Arévalo: «Antonio Ordóñez me enseñó que el toro es disciplina y respeto»
CUÉNTAME, BÚFALO. CONVERSACIONES TAURINAS
El humorista reflexiona sobre su pasado como miembro del espectáculo del bombero torero, y su relación con grandes nombres de la Fiesta o el futuro de la misma
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Francisco Arévalo Iglesias, Arévalo 'entre nos', conoció «a Marcial Lalanda» y ya, con eso, los laureles del toreo deben coronarlo por siempre. Aparte de por esa forma de ver el mundo taurina, real, cariñosa y descreída de quien ha vivido en el éxito ... pobre de los pueblos de Celtiberia y los carteles del Teatro Zorrilla en Valladolid, un suponer. Pero en la vida del actor y humorista se respira tauromaquia, tauromaquia de la auténtica, la del aficionado que también se ha sido parte de la Fiesta, la cómica, y reflexiona con esa bonhomía de quien venció dos miedos lógicos en todo hombre que se vista por los pies: el 'valdanesco' miedo escénico tras una tramoya o un burladero, y el más humano miedo a la muerte.
Es Arévalo un Mario Cabré con más socarronería, enamorado del Levante, tanto que su tierra de crianza, la patria de los Manzanares y los Ponce, es consustancial a su memoria taurina. Hay que verlo todo en su contexto, y el niño nace en Madrid un «dos de septiembre del 47», con España aún recuperándose. Su padre, Francisco Rodríguez Arévalo, llamado a partes iguales por el toro y el teatro. Y en esto, que Arévalo, entre el bombero torero y las bambalinas, el tironazo de las tablas y el tironazo más de la sangre de las arenas y los alberos de España, salta, brinca, cuadra a una becerra con una «gimnasia necesaria» como de legionario en el Sáhara.
Y con un arte, también, que había que ponerle al espectáculo del bombero torero, un prodigio de felicidad y valentía e integración en una nación aún cavernícola. Recuerdos de 'Manolín el Bombero', que, en los momentos de confidencia', cuando ya anochecía en el reloj de la plaza, soltaba el «mira qué vida llevamos». Una «media de 600 km diarios», lo mismo en Badajoz que al día siguiente en Lorca, provincia de Murcia. Y en aquel ecosistema, eran ídolos «Don Canuto, Polet, el Chino Torero o El Toronto». Aunque también se llevó la gratificación de «aquellas ventas» donde había que parar en las nacionales de España, que tampoco eran tantas las nacionales; y los carajillos anunciaban un nuevo día y años después esas Ventas habrían de despachar los casetes con sus chistes, las cintas con los de Eugenio y hasta Paco Gandía. Qué ilusión más sana la de ver las camionetas «de Paco Camino, de Paquirri, de Diego Puerta». Ventas donde, por poner un ejemplo, Antonio Ordóñez y su padre «se trataban de maestros en el saludo y la amistad». Y eso marcaría a nuestro 'Búfalo'.
Dice Arévalo, con una visión sana de la Fiesta, que los «toros son como el circo: el más difícil todavía». Pero que hay algo que perdura y perdurará siempre, «la disciplina y el respeto» que le dijo Antonio Ordóñez. Del bombero torero, donde a lo cómico hay que introducir lo trágico de ponerse frente a una bestia, rememora haber salido con sobreros de novilladas y hasta con un toro que Ordóñez, el maestro, de Ronda, les dio: «tan bravo como enfermo. Atigrado». Les salió, dice desde Valencia, «la charlotada perfecta».
![Imagen de infancia del humorista](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/12/06/arevalo-U53487345888XKz-624x350@abc.jpg)
Defiende, no podía ser de otra manera, el espectáculo del bombero torero, y a «los enanitos», que eran consustanciales a los festejos y, repetimos, de cuyas glorias formó parte. «Ahora los sacan del camino y lo que hacen es quitarle el trabajo a un artista». A un artista sacrificado, dice quien tanto ha visto y lo ha reconstruido, más tarde, en esa greguería de sol y sombra que es el chiste hispano.
La Fiesta, tal como está
Arévalo es también Las Ventas y sus previas, y sus amaneceres postreros «en La Campana», por la madrileña «calle de la Victoria». Aquel tiempo en que no había selfis, sino una familia que era una cuadrilla y a los toreros el torniquete moral se los daba el locutorio frío y soriano y el brazo amigo.
![El artista en una capea junto a María Jiménez](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/12/06/mjimenez-U20232047102vzc-624x350@abc.jpg)
Si Arévalo, Paco 'acá entre nos', conoció, a Marcial Lalanda, también hizo lo propio con Rafael el Gallo. Incluso lo «apadrinó don Cristóbal Becerra, con noventa años, que antes había llevado a Granero y a Lalanda», y que, entre plurales cometidos, mandaba a la divisa de Conde de la Corte «a hacer las Américas».
Ha muerto su amiga Concha Velasco, pero la pena negra por la musa de España no le nubla la memoria, que es patrimonio del sabio que sabe que está ante otra vida: la suya propia en los toros. Tampoco obvia el agradecimiento a Antonio Ordóñez, quien, en Estepona, una vez, se sentó con ellos a compartir «vino de bota y chacinas». Mas su Paco Camino es su Paco Camino, su «torero referente» aquella tarde que «mató siete toros, siete en la corrida de la Beneficencia de 1970».
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Adora a Morante, confía en que «la vuelta de Ponce será triunfal» y en su domicilio hay aroma de paella, y un pasodoble que silenciado sigue sonando muy tenue. No quiere dejar a ninguno; ni a «César Rincón, ni a David Mora. A nadie, que sería injusto».
En el frontispicio de su torería, en el día que su Concha Velasco se ha ido a los cielos, ni puede ni quiere olvidar aquella lección que le dio Antonio Ordóñez: «En el toreo todo es disciplina y respeto». Y sí, la Fiesta la dejaría «tal y como está, con su dura competencia». Cualquier modificación, quizá, traiga un terremoto.
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