Tàpies, 'el príncipe negro', ilumina el Reina Sofía
Manuel Borja-Villel regresa al museo del que fue director durante quince años como comisario de la gran retrospectiva del centenario del artista catalán, la mayor hasta la fecha
Tàpies: un centenario contra el olvido y la desmemoria
A los 18 años, una grave enfermedad pulmonar le mantuvo postrado en la cama. Durante una larga convalecencia pasaba las horas copiando a Van Gogh, a Picasso... Tenía reproducciones en color de algunos de sus cuadros y se dedicó a aprender a manejar el pincel. ... Autodidacta, Antoni Tàpies apenas pisó una academia. En la última sala de la exposición que le dedica el Reina Sofía aparece parte de una cama de hospital en un cuadro, 'Ni puertas ni ventanas'. Se cierra el círculo. En el budismo, que tanto le interesaba al artista, se cree que la vida es cíclica. En sus últimas dos décadas, la obra de Tàpies se vuelve melancólica, nostálgica. Todo su trabajo es una pulsión entre la vida y la muerte. Eros y Tánatos. 'Amor, a muerte', reza una de sus obras.
Manuel Borja-Villel regresa al Reina Sofía, museo del que fue director durante quince años. Es el comisario de una gran retrospectiva de Antoni Tàpies, la mayor celebrada hasta la fecha, plato fuerte del centenario de su nacimiento. Es uno de los grandes especialistas en su trabajo y fue director de su fundación en Barcelona. Esta es la sexta muestra de Tàpies que comisaría, entre ellas una en 2000, también en el Reina Sofía. Han pasado ya 24 años.
Tàpies murió en 2012. Comenta su hijo Toni que «cuando un artista muere, entra en un túnel oscuro y esta exposición, que reúne piezas magníficas, es una buena oportunidad para que las nuevas generaciones puedan reencontrarse con su pintura, para que su obra sea revisitada, valorada y puesta en el lugar que merece». En esa misma línea, Imma Prieto, directora de la Fundación Tàpies, subraya la importancia de volver a mirar el legado de Antoni Tàpies, que «está vivo y dispuesto a abrir nuevas grietas. Es un artista prolífico, poliédrico, polifónico; el más importante de la segunda mitad del siglo XX en España».
El Museo Reina Sofía y la Fundación Tàpies han coorganizado esta espléndida exposición, que ha invadido la cuarta planta del museo. Ya se vio una versión reducida en el Bozar-Palacio de Bellas Artes de Bruselas con motivo de la presidencia española de la Unión Europea y, tras su paso por Madrid (del 21 de febrero al 24 de junio), concluirá la itinerancia en su fundación de Barcelona (del 17 de julio al 13 de enero de 2025). Su título, 'La práctica del arte', se ha tomado de su primera compilación de escritos, en 1970.
Aparte de ser la mayor retrospectiva de Tàpies (reúne unas 220 obras, incluidas algunas nunca vistas en España, de museos y colecciones de todo el mundo y con destacados préstamos familiares, documentos inéditos...), explica Borja-Villel que parte de un enfoque distinto a las celebradas anteriormente: «Está hecha a partir de algo de lo que él siempre se quejaba: en sus exposiciones faltaba algo: su forma de trabajar. Entre abril y septiembre, aproximadamente, el estudio de su casa de campo estaba más o menos vacío, sobre todo en las últimas décadas de su vida. Entonces, empezaba a colocar un cuadro al lado de otro, creando una composición, un ambiente, un entorno... Se lamentaba de que esa atmósfera no se había hecho nunca». Borja-Villel ha querido cumplir aquel viejo sueño del artista, imaginando, a lo largo de toda su trayectoria, diez momentos, diez estudios, donde se recrean esos ambientes. Ello nos ofrece una visión distinta, novedosa, de su trabajo.
La exposición, que abarca toda su carrera (de 1943 a 2012), arranca con sus trabajos iniciales de los años 40, cuando se aprecia la huella de Miró, Ernst o Klee. Aprende de ellos y de todo lo que ve. «Pero también está la relación entre arte y ciencia, del hombre con la naturaleza, la espiritualidad... Veía continuamente todo lo que estaba a su alrededor: desde las guerras hasta un simple dolor de pie», advierte Borja-Villel. En el 48 funda, junto con Brossa, Ponç, Cuixart, Tharrats y Arnau Puig, el grupo de vanguardia Dau al Set. Están presentes algunos de sus autorretratos, como uno del 50, en el que reafirma su autoría en un papel que tiene en su mano con su apellido. Había nacido Tàpies.
En 1953 se da un punto de inflexión en su trabajo, que se vuelve más matérico. Es el Tàpies más conocido por el público: cuadros que semejan paredes o tapias, de colores terrosos (ocres, grises y marrones), en los que hay incisiones, marcas, huellas, perforaciones... Todo tipo de heridas. Fue un gran experimentador de la materia y el lenguaje. Siempre amó las palabras y los libros. Lo mamó en casa: su abuelo continuó la librería y editorial que tenía su bisabuelo materno. Su padre también fue editor. El libro siempre le interesó. Colaboró con escritores como Alberti, Brossa, Foix, Gimferrer, Valente, Jorge Guillén... Modernos jeroglíficos, sus cuadros están habitados por manos, pies, palabras, números, letras, cruces...
¿Hay una idea que le gustaría romper sobre Tàpies? «Muchas –responde Borja-Villel–. Una es la falta de conocimiento de su obra. Otra, entender que con un registro relativamente limitado de materias hay una variedad infinita. Es la mirada de un pintor, un pintor que además va más allá de la técnica. Es un pintor que hace objetos, entornos, ambientes. Esa idea de alguien que ve el mundo a través de la pintura. Es un pintor enorme, monumental (su catálogo razonado incluye 9.000 obras, sin contar la obra gráfica ni los libros ilustrados), una persona cultísima, con sentido del humor, un gran escritor y coleccionista, que explica la historia de España y de Europa en el siglo XX y cuyas pulsiones son de total actualidad».
Muy pronto conoció el éxito internacional: una antológica en el Guggenheim de Nueva York en 1962, las Bienales de Venecia (recibió el León de Oro en 1993) y Sao Paulo, o la histórica Documenta III de Kassel, en 1964, donde exhibió ocho obras. Tres de ellas, monumentales, comparten pared en una sala: 'Gran tela gris para Documenta' (1964), de Artium en Vitoria; 'Relieve negro para Documenta' (1964), de la Fundación Beyeler de Basilea, y 'Ocre para Documenta' (1963), del Louisiana Museum of Modern Art de Dinamarca. Hay, además, obras que no se han visto en España, como un préstamo del Meadows Museum de Dallas. También se exhiben sus cuadernos, donde anotaba sus ideas, sus sueños...
Son muchos los Tàpies que hallamos en esta exhaustiva retrospectiva: el más íntimo, el más comprometido, el más nostálgico de su etapa final... Lo social, lo político, lo humano, nada le es ajeno. Entre sus trabajos con papeles y cartones destaca la serie de dibujos 'Teresa' (1966), una declaración de amor a Teresa Barba, su esposa. A finales de la segunda mitad de los 60 y 70, se involucra contra el franquismo. Un activismo que le llevó a ser arrestado en 1966 por participar en una reunión clandestina en el convento de los Capuchinos de Sarriá. Fruto de aquello, una pila de platos encerrada en una vitrina: evoca a los monjes limpiando los platos de la comida. Más obras políticas de Tàpies son '7 de noviembre' (ese día de 1971 se celebró la Asamblea de Cataluña) o 'A la memoria de Salvador Puig Antich', en recuerdo al anarquista ejecutado en 1974. Un arte que cuestiona su propio lenguaje, su propia pintura.
Cuando fue galardonado en Venecia, muy cerca, en los Balcanes, se libraba una guerra fratricida. Su pintura se torna negra, crea figuras muertas envueltas en arpilleras, pero los ojos permanecen cerrados, no son capaces de expresar tales atrocidades. Cuelga en la exposición un célebre cuadro, 'Dukkha', del 95. En ella, una pierna ortopédica con un botín. En los 80, los barnices inundan su producción pictórica. Su obra se sosiega.
Aunque su trabajo siempre se ha inscrito en el informalismo y la abstracción, destaca el comisario que Tàpies «nunca termina por soltar la figuración. Ese debate entre figuración y abstracción hoy en día no tiene ningún sentido y para él esa separación no existía. Es materia que va creando cuerpos; no es ni abstracta ni figurativa, son formas, gestos». Ahí están sus 'pinturas preñadas' (materias con bultos que parecen moverse). Los objetos sencillos, cotidianos, se incorporan a sus cuadros: una silla con ropa, una huevera con periódicos, un taburete, una cama, una sábana (evoca el paño de la Verónica)... Aunque asociamos la obra de Tàpies a una monocromía de negros y ocres (en Estados Unidos lo llamaban 'el príncipe negro'), cuelgan cuadros donde predomina el color: el azul Klein de 'Pintura azul con arco de círculo'; el rosa de 'Sombrero rosa'; el rojo y amarillo de 'El espíritu catalán'... 'Celebración de la miel' (1989) es una pintura blanca que Borja-Villel ve como «un hermoso haiku que no puedes explicar».
En las dos últimas décadas, Tàpies, un pintor que ve con los ojos de la pintura, tiene problemas de visión: cataratas, degeneración macular... Las gafas se cuelan en sus cuadros. Enfermo, era consciente de que el final se acercaba inexorable. Perdió oído, le dolían las manos, padecía lumbalgia... Pero su trabajo conservó la fuerza de lo poético: «No se puede fotografiar la obra de Tàpies, exige verla 'in situ'. Lo siento 'instagramers'», dice el comisario. Entre sus últimas obras, 'Ola y cifras', de 2006, «una ola de vida, maravillosa, sin color, sin nada –dice Borja-Villel–. Tàpies ve solo sombras, pero le da igual porque su visión es interior».
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