En el último encuentro decidimos que ya estaba bien de marear la perdiz y que nos debíamos poner de acuerdo para viajar juntos con un 'sept-place' hasta allí. En el camino me comentó que iba a visitar a su tía Lulú que vivía en Diembering, mientras me comentaba las maravillas del lugar. Muy ducho.
Sin tenerlo previsto, gracias a este contacto, me planté en Diembering. Así se las gasta el destino. Una gran y característica ceiba de treinta metros marca la entrada del pueblo. Por allí no había muchas actividad, casi nadie en realidad. Pregunté en una pequeña tienda por la playa y allá que me fui. Atravesé un camino de tierra y dejé atrás un cementerio bastante pequeño y abandonado, las vacas estaban pastando. Estaba absorto cuando un buitre se me echó encima en plan kamikaze y me llevé un buen susto. Oiga, no soy un cadáver aún.
Llegué a la orilla del mar en unos quince minutos. Era imponente mi visión, una playa sin nadie, virginidad casi total. Un extranjero con su hijo fue la única oportunidad para preguntar por mi destino, la casa de Toti y Lulú. Me pegué un baño en la limpia agua del Atlántico en formato recompensa por mi ajetreado día de transporte. Estaba cansado. Tras el baño prosigo mis pasos para encontrarme de nuevo con Pol y su novia. Mientras hablamos y contamos aventuras, un rebaño de vacas irrumpe y se carga la tranquilidad del lugar. Da igual, la magia continúa. En realidad fue una estampa que acentuó el encanto del momento.
A escasos metros de la playa está la casa de la tía Lulú, realizada como las construcciones típicas de Casamance, 'cases à impluvium'. Este tipo de vivienda suele ser grande y redondeadas y están pensadas para redireccionar el agua de la lluvia a una pila central y así aprovecharla y reservarla para épocas de sequía. Sin embargo, a la tal Lulú no le hicieron el tejado con la dimensión adecuada y el agua caía antes de tiempo. De cualquier modo su vivienda era y es preciosa, y su situación más que envidiable. Ella alquila habitaciones para aquéllos que busquen mucha tranquilidad en pleno paraíso. Yo estoy en esa lista.
El sonido del mar es de lo más relajante. Lamentablemente, a esto no le queda mucho tiempo de vida. Por una parte el océano se está comiendo el delta del río Casamance. Es por ello que para robarle tiempo a la naturaleza se han plantado pinos por toda la costa. Esta medida está frenando el proceso no está claro por cuánto tiempo. Por otro lado, en un futuro cercano harán una carretera en condiciones que sustituya el camino de cabras actual y facilitará el acceso de muchos turistas. Eso es bueno y malo a la vez.
LA FELICIDAD A OSCURAS
Tras un magnífico atardecer decidimos abandonar a nuestros amigos en su temporal retiro vacacional. El regreso lo hicimos por el interior en lugar de por la playa. La noche ya había caído. La luz de las linternas nos llevó hasta el pueblo, pero en su interior sólo aparecían cerditos y perros que se cruzaban a cada paso. La comunicación con los locales para que me indicaran el camino para llegar a la gran ceiba se complicaba, entendimiento cero.
Tras muchísimas vueltas, Diembering pasó de ser un pueblo a convertirse en un laberinto a oscuras. Por más que preguntaba no daba con el sitio. Pero la suerte (o el destino, llámenlo como quieran) a veces surge en los peores momentos: un chico que hablaba mi idioma me llevó hasta el gran árbol, además también habló con el taxista que esperaba en un lugar erróneo. Gran ayuda que fue bien recompensada con merecida propina. Qué menos.
Ha sido una gran experiencia ver que aún existen lugares tan exóticos y tan solitarios. Lulú, la anfitriona, me dijo que el día que asfalten y arreglen la carretera, será el final de Diembering, ya que facilitará la llegada de las masas. Me siento afortunado por haberlo conocido así. Supongo que cuando llegue la muchedumbre esto no me gustará. Que Ziguinchor entero se quede como está...