Rosas y espinas, la historia continúa
«Para unos era un conservador, para otros estaba demasiado abierto a cambiar aspectos de la disciplina eclesial»
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El Papa ha aceptado la renuncia del arzobispo de Viena, cardenal Christoph Schönborn, el mismo día en que cumplió 80 años. Con él sale de escena el último de los grandes cardenales forjados durante el pontificado de Juan Pablo II, en cuya biografía se ... refleja el arduo y apasionante camino de la Iglesia en Europa durante los últimos 30 años. Schönborn es hijo de inmigrantes bohemios, un brillante teólogo dominico que asumió la guía de la diócesis de Viena en un momento de grandes tensiones, cuando apenas contaba 50 años. Su ministerio se encuadró en la «nueva evangelización» auspiciada por el Papa llegado del Este. Lo tenía todo para encarnar esa tarea: inteligencia y juventud, amor a la Tradición y apertura a la modernidad, altura cultural y cercanía a los pobres. Junto a su gran amigo Joseph Ratzinger participó en la magna obra de redactar el Catecismo de la Iglesia Católica, y después sería uno de los más fieles colaboradores de Benedicto XVI.
Pocos días antes, en la imponente catedral de San Esteban, en el corazón de Viena, el cardenal se despidió de sus fieles y recibió un caluroso homenaje del que no quiso estar ausente el presidente de la República de Austria. Su homilía fue una hermosa acción de gracias en la que no faltó una espina clavada en su corazón de pastor: el abandono de la Iglesia por parte de tantos católicos en los últimos años. Schönborn se preguntó si Austria y Europa están abandonando la fe y, más allá de toda retórica, se percibe una punzada de dolor en su pregunta sobre a dónde se encamina el viaje que parecen haber emprendido las sociedades europeas. Es verdad que también señaló una novedosa apertura de los jóvenes a la propuesta cristiana (que también detecta la sociología) y el hecho de que su diócesis, Viena, haya aprendido sufridamente a caminar unida. En medio de los claroscuros de este momento, el viejo cardenal señaló con fuerza que «el Señor sigue llamando, y sigue habiendo hombres y mujeres que le responden».
Como sucede con los que son verdaderamente grandes, siempre se resistió a las clasificaciones fáciles. Para unos era un conservador, para otros estaba demasiado abierto a cambiar aspectos de la disciplina eclesial. Aunque no le gustaba la polémica tampoco la rehuía, como cuando dijo que la descristianización de Europa no era consecuencia del crecimiento del Islam sino de la pérdida de la fe en nuestro continente. No tuvo problema en señalar que Viena (la gran capital del último imperio «católico») era tierra de misión, y en invitar a nuevas comunidades a asumir esa tarea en ámbitos difíciles como la universidad. Logros y decepciones se entrelazan necesariamente en un servicio tan largo. En todo caso, Schönborn ha sido un buen obrero en la viña.
Es curioso que al aceptar el Papa su renuncia, no haya anunciado también el nombramiento de su sucesor en Viena, sino tan sólo el de un administrador diocesano hasta que tome una decisión, ciertamente trascendental. Es inevitable preguntarse por las dificultades de este momento histórico para guiar a la Iglesia en Europa con clarividencia, libertad y coraje. Lo que está claro es que su historia continúa, y que no podemos atraparla en nuestras predicciones.
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