La 'cara B' de Silicon Valley sale a la luz a golpe de estafa
Durante años, para levantar millones de dólares en la meca de la tecnología ha sido suficiente con un buen relato y algo de labia. Todo gracias a inversores confiados y dispuestos a apostar fuerte para descubrir al próximo Steve Jobs
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Cuando Elizabeth Holmes decidió dejar sus estudios en la Universidad de Stanford para cambiar el mundo apenas tenía 19 años. Era 2003, internet comenzaba a estar en todas partes y la tecnología avanzaba a una velocidad de miedo, con paso firme. Silicon Valley ya ... llevaba un buen puñado de años siendo el sitio en el que había que estar si tenías una gran idea y la resiliencia suficiente para sacarla adelante. En el caso de la joven Holmes, esa idea consistía en revolucionar la salud. A través de su empresa emergente, Theranos, prometía hacer análisis de sangre completos a precio de derribo a partir de una simple gota de sangre.
¿El problema? Que, en realidad, todo fue una gran estafa. La maquinaria encargada de hacer los test nunca llegó a ser mínimamente funcional. Pero este detalle no detuvo a la emprendedora, que llegó a realizar análisis a pacientes en los que se ofrecían resultados completamente irreales. En 2016 estalló el escándalo. Theranos pasó de tener una valoración de 9.000 millones de dólares, y conseguir financiaciones apabullantes de inversores descuidados, a la nada más absoluta. Holmes fue condenada por estafa a más de once años de cárcel. Y si alguien piensa que en Silicon Valley cundió inmediatamente el ejemplo, está muy equivocado.
'Criptos' y pantallas
Durante los últimos meses, la caída de los 'niños bonitos' de la tecnología, de empresarios aspirantes a hacer bueno el lema del Facebook primigenio, ese que dice «muevete rápido y rompe cosas», ha sido tan imparable como inaudito. La caída más estruendosa, sin duda, ha sido la de Sam Bankman-Fried. Este treintañero, de pelo salvaje, mentón rasurado y aspecto desaliñado, se convirtió en uno de los grandes personajes de moda de la tecnología estadounidense gracias a su empresa de intercambio de criptomonedas FTX, que llegó a tener una valoración de 32.000 millones de dólares. Los inversores se lo rifaban, y los políticos querían tenerlo bien cerca. Solo durante 2022, el joven donó alrededor de 40 millones de dólares a los dos grandes partidos de Estados Unidos. La fiesta le duró hasta noviembre, cuando FTX colapsó después de que, presuntamente, el emprendedor orquestase una gran estafa con el objetivo de hacerse con la propiedad de miles de millones de dólares de sus clientes. Todo para pagar su vida de lujos en Bahamas.
Bankman-Fried será juzgado en los próximos meses. Lo mismo ocurrirá con Charlie Javice; como Holmes, otra niña prodigio con ganas de cambiar el mundo. En 2021, la joven de 31 años consiguió convencer a JP Morgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos, para que desembolsase 175 millones de dólares por su 'start-up' Frank, dedicada a la gestión de pagos de estudiantes. En principio, se creía que la empresa tenía unos cinco millones de clientes y acuerdos con unas 6.000 instituciones de educación superior estadounidenses. Sorpresa: en diciembre del año pasado la entidad se dio cuenta de que los números no cuadraban y reconoció que había sido estafada. Ahora Javice podría hacer frente a 30 años entre rejas.
Aproximadamente el mismo tiempo que podría pasar a la sombra Rishi Sha, otro gran emprendedor de Silicon Valley declarado culpable de estafa el pasado abril. A través de su empresa Outcome Health, cobraba a compañías de publicidad por mostrar anuncios en tabletas y televisiones que colocaba en centros médicos de todo el país. El problema es que Shah engañó de forma continuada a sus clientes sobre el alcance y el número de anuncios mostrados. Por el camino, eso sí, consiguió que Goldman Sachs y Google apostasen fuerte por su 'start-up', en la que invirtieron cerca de 500 millones de dólares. La valoración del negocio llegó a ser de algo más de 5.000 millones.
Como Shah, Carlos Watson también consiguió crear un imperio a base de inversiones de escándalo realizadas por fondos demasiado confiados. El empresario, de 53 años, fue el fundador de Ozy Media, compañía de medios digitales enfocada al público joven que contaba con su propio sitio web, podcast y canal de YouTube. Todo parecía ir bien hasta el pasado febrero, cuando echó el cierre después de que el ejecutivo fuese arrestado por estafar a inversores, para lo que habría llegado, incluso, a suplantar a terceros.
En febrero de 2023 también fue detenido Christopher Kirchner, fundador de la empresa de software Slync. Está acusado de estafa, entre otras cosas, por apropiarse de manera indebida de casi 30 millones de dólares de ganancias de los inversores para pagarse todos los caprichos.
Todas estas historias tienen algo en común: representan el triunfo del relato. Del personalismo de un puñado de emprendedores con capacidad para venderle un peine a un calvo. Pero no solo eso. También dejan al descubierto los errores de un montón de inversores y grandes empresas que no prestaron la atención debida y pecaron de confiadas en su búsqueda del nuevo Steve Jobs.
Invirtiendo en cuentos
«Esto es un mal endémico del capital de riesgo, se ha invertido una gran cantidad de dinero en narrativas. No en proyectos reales», explica en conversación con ABCJavier García, responsable de inversiones en la gestora de capital de riesgo LUAFund.
Y no le falta razón. Hasta 2022, con la llegada de la guerra de Ucrania y el aumento de la zozobra económica, los jóvenes aventureros con grandes planes tecnológicos, a caballo entre lo genial y lo imposible, no tenían demasiado problema para llenarse los bolsillos. Solo entre 2020 y 2021, el financiamiento de empresas en Estados Unidos con capital de riesgo se dobló, pasando de los 166.000 millones de dólares a los 330.000, de acuerdo con datos de Pitchbook, firma dedicada a la monitorización del capital.
«El dinero hizo que, en cierto momento, los inversores se relajaran a la hora de controlar lo que reportaban las 'start-up'», reconoce Mark Eric Kavelaars, cofundador de la gestora de capital de riesgo Swanlaab Venture Factory. «Ha habido un momento de burbuja, como en otros sectores. La gente se lanzaba a invertir en ocasiones sin pensarlo lo suficiente», zanja.
Esto ha sido posible, también en parte, gracias al afán por encontrar al caballo ganador antes que la competencia. Algo similar a lo que ocurre actualmente en deportes como el fútbol, en el que los equipos compiten por fichar jugadores jóvenes y prometedores que igual triunfan que te arruinan si no andas con ojo. En el caso de las empresas emergentes, además, la línea entre lo viable y el «finge hasta conseguirlo», que la mayoría de las veces acaba resumido en promesas vacías es, directamente, invisible. Y, claro, en estas condiciones lo normal es perder. Perder mucho. «La probabilidad de equivocarte es como jugar a la ruleta rusa con todas las balas en la pistola menos una», señala García. «La gran rentabilidad de un fondo reside normalmente solo en el 5% de su cartera. La mayoría de las inversiones caen en saco roto», remata.
En la misma línea se mueve José del Barrio, cofundador y ejecutivo del fondo de inversión de riesgo Samaipata, que destaca que «es muy complicado discernir entre negocios inviables y aquellos que son viables pero que necesitan quemar mucho dinero para alcanzar una posición de liderazgo». «El mercado se distorsiona y es difícil poner a cada uno en su sitio», afirma.
La IA, el próximo 'pelotazo'
El descenso en la liquidez ha provocado que, ahora, los inversores se lo piensen algo más antes de apostar por jóvenes talentos con ganas de comerse el mundo. También ha motivado que comiencen a exigir responsabilidades a las empresas cuando detectan alguna irregularidad. Nacho de Pinedo, director de la escuela de negocio digital ISDI, explica que casos como los anteriores «se han dado siempre», pero que la realidad actual ha provocado que, por fin, comiencen a salir a la luz: «Antes, cuando se estafaba, los fondos de inversión lo tapaban. Y lo hacían por dos motivos: el primero, porque les daba miedo quedar como estúpidos. El segundo es que, dentro del conjunto de su portafolio de apuestas, al final no dejaba de ser una cosa más que, simplemente, había salido mal».
De Pinedo señala que los inversores ahora son mucho más cautos que antes. Sin embargo, eso no implica que no sigan cayendo en las viejas trampas. «Hay un montón de empresas que están prácticamente quebradas por todas partes y que siguen levantando dinero», señala, por su parte, García. Y la inteligencia artificial (IA) tiene todas las papeletas para que la cosa vaya a mayores, y rápido. Solo durante el primer trimestre de 2023, las empresas que afirman trabajar con esta tecnología consiguieron una inversión de 1.500 millones de dólares, según Pitchbook. En ese mismo periodo, en 2020, la cosa se quedó en 250 millones. «La IA ya está siendo lo siguiente. Y el tema ya se está calentando mucho. Hay muchas empresas que están intentando meterla con calzador», dice José Luis Casal, experto en modelos de negocio digitales.
Sam Altman, CEO de OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, alertaba recientemente de que estaba viendo «demasiado entusiasmo de los inversores» con lo que la IA puede conseguir «en el corto plazo». Por su parte, Edgar Martín Blas, director ejecutivo de la empresa especializada en realidad virutal Virtual Voyagers señala que, casi cada mes, recibe la llamada de 'start-up' de IA con planes rocambolescos: «Afirman que van a hacer cosas que son impracticables. Ni de coña lo van a conseguir».
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