La referencia más sencilla es la ciudad de Noordoewer, que es más bien un pequeño pueblo fronterizo, aunque para el tamaño de las localidades namibianas es, digamos, grandecito. Como alojamiento, elegimos un camping en la misma orilla del río Orange. Las montañas de la otra orilla son ya territorio sudafricano. El entorno es muy bonito, con esas moles de piedra reflejándose en el agua.
La mayoría de visitantes que vienen hasta aquí buscan hacer kayaking o rafting. Las rutas son muy variadas, y su duración oscila entre uno y seis días. Niveles de dificultad también los hay para todos los gustos, ya que hay afluentes del Orange por el lado sudafricano que tienen tramos de aguas realmente bravas.
Nuestro grupo de viaje escogió un recorrido de quince kilómetros aproximadamente, en tramos básicamente mansos, ¡muy mansos! Tan sólo tres o cuatro rápidos, por llamarlos de alguna forma, pusieron un poco de emoción. Una parada para tomar un refresco en el país vecino nos; sirvió para poner una chincheta en Sudáfrica.
Por cierto, hay muchísimos cultivos por esta zona, que es lo que se puede observar de paisaje al ir en el kayak. Los tomates tienen muy buena pinta, y es que estamos en la huerta de Namibia. Pero el motivo del viaje hasta aquí, la excursión en el río, me decepcionó. Fue demasiado tranquila para mi gusto.
Cuando vuelva a Sudáfrica, pero de verdad, no como esta vez, volveré aquí para hacer los rápidos más salvajes. Que estalle la adrenalina. El lado del río sudafricano está lleno de empresas turísticas que llevan organizando esto desde hace años. Mucha más experiencia.