El camino del anillo: en busca de la Tierra Media de Tolkien por la Sierra Norte de Madrid
La España Bizarra (IV)
Hay quien cree que la Tierra Media de Tolkien está en la Sierra Norte de Madrid. Recorremos el Camino del Anillo para comprobarlo
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La España Bizarra (III): en un agujero en el suelo rezaba un templario
Hay un hombre que da frenazos en la carretera para no atropellar mariposas.
—Perdón, pero no puedo.
Es un hombre que cree en la belleza, en el asombro, en el respeto a la naturaleza: ese viaje salvará al mundo, explica. Es un hombre que ... no ve madera, sino árboles, cada uno con su nombre. Un hombre que sabe qué suelo está pisando, qué historia cuentan las piedras que le rodean, qué cantan los pájaros, dónde anidan los buitres. Es un hombre que cita a Tolkien y a Rachel Carson, al Papa Francisco y a las Spice Girls. Es un hombre que un día bajó en calzoncillos a la recepción de un 'bed and breakfast' en Oxford y se encontró a un profesor que le cambiaría la vida, aunque él aún no lo sabía. Un hombre que se entregó a la conservación de las selvas tropicales de Centroamérica hasta que se quedó sin fondos. Un hombre que un día escuchó a otros hombres («parecían hobbits») decir que la Tierra Media estaba en la Sierra Norte de Madrid, y con ellos se dedicó a convertir esa metáfora en realidad. Tardaron cinco años en conseguirlo, pero lo hicieron.
—Fueron cinco años recorriendo senderos, abriendo paso, buscando. Nos equivocábamos constantemente, nos perdíamos, muchos días volvíamos a casa con el pantalón hecho jirones… De hecho, descubrimos un sendero que llevaba treinta años sin usarse. Teníamos claro que esto tenía que ser algo espectacularmente bonito, porque la belleza es importante. La belleza es la base del encantamiento. ¿Y qué significa encantar? Estar en una canción. Y una canción tiene letra y música. ¿Cuál es la música? La belleza de la naturaleza. ¿Cuál es la letra? La historia de Tolkien. Y luego está quien la toca, la orquesta, el grupo, y eso es la compañía. Nosotros queríamos eso: encantar a la gente. Que quien lo hiciera le pasara lo mismo que a Frodo: que se deshiciera de su anillo. Es una conversión.
Él, vamos a decirlo ya, es uno de los impulsores del Camino del Anillo, un recorrido por la Sierra Norte de Madrid inspirado en 'El señor de los anillos' y dependiente de la Fundación Laudato Si: ciento veintidós kilómetros divididos en ocho etapas para unir la imaginación de Tolkien con la realidad, desde El Berrueco (Hobbiton) a Torrelaguna (Minas Tirith), y de ahí de vuelta a Hobbiton, pasando por Buitrago del Lozoya (Bree), Madarcos (Casa de Tom Bombadil), Montejo de la Sierra (Bosque Élfico), La Hiruela (Rivendel), Puebla de la Sierra (Moria), El Atazar (Lorien) y Patones (Tierras de Rohan). «El camino está hecho a escala 1-10: son ocho días de viaje por los ochocientos de los libros, y ciento veinte kilómetros de recorrido por los mil trescientos de la historia, aproximadamente. Desde que empezamos, en 2020, ya lo han hecho más de mil personas», continúa el hombre, que se llama Pablo Martínez de Anguita y hoy viste un polo azul cielo, aunque luego se disfrazará de Gandalf el Gris.
—Pero yo no me disfrazo, me visto.
La ruta («no es una ruta, es un camino») tiene sus complejidades. Para empezar, hay que utilizar una aplicación específica (IGN) en la que hay que instalar el 'track' del camino. En la guía que facilitan en su página web hay consejos preocupantes: qué hacer si te encuentras con un lobo, una víbora, un corzo, un zorro; qué hacer si te esguinzas entre la nada y el algo; ten cuidado con los cazadores… «Casi se nos muere un lord inglés en el camino. Tenía ochenta y dos años y llevaba marcapasos… Era asesor de la Reina de Inglaterra y CEO de empresas sobre las que no nos dio más detalles», cuenta Pablo.
Sobre todo, el camino exige asombro: hay que estar dispuesto a ver, como Don Quijote. Y si en ese molino nos ves un gigante, y esa bacía no es un yelmo, y esa piedra que brilla no es 'mithril', si no escuchas en el susurro del viento una antigua canción élfica («las estrellas brillan más / que las gemas incontables…») , es que hay algo que te turba los sentidos, impidiéndote ver, escuchar y sentir como los niños. «Hay que echarle imaginación. Pero a los que nos gusta Tolkien nos gusta la imaginación», sentencia Gonzalo Fernández, uno de los hobbits que convenció a Pablo de que la Tierra Media estaba en la Sierra Norte y que nos acompaña en el viaje. Acaba de vestirse de Bilbo Bolsón.
—¿Cómo llegó a esa revelación?
—Pues ocurrió porque Gemma [Álvarez, otra de las implicadas en esta historia] me llevó a ver la segunda película de 'El señor de los anillos'. Recuerdo que fue el día del estreno, fuimos a las 12 de la noche. Y yo no entendía nada, porque no había visto la anterior, así que me fijaba en los paisajes. Y decía: esto se parece mucho a la Sierra Norte [ríe]. Y después: claro, tiene sentido, porque como está en las antípodas de Nueva Zelanda… Todo empezó como un juego. Empezamos a buscar sitios y sitios e iban apareciendo aquí al lado. Aparecieron tantos que nos empezó a dar miedo [y vuelve a reír].
Su escenario favorito es el embalse de El Atazar, el más grande de la Comunidad de Madrid, una estampa épica, digna de la alta fantasía: el agua en calma, un puente antiguo a lo lejos, águilas pescadoras, buitres enormes, silencio. «Este sitio es increíble. En su día le mandamos esta imagen a Peter Jackson. Buscamos en las páginas amarillas de Wellington hasta encontrar la dirección de la productora, y le mandamos una carta con fotos de estos paisajes. Mucho tiempo después recibí una llamada, y me dijeron: 'el señor Jackson no va a rodar fuera de Nueva Zelanda, pero hay dos fotografías increíbles'. Y una era esta», afirma mientras señala el paisaje.
Gonzalo va señalando paralelismos: «Mira, estas lascas recuerdan a los campos por los que corren los orcos». Y también: «Antes hemos pasado por el primer toro de Osborne que se colocó en España. Resulta que Tokien se formó con Francisco Javier Morgan y Osborne, que era el tío abuelo de Bertin Osborne». Pablo se centra en la naturaleza: la flor de jara, que en mayo embellece los campos, la rosa canina, que es la madre de las rosas («todas las que hemos domesticado vienen de ella»), un roble de quinientos años que podría ser un 'ent'… Cuando lo vemos (el roble), una mujer coge agua en una tinaja, y la vida, de pronto, se parece a la imaginación.
Pablo explica que los senderos anchos invitan a la conversación. «Pero cuando el camino se estrecha te está pidiendo silencio, contemplación». Después del silencio, afirma: «El canto tiene setecientos mil años de historia, el habla solo cuarenta mil. La vida empezó cantando. La vida canta, y es un misterio».
—Yo pretendo que la belleza que has encontrado en la naturaleza sea una llamada a reparar tu casa: tu planeta, tu ciudad, tu familia. Si te pasas siete días viendo belleza es más fácil pedirte que cuides la naturaleza, lo que has visto. Porque es más bello participar de la belleza que consumir. Yo creo en una educación ambiental fundada en el asombro, no en el mandato moral [hace una pausa]. ¿Sabes? En Madrid hay cien mil niños que no ven el campo, que no conocen más que el asfalto o un mar de jeringuillas. Eso no puede ser.
Ya en la carretera, de vuelta a la ciudad, señala algo y suelta: «¿la torre de Sauron no se parece a…?»
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