campos rivales. Todo lo contrario. Le admiran, le reconocen, le aplauden. El delantero regateador logró que el Bernabéu, el mismo público que la tomó a pitos contra el atlético Morata, le condecorara con ovaciones pese a su barcelonismo. No necesariamente fue la misma gente que ocupa los abonos en la Liga, pero se le presuponía querencia blanca.
Pero lo dicho, ese jugador no podría haber salido hoy de Valdebebas (ni la Quinta del Buitre ni Raúl). No habría tenido una oportunidad. El Madrid fabrica ahora jugadores para vender y hacer negocio. No para dejarlos jugar. Lamine Yamal es gracias a Xavi.
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