Paco Sanz, el arenero que se vuelve a los pinceles
CUÉNTAME, BÚFALO
Muy cerca del ruedo y de su próxima jubilación, el trabajador de la plaza reflexiona sobre el futuro y aquellos momentos que aún tiene grabados en el alma
Justo Algaba, cuando la inspiración es la soledad
![Paco Sanz bajo la estatua del Yiyo](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/06/07/yiyo-RJkEtKZwwAPL6kQbHjpoIlM-1200x840@abc.jpg)
Paco Sanz Jiménez es memoria viva de La Ventas, en la temporada de su jubilación (49 temporadas, y dos, «sin remuneración abriendo la capilla») porta una sonrisa, camisa abierta, y un físico como para debutar con picadores, que se ve que mantener el ruedo ... rozando la perfección es todo un mundo. Se le posa (sic) bajo el monumento al Yiyo o, en puridad, no se le posa, pero su envergadura atlética no pasa desapercibida. En el mundillo se conocen todos, y bajo la mirada de búhos ajenos de los reventas, se mantiene una amistosa charla con él.
Último día de San Isidro, último día suyo en San Isidro, y, más que lágrimas, hay un periodista y un trabajador de la plaza bajo el sol tropical de Madrid. Niño del barrio de la Alegría, no pierde Paco esa mirada con la que, seguro, comenta las faenas medias, los pinchazos, las puertas grandes.
Llega a la entrevista sobre la bocina, que tiene que entrar al ruedo a lidiar, sí a lidiar, con la arena de Madrid, que no es albero, «sino arena de río», como insiste en un chovinismo de suelos divergentes. Ha rastrillado la plaza, pero también sabe que compañeros suyos, antes de que se cambiara la norma, eran «los primeros en atender al diestro herido».
Porque la cuadrilla, con eso de los nervios, la cercanía de la Parca, el polvo del camino junto al matador, los pone un 'tantín' nerviosos, pese a ser hombres bragados en plazas de tercera, aquellas donde muchos genios ofrecían igual o más que, un poner, en la catedral del toreo. Paco se queja sin quejarse de que no le dejen auxiliar, que lo ha mamado desde crío. Que con dos lecciones que ofrezca el Doctor Padrós es suficiente para trazar la línea entre la vida y su némesis. Está la muerte, claro, rondando su bregar y sus ropajes. Pero también está él, minutos antes de uniformarse, mientras por detrás la Casa Real controla el más mínimo detalle en los accesos, y se escucha mucho andaluz y mucho extremeño en los alrededores, con la cartera abultada de billetes. Decimos que Paco sabe que anda la muerte en su ring, pero también, y lo dice como un resorte, el mejor momento en la plaza fue «cuando su asistencia», en esos casi 50 años, ha salvado alguna vida. «Nosotros saltábamos de forma altruista, como los monosabios». Y es que en ese momento que el tiempo va más rápido de lo normal, el hombre es bueno para el hombre y sale a ayudar al prójimo, que por nada es mandamiento humano y hasta bíblico. Y en lo de evitar la expiración del semejante existen unas fuerzas irreparables.
Pese a la memoria más amarga y salvadora, tiene en el caldero de sus recuerdos una corrida de «hace cuarenta años». Lidiaban «Esplá, Ruiz Miguel» y se «le escapa uno, el soriano». Sitúa aquella faena hace cuatro décadas, y no falla, «el soriano era José Luis Palomar», era un 1 de junio del 82 con toros de Victorino Martín, el ganadero y el mayoral dieron la vuelta al ruedo en una de esas jornadas cuando se llega a lo irrepetible, que es para lo que paga uno su localidad. Y tantas tardes tratando con el piso de la gloria hace que sea más que natural cuando las fechas y los nombres le bailan. O cuando una corrida está hecha de retazos de muchas. Y se va armando la tarde perfecta en la cabeza. También rememora cuando Joselito se encerró con seis toros en una goyesca, el 2 de mayo del 96. Un éxito rotundo.
Paco Sanz podría ser un hombre de rituales «pero no», carece de «manías». Llega desde Torrejón con tiempo, limpia sus zapatillas, pone a punto los «rastrillos». Del albero que no es albero en Madrid pontifica su «capacidad de drenaje». Esto en la técnica, porque en el alma Paco quiere música sí, pero «no en la faena», y lo deja expedito, que si conoció así «la plaza, así ha de quedarse». Y de una musa a otra, Paco es pintor del color y hasta de la raza taurina. Es tradición que el arte dé arte como consecuencia indubitable. Ahí está la nómina de areneros pintores; César Palacios, por citar el canon. El que fue su «inspiración». Y aunque Paco Sanz vaya en sus lienzos más allá del toro, el toro está presente hasta en la divisa de la tarjeta de visitas. Resulta que la Fiesta le transmite «una variedad de colores, de luces, de movimientos» que son el alimento del creador. Únase a eso que si el cine es el séptimo arte, para Sanz, el toreo «es el octavo».
La madurez
Luego, pese a su madurez en el oficio, tiene que dar las claves para que la tauromaquia se perpetúe por los siglos de los siglos. Y en esto, exige «el toro íntegro», porque si «hay toro íntegro hay respeto al público». Y claro que conoce a Juncal, santo y seña de esta sección de remembranza, medias voces, pases que no se olvidan y el futuro de la Fiesta puesto en negro sobre blanco. «¿Qué español, qué taurino, no conoce a Juncal?». Y su cuestión queda suspendida en el aire caliente ya de junio, a la espera de unas tormentas que son más bien 'guadianescas'.
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Paco Sanz conoce la plaza por dentro, y desde cerca, casi oliendo el sudor y la bestia puede ponderar lo que quiera. Su jubilación está asegurada por sus pinceles, y no es un hombre que fuera de los 'isidros' vaya a estarse quieto.
Es la maldición del artista: de una disciplina a otra sin solución de continuidad. Se dirige al Patio de Arrastre, deja su 'look' casi de serie ochentera, y vuelve con su rastrillo a lo eterno, a que lo que hay entre la gravedad y el torero sea lo más cómodo posible. Porque si los vientos no se pueden domeñar, sí los efectos de las tormentas de fin de verano. Aún teme cuando en un «toro devuelto» se quedó a merced del morlaco. Un momento que nunca se le olvidará. Aunque aquello no le quita el sueño.
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