Los han visto en el cine –en su rama más estricta, la amish–, en «Único testigo» (Peter Weir, 1985), y han podido verlos en la deslumbrante «Luz silenciosa» (Carlos Reygadas, 2007). Y, en México, es fácil encontrárselos en los semáforos, tipos altos y rubios ataviados con petos de tela vaquera, mientras venden sus quesos artesanos. Son los menonitas, una comunidad asentada en México (sobre todo, en Chihuahua) desde 1922, que hoy cuenta con casi cien mil integrantes y que se plantea regresar a Rusia, de donde partieron desde finales del siglo XIX hasta el apogeo de la URSS estalinista.
Los menonitas chihuahuenses han recibido una invitación del gobierno de la república rusa de Tartaristán —que existe, aunque suene a tebeo de Tintín— para emigrar a esa nación y desarrollar allí sus actividades tradicionales: la agricultura, la industria metalmecánica y la fabricación de muebles. Entre los beneficios que se les ofrecen están la exención de impuestos y del pago de energía, además de tierras ricas y abundante agua. Una oferta similar a la que les realizara en 1788 Catalina la Grande, cuando grupos de agricultores menonitas prusianos emigraron a Ucrania.
Representantes de estas gentes pacíficas y sosegadas han estado este mes en territorio tártaro para confirmar que aquella «tierra negra» es apta para el cultivo, regada por los cuatro ríos que atraviesan la región, incluido el Volga.
Enrique Voth, uno de los «patriarcas» que viajó a la República de Tartaristán, declaró a «El Diario de Juárez» que «aquí (en México) no hay futuro para nuestros hijos». En aquellas lejanas tierras ya radican menonitas que se dedican principalmente al cultivo de trigo, pero son pocos los productores que explotan la tierra «porque no saben cómo». «El país está muerto, hay mercado para todo», destaca Voth, quien cada noche se reúne con familias menonitas para enseñarles fotografías y explicarles, en lengua bajo alemana («plautdietsch»), las bondades de aquel país.
Caballos de tiro
Los menonitas son un grupo religioso anabaptista que lleva un estilo de vida austero y apegado a las enseñanzas bíblicas. Surgieron en 1525 en Zurich (Suiza) y los Países Bajos durante la Reforma Protestante, consolidándose tras las enseñanzas del sacerdote católico Menno Simons (1496-1561).
Los menonitas abandonaron Rusia a finales del siglo XIX para asentarse en tierras canadienses. Tras negociar con el gobierno del presidente Álvaro Obregón, el 1 de marzo de 1922 salía de Manitoba el primero de los seis trenes que contrataron para trasladar a San Antonio de los Arenales (hoy Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua) a 9.263 personas. Cada familia traía, además de sus pertenencias personales, menaje del hogar, carros, caballos de tiro, animales de granja, aperos de labranza, semillas y materiales de construcción. Aunque hoy están distribuidos por casi todos los estados del país, las comunidades más arraigadas permanecen en Chihuahua.
En 2008, los menonitas también fueron víctimas de la violencia que sacude México. A finales de aquel año, en Ciudad Cuauhtémoc los comerciantes echaron la verja y colocaron carteles con la leyenda: «Este negocio cierra sus puertas como protesta por la inseguridad que se vive en la comunidad y el municipio. Pedimos disculpas y los invitamos a manifestarse en contra de esta grave situación».