¿Quién es Javier Zulueta, el torero del que todos hablan?
Hijo del alguacilillo de la Maestranza, entra a matar al carretón con su madre -«si pincho, me da más miedo su bronca que el toro»- y desde niño «soñaba con ser Morante de la Puebla». Ahora su nombre se ha puesto en boca de todos los profesionales y aficionados tras un deslumbrante debut con picadores en Olivenza
Javier Zulueta debuta robando titulares
Javier Zulueta, sonriente en el patio de cuadrillas
En la primavera de Sevilla, que siempre es más primavera, venía al mundo en 2005 –el 24 de mayo– Javier Zulueta Muñoz, el suceso del arranque de temporada, el torero que trasladó la ilusión de la mañana de Reyes al 3 marzo. Cada natural ... era un regalo que se destapaba sin prisas, con caricias impropias de un debutante. Fue Zulueta la sorpresa de Olivenza, el novillero que ha traído el runrún que suscita el bien torear. Porque qué bien torea el joven que deslumbró en el coso extremeño y del que hoy todos hablan. ¿Pero quién es él? ¿Cómo es? ¿A qué dedica el tiempo libre?
Javier Zulueta es un chico del siglo XXI que nació con el ADN del clasicismo de otra época, que en la barriga de Victoria, su madre, no daba patadas, sino embestidas. Javier es hijo del alguacilillo de la Maestranza del mismo nombre –que también fue novillero y luego banderillero–, nieto de Enrique Lebrija –«el que fuera puntillero de Sevilla tan querido»–, sobrino de Gabriel Rojas, hermano de la primera fémina alguacililla en el coso maestrante e hijo de «la mujer mejor y más aficionada a los toros». Ahí queda eso... Palabra de su vástago, que en la terraza de su casa, entre el barrio de la Hiniesta y la Macarena, entra a matar al carretón que 'conduce' su madre. «Como pinche me da más miedo la bronca de ella que el toro», espeta con gracia. «No conozco a nadie tan exigente. Es sobrina de Paquito Ruiz, que fue apoderado de El Cordobés, y es muy muy aficionada. Y más dura», dice. «Mi padre, en cambio –añade–, es menos duro, quiso ser torero y sabe lo difícil que es esto. Lo pasa muy mal y prefiere estar lo más lejos posible para no transmitirme sus miedos».
Le gusta el deporte, la Semana Santa, la guitarra y pintar cuadros: «Me relaja mucho»
Lo que empezó como un juego se puso más serio cuando en 2015 su abuelo les apuntó a él y a su primo Julián a la escuela taurina. «Desde chico jugaba al toro con mi primo, que ahora es mi ayuda», cuenta. Tal era su afición que el día de la comunión pidió que le echaran una vaca: «Pero me cagué y no fui capaz de salir a torearla. Tuvo que cogerme mi padre para hacerme la foto», comenta entre risas.
Zulueta habla con la serenidad con la que torea. Es un hombre tranquilo con las ideas muy claras: quiere ser gente en el toro. Pero sabe también que no puede dejar de lado los libros y estudia la carrera de Ingeniería Agrícola. Aunque su corazón y su mente sientan y piensen continuamente torero. Explica que en su universidad el toreo se vive con naturalidad y que es «uno más» entre sus compañeros, orgullosos con el triunfo cosechado en su debut.
El hispalense llegó a Olivenza con el aval de ganador del certamen de becerradas de Andalucía, el Alfarero de Plata y una oreja en el mismísimo ruedo de la Maestranza que le entregó su padre. «Aunque me quedé con la espina de pinchar, fue muy bonito vivir ese momento único. Es algo que queda para nosotros, indescriptible». Sevilla y antes Valencia le aguardan próximamente. Dos escenarios de primera que dice le hacen «crecerse y venirse arriba; lo afronto con mucha ilusión y responsabilidad, pues son dos sitios para sentirse torero y dar el cien por cien».
Javier Zulueta
Tras su ilusionante paso como becerrista, en este nuevo curso con picadores viene dispuesto a arrasar con más premios. Arrasar despacio, sin atragantones. Porque Zulueta, aun tan barbilampiño, guarda en sus muñecas el secreto del temple. ¿Cómo lo definiría? «Como la capacidad para reducir la embestida del animal y torearlo como quieres; no esquivar la embestida, sino traerlo toreado». Embestidas redujo a su lote de Talavante una mañana de domingo en la que los nervios los dejó al lado, desayunó una tostada con jamón –«para torear hay que estar bien alimentado, es fundamental para las muñecas»– y durmió como un lirón. «Soy muy dormilón». La tarde anterior, con un vendaval de perros, conversó y rio en el hotel con Tomás Bastos, su amigo en la calle y rival en la plaza. Como rival era también Marco Pérez, el novillero con aureola de figura, a cuya mesa se sentó a comer hasta robarle los titulares: «Fuera todos podemos ser amigos, pero en el ruedo uno quiere ser siempre mejor que el otro».
«Morante me relagó el capote de la tarde del rabo en Sevilla. Fue un momento mágico»
Esa noche recibió un único consejo de su apoderado, Ramón Valencia: «Tú tranquilo, disfruta y se tú mismo». Y así lo haría Zulueta a partir de las once y media del día siguiente. Disfrutó e hizo disfrutar. Tan sencillo y tan difícil a la vez mientras dejaba claro que el puyazo viene fenomenal a su concepto. «Sin caballos, el toro es un poco más niño, se mueve más desordenado e informal; con caballos tiene más volumen, pero con el puyazo hace que esa embestida sea más franca y se reduzca más. Te permite colocarte y expresarte mejor, me ayuda a sentirme templando a los animales».
Zulueta hace una pausa antes de mirar a los espejos de su vida: sus padres. En el toreo mira a la lámpara del genio de La Puebla del Río: «Siempre ha sido mi referente principal; desde muy chico yo jugaba a ser Morante de la Puebla. Creo que es el más completo, con ese concepto de artista que tanto me gusta. Y con el poder, el dominio y la técnica para expresarse delante del mayor número de animales. Además tiene esa tauromaquia antigua pero mezclada con la moderna. Esa capacidad la tienen muy pocos, ¿no? Es el más grande». Zulueta cuenta con una auténtica reliquia morantista en su casa: «Me regaló el capote de la faena del rabo en Sevilla. Fue otro momento mágico en mi vida. Lo utilicé dos veces sin caballos, pero ya lo he guardado por todo lo que significa». El sevillano también admira a otros toreros como Juan Ortega: «Me inspira muchísimo y me gusta mucho». Y ahonda en una reflexión: «Al final creo que lo más importante es ser buen aficionado, ver muchos toros y aprender de todos los toreros que tienen algo, pero sin perder tu personalidad y siendo tú mismo».
Así es el torero del que todos los profesionales y aficionados hablan: torea como es, con el temple por el que anda en la vida. Esa es su obsesión: también en el deporte -«soy del Betis, aunque me gusta más jugarlo que verlo»-, cuando toca la guitarra flamenca, en la Semana Santa –«soy de la Macarena, de los Gitanos, y de la Milagrosa; soy muy religioso»– y cuando coge los pinceles –«me encanta pintar cuadros, me relaja, aunque ya casi no tengo tiempo»–. ¿Por qué torero?, rematamos... «Porque no entiendo mi vida sin el toro; es indescriptible, pero nada me llena más».