El día que los dioses sonrieron a Garci
La Fundación Telefónica rinde hoy homenaje al cineasta cuarenta años después de que 'Volver a empezar' recibiese el primer Oscar de la historia a una película en español

Quién sabe si lo que van a leer a continuación se ha logrado con la inteligencia artificial. Es un pequeño viaje en el tiempo que trastoca en parte lo que ya sabíamos. Vamos a entrar en los recuerdos de algunas estrellas de cine sin permiso. ... Todos sabemos que la Gala de los Oscar de aquel 11 de abril de 1983 se abrió con la entrega del galardón a la mejor película extranjera. Y que lo ganó, por primera vez, un director español: José Luis Garci, que paseó palmito por el Olimpo de los dioses de la Academia de Hollywood, hace hoy justo 40 años. Fue la noche en la que Luise Rainer abrió el sobre y cantó a su manera el título de la película ganadora: «¡Vólver a eempesaaaaarrrr!» y el madrileño subió ágilmente al escenario del Dorothy Chandler Pavilion con su traje de Rick a decir que desde chaval soñaba con ese momento y que «los sueños se cumplen… a veces». Rick and roll. Pero hasta hoy no sabíamos lo que pensaban quienes le miraban desde la platea, aquellos seres estelares que, por una noche, se cruzaron con él.
Llegados al descanso, la gala había durado lo bastante para que los galanes dorados de Hollywood tuvieran prisa por acudir al mingitorio. Vemos entrar a Paul Newman, a punto de reventar, paso vivo, sonrisa de ojos azules, pensando en sus cosas: «'El Veredicto' lleva las de perder frente a 'Gandhi'». Pues sí, iba a perder. «Toca concentrarse en el próximo proyecto, en cuanto acabe la película con Scorsese». Es lo que le ha pedido Joanne Woodward, gran estrella algo eclipsada por su éxito y una esposa-pigmalión sin la que no sería Newman quien es. Entra en el baño y lo primero que ve es un Oscar sobre el urinario, desafiante: «¿Y el tuyo, Paul?», piensa en un barrunto de derrota. Qué mal fario. El dueño de la estatuilla, con tuxedo de chaqueta blanca, está orinando pegado a la pared y habla en español raro con un compañero a su derecha [Enrique Herreros (hijo), que ha pulsado resortes en la meca del cine y ha doblado el impulso con la Fox para que la película de Garci haya llegado tan lejos]. Newman no se arredra y se dirige al urinario libre junto al Oscar de 'Foreing Language Picture 1983', tal vez temiendo: «Kinsgley se lleva hoy el gato al agua, fijo. A este paso me darán antes un Oscar honorífico que uno por un buen papel...». Que igual fue lo que pasó. En ese preciso instante entra en el baño Jack Lemmon silbando, pero se calla al contemplar el reflejo dorado del Oscar recién ganado. Se arrima al urinario de la derecha. «¿Habrá uno igual que este para mí hoy?», parece oírse en el breve silencio de todos. Hasta que Herreros mira a los lados y dice algo extraño:
–¿Has visto al gachó?
–¿Y el otro gachó? –responde el de la chaqueta blanca… o algo así.
Ambos ríen. ¡Qué querrá decir!
Fuera del lavabo, Garci se acerca a Lemmon y este le saluda: «Lucky you!, ¿eh? ¡Congratulations! Si alguna vez necesita un actor de mediana edad medio cascado ¡piense en mí!«, exclama con el índice apuntando al magnético Oscar. En ese instante Paul Newman pasa de largo, pero recordará esta escena días después, en Chicago, cuando Garci –ya sin chaqueta blanca– acuda al rodaje de 'El color del dinero' y le invite a participar en su próxima película. Desde los ojos azules, dirá: «Don't waste your time. Busque a otro. Tengo ya comprometido el rodaje de 'El zoo de cristal' con Joanne». Lo dice porque sabe que no hay otro como él.
Al acabar la gala un joven Steven Spielberg, con el aplomo de quien sabe que 'E.T.' tendrá más vida que los Oscar que encumbraron a 'Gandhi', se cruza con Garci y le estrecha la mano: «Su discurso ha sido el más emotivo», elogio fácil, educado. Cuando todos abandonen el Dorothy Chandler Pavilion camino de la fiesta del Gobernador verán a Richard Gere fumando apoyado en unas escaleras. Solitario. Pensativo. O triste. No saben si piensa en Debra Winger o se duele de que sólo la canción de 'Oficial y caballero', mejor dicho, la canción y el sargento (Louis Gossett) hayan logrado un Oscar por encima de su impecable caída de ojos.
Para entrar en la fiesta del Gobernador no exigen la invitación al que lleva un Oscar en la mano, descubre Herreros. El director español se lo ha encomendado: guárdalo tú, que yo… Garci compartirá mesa esa noche en la fiesta con Jessica Lange, ganadora del Oscar a la actriz de reparto por su papel en 'Tootsie'. Y seguramente no hay nada mejor para un director de cine por aquellos años que pensar en rodar con tan bella actriz y además con una mesa de por medio. De ese pensamiento le sacará la noticia de que Seve Ballesteros ha ganado el Masters de Augusta, que les llega a los postres. España parece en racha, aquel abril de 1983, en América, como diría impropiamente cualquier estadounidense. Nada detiene la suerte, ni las mangas de gafe amarillo del vestido que eligió Pilar Miró para la gala, ni la felicitación del espigado Gregory Peck a Garci un par de días antes, para que su duelo al sol de los Oscar acabara en final feliz, aunque la directora general de Cine de entonces habría preferido un 'happy ending' de la mano de Gary Cooper que estás en los cielos…
La agenda de aquellos días fue infernal. Apenas una semana antes de recibir el Oscar, Garci viajó a España en vuelo relámpago para ver el copión de 'El crack 2', que se estrenaba aquella primavera: casi 20.000 kilómetros en un par de días. No podía retrasarse. Y al día siguiente de la citada fiesta del Gobernador el cineasta voló a San Francisco para la presentación de 'Volver a empezar'. Herreros recuerda que Garci fue el último en subir al avión porque había logrado una entrevista con el 'L.A. Times' y se hizo en el único rato disponible, antes de despegar, a las 9 de la mañana. «Yo había dormido con el Oscar y me desperté con él, no lo solté desde que él me lo había dado al final de la gala hasta que volví a encontrarme con Garci en el aeropuerto. Según bajaba del avión que lo trajo de San Francisco lo dejé otra vez en sus manos». Todos aquellos recuerdos brillan hoy, cuarenta años después: no son lágrimas en la lluvia.
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