LA HUELLA SONORA
La voz a ti debida
«Una cosa es ser sensible y otra sentimental: lo primero viene con la boca abierta y lo segundo con el termómetro en la mano»
Artículos de José F. Peláez en ABC
![La voz a ti debida](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/09/14/1483886639-RI3ufsdbbv2g5NLV7m2PTSK-1200x840@diario_abc.jpg)
La hiperintelectualización es una enfermedad del alma. La otra es la sentimentalización. Si la primera te mata de frío, la segunda te ahoga de calor, un calor repugnante y viscoso como una almendra garrapiñada en una de esas ferias polvorientas y ruidosas. Lo sentimental tiene ... poco que ver con el sentimiento al igual que el progresismo tiene poco que ver con el progreso. Pueden parecer lo mismo, pero son solo primos terceros, copias falsificadas, engaños semánticos. En realidad, una cosa es ser sensible y otra sentimental: lo primero viene con la boca abierta y lo segundo con el termómetro en la mano.
Lo mismo sucede con el exceso de racionalidad, con la frialdad tétrica de la mejor opción, con la tiranía del miedo. La vida es demasiado compleja como para elegir la mejor relación calidad-precio, para optar por el camino más corto, para llevar encima la tarjeta de fidelización del super. La felicidad no funciona así, no hay señales que lo vinculen con el camino más cómodo. Es más, la felicidad viene siempre por la puerta de atrás. Es curioso: si te centras en ella, no aparece. Sin embargo, si te centras en el propósito descubres, sin esperarlo, la felicidad oculta bajo una manta, bailando en una esquina, riendo como un niño que ha perdido al escondite.
Que la vida no iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Y, cuando pasa, entiendes que la mejor opción la descartamos de base porque no somos inteligencias artificiales ni ingenieros metodistas de la Baja Sajonia. Vivimos en una sociedad que oscila entre el racionalismo inhumano y la hiperglucemia. Y así nos va.
Hay que asumir de una vez que no hay nada peor que la vida tranquila, los ahorros a salvo, la casa vacía; que no se ordenan los hoteles por precio, que no se miran los comentarios de los restaurantes ni se va por la ruta que nos indice el móvil. Hay que despreciar las compras en rebajas, las playas en agosto, el Škoda Octavia. Hay que renunciar al mojito, al desayuno incluido, al embarque preferente.
Necesitamos volver a complicarnos la vida, a mancharnos las sandalias, a aceptar que comodidad y destino son incompatibles. Los chavales de ahora dicen: «No me renta», como queriendo decir «No saco nada de beneficio con esto». Pero es que no somos inversores de renta variable, esta partida es contra la banca y te adelanto que la vamos a perder. «No me renta», digo yo. «Y precisamente por eso lo quiero». Les molestan los niños, les molestan los viejos, les molesta la lluvia que empapa la colada de ropa blanca del domingo por la tarde. Hay que quemarse a lo bonzo, inmolarse en mitad del pasillo, mandar a galeras a los gráficos.
Y un día, en mitad de un murmullo de niños que gritan, ancianos que sonríen y cuentas corrientes que tiemblan entenderemos, como una epifanía providencial y cañí, que el silencio, el orden y el plan de jubilación eran solo errores del sistema. Que parecían hacernos felices, pero que, en realidad eran veneno en pequeñas dosis, de ese que no mata, pero que a cambio no te deja vivir. Y entonces, en medio del caos, con las ojeras como pistas de aterrizaje y el destino murmurando en la sangre, sabremos que es aquí, que está todo y que, en realidad, solo hemos venido a esto.
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