Una victoria distinta
«Saben que su esperanza no radica en última instancia en la política, pero quieren que esa esperanza también de forma a una política al servicio de la persona»
La Iglesia sorprendente que espera a Francisco en Indonesia
Reclamo a una participación masiva (23/07/2024)
![Nicolás Maduro](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sociedad/2024/09/03/maduro-RuldWNNeJ34dlcCddtaTcAI-1200x840@diario_abc.jpg)
Es frecuente que nos empeñemos en medir la eficacia y los frutos de la presencia cristiana con parámetros de naturaleza empresarial o sociológico-política que no funcionan. O sea, que no ofrecen una imagen verdadera. Lo pensaba este verano al seguir las informaciones que llegaban ... de dos puntos calientes de nuestro mundo: Tierra Santa y Venezuela.
En estos lugares que sufren hoy la violencia, la injusticia y la mentira de un modo especialmente hiriente, la voz y la presencia de la Iglesia pueden parecer en primera instancia la expresión de una impotencia, incluso una escapada a un mundo ideal que no conecta con la dura realidad cotidiana. Y, sin embargo, este verano me ha parecido evidente el gran bien que supone para estos lugares doloridos que pueda escucharse una palabra verdadera sobre la vida humana y un testimonio concreto de que, en medio del desastre, hay siempre una luz que no se apaga.
Escuchar al Patriarca de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, sirve más para comprender el drama de Tierra Santa que el torrente de palabras inútiles y agresivas que se vierten cada día sobre este asunto. Naturalmente, él no tiene la solución para el conflicto, pero su modo de mirar y de hablar introduce algo sustancialmente distinto. Durante su intervención en el Meeting de Rímini ha dicho que «la presencia de los cristianos introduce dentro de ese berenjenal –porque es un berenjenal– un elemento diferencial que obliga a pensar más allá de los tópicos y relatos ya conocidos». Quizás sea esa la clave.
Algo similar he sentido al escuchar a los obispos de Venezuela en medio de la impotencia que atenaza a todos tras el último desafuero de Maduro y ante la dura represión desatada por el régimen tras el pufo electoral que prácticamente todos reconocen. Los obispos no son actores políticos pero su palabra, sus indicaciones al pueblo, sí tienen una dimensión histórica que permite sostener la esperanza y alzar la mirada. Sobre todo, porque esa palabra se encarna en la experiencia diaria de muchas comunidades, grandes o pequeñas, que no se rinden ni a la violencia ni al desánimo. Saben que su esperanza no radica en última instancia en la política, pero quieren que esa esperanza también de forma a una política al servicio de la persona.
He pensado en todo esto durante una intensa peregrinación a Polonia para recorrer los lugares de san Juan Pablo II y la geografía espiritual realmente única de esa nación. Tampoco allí, en muchas ocasiones, la palabra y la presencia de la Iglesia se podían traducir inmediatamente en soluciones históricas de justicia y libertad. Pero el hecho de que la Iglesia, con todas las limitaciones de sus hijos en cada época, haya estado presente y haya dicho la verdad del hombre, y haya ofrecido cohesión y esperanza a la sociedad, tiene mucho que ver con que los dramas encadenados de su historia no hayan convertido a ese pueblo en cínico ni escéptico. Al contrario, esa presencia ha sido clave para cada nueva reconstrucción. Ciertamente, la victoria de Cristo en la historia no radica en que el mal desaparezca sino en que no conseguirá nunca suprimir al pueblo cristiano y la novedad que sigue llevando a nuestro mundo.
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