El peor viaje de Antonio Ruz: el laberinto de la ansiedad

Fue una etapa de su vida profesional muy intensa, en la que «estaba con un pie en Madrid y otro en Berlín». «Esa tensión personal y profesional me puso en una situación en la que no quería estar y de la que no sabía cómo salir», recuerda. «Aquel día me perdí en la calle, había nevado y tuve que sentarme», cuenta justo antes de echar mano de un poco de humor para rebajar la tensión: «Así, con estos detalles, te explico también el lado más romántico, más cinematográfico». Recuerda un poco al 'Winterreise' de Schubert, donde un caminante del que no sabemos nada se adentra en los caminos gélidos sin rumbo establecido para encontrarse a sí mismo.

Tras aquel episodio, tuvo que dejar el proyecto de Berlín: «Volví a Córdoba, a cuidarme, y estuve un mes entero sin trabajar, hice sesiones de terapia, de psicología, que me ayudaron mucho, pero toqué fondo. Iba por la calle llorando».

Muchos años después, «el peor día de su vida» lo ve como «una lección, igual que todos los viajes difíciles, de los que sacas algo de aprendizaje». También lo fue la lesión de rodilla que sufrió a los 21 años: «Yo he llorado mucho por esa lesión, y no por el dolor de la rodilla, sino por el dolor del alma, de no poder bailar, que era lo que más quería en este mundo y para lo que más había luchado». Con todo, las tres operaciones a las que tuvo que someterse lo llevaron a explorar otras vías de expresión artística. En ese punto, el bailarín se hizo a un lado para que pudiera pasar el coreógrafo que es hoy: «En 2001, estando en Ginebra, al no poder bailar, probé a crear una coreografía, a hacer que otros bailen». La lesión lo llevó, dice, «a buscar una danza más expresiva, hacer algo más creativo y expresarme no con mi cuerpo, sino con el cuerpo de otros».

Ese expresarse con el cuerpo de otros le ha llevado a los mejores escenarios europeos. La semana que viene, el 17 de mayo, su impresionante 'Pharsalia' regresa a Madrid, al Teatro Auditorio de Alcobendas. En otoño, su compañía estrena 'Norma', que no tiene nada que ver con la ópera de Bellini, sino que es una reflexión sobre «la norma social, las normas, lo que es normal, lo que no lo es, lo que está en el margen... Es una celebración de la diversidad, de lo diferente».

Ya en noviembre, estará en Kassel presentando una coreografía sobre el 'Requiem' de Mozart, que ha concebido teniendo muy presente la reciente muerte de su padre. Además, pensando en la huella que quiere dejar a medio y largo plazo, está inmerso en un proyecto que le hace especial ilusión: impulsar un centro coreográfico en Córdoba, «un proyecto para enriquecer el tejido cultural cordobés, andaluz, nacional e internacional».

Eso sí, todo este trabajo lo afronta con cuidado, para evitar caer de nuevo en las garras de la ansiedad y perderse en sus laberintos: «Cuando se me mezclan momentos emocionales un poco difíciles con momentos profesionales de mucho estrés tengo que tener cuidado. Ahora ya me conozco y sé frenarlo a tiempo. Mis creaciones también hablan de eso. Uno lo saca a través de su trabajo».