Justo Algaba, cuando la inspiración es la soledad
CUÉNTAME, BÚFALO
El sastre taurino guarda memoria clara de las faenas que más le han conmocionado en Las Ventas, aunque las fechas concretas, ante el Arte en mayúsculas, le bailan
Historia del traje de luces, la segunda inspiración del torero

Justo Algaba tiene la torería tranquila, un concepto vital en el que el arte y la tauromaquia han modelado a un diseñador que no se da aires de nada, ni alamares de genio. Que lo es, en su sastrería, a la trasera de ... Sol con los figurines del Albéniz mirando su negocio.
Justo Algaba es el toro en la máxima expresión de lo artístico, y por eso la inspiración es y será el leitmotiv de esta sección. La inspiración y el recuerdo de una faena, de una faena en concreto que, como en el poema, haga parar los relojes y que el tiempo languidezca en esas cercanías tan bellas de la muerte.
Algaba es albaceteño, aunque su acento, ya, está enjaezado del miedo, de la gloria, de ciertos andalucismos y de tanto vestir a gladiadores en los previos del momento cumbre. Rememora aquel día que a Rafael de Paula, «torero gitano donde los haya», le llevó un traje con el que el sastre sabía que iba a triunfar. De refilón, y con la mala cara del torero jerezano, vio que había colocado la muleta en la cama. El colmo de la jindama. Pero Rafael de Paula, apaulado como el sol, fue, vio y triunfó.
En lo que sería la cacharrería del local, en la planta de abajo, Algaba tiene expuestas sus creaciones. Las más atrevidas, una chaquetilla de bombero torero y unos trajes picassianos. Allí tiene lugar la conversación en los lugares del miedo y la inventiva del sastre. Va a Las Ventas, donde Justo Algaba llega en 'los isidros' con prisa de bajar de Las Rozas, «un suplicio»; ya, en los alrededores, entre reventas y ganaderos que pagan la almohadilla con puñados reventones de euros, Algaba no se distrae, no se para «con nadie» y es el hombre del traje gris. Un hombre de gris en la rosa de los vientos del coso de Alcalá. Eso sí, que no le quiten su paseíllo, que es el momento donde más cerca está de Dios, del Dios de los sastres taurinos. «Una pisada» le vale ya para desarrollar su creatividad y vislumbrar si hay enfermería o Puerta Grande.
Inteligencia creadora
En el tendido le dicen «Justo, ya ha acabado el paseíllo, ya te puedes ir a casa». Pero no se va, y la inteligencia creadora va ya pergeñando en la materia gris una combinación, un color. Es amigo de indagar en las lorquianas habitaciones últimas de «la personalidad de cada torero». Una llamada de teléfono le sirve, con el laconismo que gastan los matadores, para tener ya el traje dibujado. En una ocasión, sobrevolando Egipto de camino a algún emirato, recibió un encargo. Al bajar del aeropuerto ya había remitido a España el boceto del traje.
Y es Las Ventas, claro, el espacio donde la memoria echa a andar y donde los recuerdos se le agolpan. Recuerda «una de Paco Ojeda en el 88», jarreando, y el maestro «allí, 'espatarrao' frente a los elementos». Otra de Julio Aparicio en la Beneficencia. La experiencia artística de la contemplación de lo bello le impide precisar el año. «Soy muy malo para las fechas», acaso porque más que en un calendario pasado, Algaba se mueve en la memoria sensitiva de tantas ferias.
No es o no parece querer ser mediático. Pero su vinculación con el cine es la que es. Se interpretó a sí mismo en 'Juncal', también por eso inaugura esta serie. Ha creado para cine, y le han vitoreado por ello en el extranjero. De su experiencia fílmica guarda el recuerdo imborrable de una de las mejores series que se han hecho sobre tauromaquia. Y hay que verlo allí, entre escena y escena, donde, lo confiesa, «la conversación iba y venía sobre el miedo». Y aunque el miedo existe, Algaba, al fondo de su exposición, tiene dos capotes de paseo. Uno con el Cristo de la Sed de Albacete «que le ha salvado cinco veces la vida», y debajo otro de Jesús de Medinaceli camino del Gólgota madrileño.
De las musas a la perfección
Como los buenos matadores, emplea con libertad el «gustarme», que es la sensación desde que la idea toma forma. No hace mal en compararse con Picasso: «Si él creaba en lienzo, yo creo en raso y seda». Otra vez, pues, la inspiración, la musa de la sastrería y de los tendidos que quizá sea la misma. Concibe el toro como un arte completo, y por eso no conoce faena sin pasodoble. «Si los sentidos están a flor de piel, ¿por qué no introducir un elemento, uno más de belleza?».
Admite que «el torero perfecto no existe, pero que sí hay perfección en los toreros», que todos los toros tienen su lidia pero «hay que aprender a interpretarla». Reflexiona sobre esto a media voz, frente a su Cristo de la Sed, tan milagroso en su vida. En esas confidencias, cuando la luz automática se pone íntima en la sala donde expone, vuelve a mirar a su Cristo de la Sed y a preguntarle y preguntarse «de dónde nace su inspiración», que en su caso concreto es de la soledad, de la soledad deseada, claro. Y es que, añade, «busca la inspiración» más «que su propio bienestar».
Justo Algaba tiene el criterio, pero también el respeto de los muy habladores. Anécdotas de un genio que le pone color y gusto a eso de desafiar a la muerte de la forma más honrosa y bella posible.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete