Acaba de terminar la reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en la ciudad marroquí de Agadir. La próxima no será hasta dentro de un año. Durante este tiempo Japón anotará en su cuenta de capturas 1.500 ballenas más. De nada sirvió la reunión de los representantesde los 88 países que sonmiembros de la Comisión Ballenera Internacional que teníancomoplato principal de la agenda poner coto a los desmanes de Japón, que lleva años saltándose la moratoria existente a la caza comercial de ballenas.
Y es que desde 1986, cuando se adoptó una moratoria internacional, Japón ha venido intentando año tras año levantarla de cualquier forma, bien intentando introducir el voto secreto para así ganarmás adeptos a su causa, incluso de países que no tienen salida al mar; bien con ayudas al desarrollo y sobornos a países africanos o a pequeños Estados insulares del Pacífico, como hace pocas semanas reveló una investigación del «Sunday Times». No lo ha logrado, pero en este tiempo no hadejado de cazar ballenas.
Escudándose en el vacío legal que existe sobre la llamada caza científica, la Agencia Pesquera nipona se asigna unilateralmente su cuota anual de pesca, incluso en aguas del Santuario Ballenero Antártico.
Culpables de la caída de stocks
A esas ballenas, ya muertas, las analizan, recogiendo datos sobre su edad y el contenido del estómago, pues Japón continúa amparándose en que éstas son las culpables de la crisis de los stocks de las pesquerías japonesas. Pero, claro, después de casi 25 años de moratoria nadie puede creerse que Japón siga necesitando más datos para demostrar su tesis, además de que como recuerdan desde los grupos ecologistas ya hay series de datos de décadas sobre la alimentación de estos cetáceos, sin contar con que existen métodos genéticos para hacer esos estudios. Por tanto, o la tesis japonesa es indemostrable o la explicación a su insistencia está en que una vez analizadas las ballenas, su carne acaba en los mercados, esto es, el fin nunca es científico sino comercial.
Este año el balón de oxígeno para Japón procedía del seno de la propia Comisión Ballenera Internacional, que se inventaba una fórmula para levantar en parte la moratoria y en contrapartida poder controlar las capturas de Japón, pero aún así los nipones no entraron por el aro. La propuesta de la presidencia de la CBI, presentada el pasadomes de abril y que tenía quevotarse en la reunión de Agadir, permitía a Japón cazar 400 ballenas minke en aguas antárticas entre 2011 y 2015, y reducir ese número a 200 entre 2015 y 2020. Para compensar esa reducción de las capturasen la Antártida—donde la flota nipona captura anualmente cerca de un millar de ejemplares de esta especie— se le permitía cazar 120 ejemplares más de ballenas minke en aguas próximas a su archipiélago, pero también daba el visto bueno a que capturase en otras aguas del Hemisferio Norte un número limitado de ballenas grises, ballenas jorobadas y rorcuales comunes, boreales y de Bryde.
Ese intento de mantener a la flota nipona bajo el control de la CBI suponía levantar en parte el veto a la caza comercial. Lo cierto es que la Comisión Ballenera no es un órgano conservacionista, sino un organismo internacional que gestiona la captura de ballenas, pero que dada la caída que sufrieron las poblaciones de estos cetáceos en los años 60 y 70, empezó a moverse hacia criterios más sostenibles hasta que en 1982 se adoptó la moratoria, que entró en vigor en 1986.
«Statu quo»
Pero ni siquiera este levantamiento parcial satisface las demandas de Japón, y finalmente la discusión de la propuesta se aplaza a la reunión del año que viene. Otra vez, porque así discurren las reuniones de la Comisión Ballenera Internacional desde hace varios años, sin que se sometan a votación los asuntos más peliagudos de la agenda y manteniendo el «statu quo» actual.
Un punto muerto que unos piensanque es un salvoconducto para las ballenas y otros que es una sentencia de muerte. Incluso entre los grupos conservacionistas las posturas están enfrentadas. Así, para la Sociedad de Conservación de Ballenas y Delfines «lo importante es que la moratoria se mantenga, ya que más allá de que durante la misma se hayan cazado ballenas —1.500 en 2009, por ejemplo— ésta ha logrado que disminuyan mucho las cacerías». Desde Greenpeace, en cambio, aseguran que «mientras los gobiernos continúan hablando, las ballenas siguen muriendo. Creemos que los miembros de la comisión han perdido una oportunidad vital de dar un paso adelante hacia la prohibición de la caza comercial», señala la directora de la campaña de Océanos de Greenpeace, SarahDuthie.
Desde la propia Comisión Ballenera Internacional, según se recoge en el documento propuesto por la Secretaría, se reconoce que desde la entrada en vigor de la moratoria, el número de ballenas cazadas fuera del control de la CBI ha ido aumentando.
Según sus cálculos, su propuesta evitaría la caza de 32.000 ballenas durante los próximos diez años, si se compara con los niveles de captura entre 2005 y 2009, unas 14.000 más que si se cazaran anualmente las cuotas unilaterales que seasignan los países balleneros.
Los datos parecen claros, pero las intenciones de algunos puede que no lo sean tanto. La pregunta es: Si Japón ha sido capaz de seguir cazando ballenas con una moratoria en vigor, ¿por qué no va a cazar más de lo que le asigne la Comisión Ballenera Internacional? ¿Por qué si durante este tiempo ha dirigido la gran mayoría de sus arpones haciael Santuario Ballenero de la Antártida iba ahora a desviar su objetivo hacia otras aguas? ¿Por qué si nunca ha permitido que inspectores de la CBI supervisen sus capturas iba a hacerlo ahora?
Todo son futuribles y por ahora no hay respuesta. Pero distintos delegados de la Comisión Ballenera Internacional han apuntado algunos motivos para que pueda darse el cambio: la presión internacional es cada día mayor y, sobre todo, los sabotajes de activistas medioambientales, cada vez más duros, les impiden cumplir con sus objetivos. Si la flota ballenera japonesa capturaba cada año un millar de ballenas en aguas antárticas, el año pasado sólo pudo cazar la mitad, con las pérdidas económicas que eso conlleva. El caso de los sobornos, de siempre aceptados como ciertos, pero de los que no había pruebas hasta que lo ha destapado una investigación del «Sunday Times», ha puesto a la Agencia Pesquera nipona contra las cuerdas, con toda la presión puesta sobre ella y no sobre los otros dos países balleneros.
Para calmar los ánimos se ha propuesto este periodo de «enfriamiento» de un año en el que las ballenas seguirán derramando su sangre en una guerra en mar abierto a la que no se avista fin. Para Luis Suárez, responsable del programa de Biodiversidad WWF España: «Los resultados de esta reunión, junto con las de CITES sobre el atún rojo y los tiburones, marcan un año desastroso para los océanos».