la huella sonora
Un día de toros
Se unen las conversaciones artísticas con las superfluas, los rumores con la mitología y la amistad con el hedonismo
Más columnas del autor
![Las Ventas, en una corrida de la última Feria de San Isidro](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/09/08/san-bernardo-RpZ8Yb5599kZn4O8m6NWJMJ-350x624@diario_abc.jpg)
Ayer hubo quien me hizo cambiarme de ropa porque lo que llevaba no le parecía apropiado para ir los toros. Y eso que solo iba a ver a Juan Ortega. Si se me ocurre ir en sandalias a ver al Rey a lo mejor ... me llevan a casa a latigazos e insultándome como Clint Eastwood en 'El Sargento de Hierro'. En sandalias uno puede ir a la playa, a comprar unas gambas al Mercadona o pescar si eres un galileo del siglo I, pero definitivamente no a ver al Rey de España como hizo Isabel Perelló en la apertura del año judicial, que decía Gistau que le parecía una reunión de sumilleres y que a mí me parece el encuentro anual de la cofradía del espárrago de Navarra.
Me veo en la obligación de aclarar que yo a los toros iba en americana, pero aun así algo debió ver ella que no le gustó, decía que parecía que iba a un concierto de Bunbury, así que me sugirió que prescindiera de todo lo negro que llevaba encima. Y lo hizo con una forma de sugerir tan parecida a una orden que acabé con una camisa blanca que ni Los Sabandeños. No pasa nada, en realidad hace tiempo que he aprendido a no hacer preguntas cuya respuesta pueda incluir un color. Y menos si el color es un apunte surrealista del tipo 'rosa palo', 'blanco roto' o 'coral pastel', que no solo soy incapaz de imaginar, sino que, además, me abre las puertas a greguerías que ni Gómez de la Serna. Y además da igual porque yo a la plaza, como a las bodas, voy fundamentalmente a fumar, a fumarme puros como estacas. Por eso silbo a todos los toros, para que se alargue la cosa todo lo que se pueda, salgan los sobreros, vayan todos al caballo tres o cuatro veces, los maestros den seis vueltas al ruedo y me dé tiempo a fumar un poco más.
Y a comer con los amigos, claro. Y a cenar. Yo creo que no quedamos a desayunar porque nos da vergüenza. En realidad, un día de toros es una de las cosas más bonitas, complejas y adictivas que pueden sucederle a un hombre. Se unen las conversaciones artísticas con las superfluas, los rumores con la mitología y la amistad con el hedonismo. Aparecen amigos de amigos, las mesas para cuatro se convierten en eventos multitudinarios y para pagar algunas cuentas hay que rehipotecar la casa. Porque la corrida en sí, siendo el centro, a veces es lo de menos: lo importante es verse, celebrar la vida, pasar tiempo juntos y aprender de los que saben.
Viajar siguiendo a tu torero es algo indescriptible y más si no tienes un torero sino tres, como es mi caso: Morante, Ortega, Aguado. Recorrer España con la excusa de los toros es una de las maravillas de la vida, así que no queda otra que vivirla pero vivirla en torero, dando las ventajas, jugándonos la femoral y pasando mucho miedo sin descomponer la figura. Hay que levantarse en torero, ir de la ducha a la habitación galleando con la toalla, pegar tres chicuelinas en el pasillo y allí levantar la mirada gradualmente y un desplante delante de la foto del maestro Antoñete. Y a salir de casa caminando muy despacito, metiendo un poco las puntas para adentro, vaciándose en cada movimiento y gustándose en la poesía del gesto lento. Y al final acabar el día como lo empezamos: en toreros, en artistas, habiéndonos apeado un rato de la mediocridad de un mundo plano y con la sensación íntima de haber vivido, por fin, un día con la verdad por delante. Y, sobre todo, sin sandalias.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete