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EDITORIAL

Odiadores en las gradas

La sensibilidad social hacia los insultos racistas u homófobos en los campos deportivos ha cambiado más rápido que los protocolos sancionadores de las autoridades deportivas

Editorial ABC

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Los insultos vertidos en el Getafe-Sevilla contra un jugador y contra el entrenador Quique Sánchez Flores y la suspensión del Sestao River-Rayo Majadahonda tras las ofensas racistas contra el portero de este último equipo han sido el colofón de una semana en la que el fútbol ha vuelto a exponer la lacra de la violencia verbal desde las gradas. Y ha ocurrido precisamente al final de una Semana Santa en la que se había hablado mucho de racismo en el fútbol después de que, en la previa del España-Brasil, el jugador Vinicius Jr. rompiera a sollozar ante los periodistas por el acoso racista que viene sufriendo en distintos campos españoles. Somos uno de los países más avanzados en respeto a los derechos individuales y en la lucha contra la discriminación, pero nuestros recintos deportivos, que deberían ser la expresión máxima del sano espíritu de competición, se han convertido en coliseos donde unos pocos enajenados transmiten la peor versión de nuestra sociedad.

Lo sucedido en Getafe, como en el campo de Las Llanas de Sestao, confirma que estos incidentes no son fruto de las provocaciones de un jugador concreto. También es síntoma de que estamos en presencia de un fenómeno grave, pero no excepcional. Por lo mismo, es el momento de que los responsables de la Liga y del Consejo Superior de Deportes se pongan manos a la obra y modifiquen un protocolo sancionador contra la incitación a la violencia y al odio en los estadios que claramente es mucho menos contundente que en otras competiciones europeas. Es hora de que se discuta y analice si es un acierto o no que el orden y el respeto descansen únicamente en los hombros del árbitro o del delegado contra la violencia, o si se debe favorecer el recurso a la vía penal, como ocurre en otras ligas, como la inglesa o la italiana. Los sucesos de Mallorca y de Mestalla que involucraron a Vinicius Jr. demostraron que las personas que los protagonizan pueden perfectamente ser identificadas con las modernas tecnologías presentes en los campos y llevadas a juicio, aunque precisamente estos dos casos no acabaron siendo ejemplarizantes.

Hay un descalce evidente entre la sensibilidad social contra el racismo, la homofobia y el machismo, que ha cambiado radicalmente en la sociedad, y las directrices oficiales. Ya no sólo hay árbitros que actúan, sino que los propios insultados se rebelan, lo que en casos como el del Rayo Majadahonda podría, paradójicamente, perjudicar al equipo por haber decidido retirarse de manera unilateral. Los expertos recuerdan que esta es la segunda vez que un equipo abandona el campo en circunstancias parecidas, y si las autoridades no regulan mejor estos casos, la competición se convertirá en un duelo de subjetividades.

No cabe minimizar la importancia de lo que está sucediendo en los campos. Tampoco se puede convertir a la mayoría de los aficionados en rehenes de unos pocos o en policías si disponemos de la tecnología suficiente para identificar a los responsables. Y es preciso discutir si todos los insultos comportan el mismo grado de odio o de incitación a la violencia. Pero sí es necesario redefinir el marco de comportamiento de las autoridades concernidas y sus métodos para reforzar las conductas positivas en los estadios y aislar las negativas, y si es posible erradicarlas. España es un país apreciado en el exterior, tenemos millones de visitantes y un prestigio que defender, pero si no nos tomamos en serio lo que sucede en los estadios, volveremos a figurar en los titulares más decepcionantes de los grandes medios internacionales.

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