Credo

«Se hizo necesario formular una 'regla de la fe', en la que los creyentes sencillos pudiésemos reconocer la verdad que se nos ha transmitido fielmente y que es la luz para nuestra vida diaria»

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El Papa Francisco este domingo celebrando la misa en la ciudad italiana de Trieste. EFE

El Papa ha manifestado su deseo, de corazón, de viajar a la ciudad turca de Nicea el próximo año 2025 para conmemorar junto al Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, el 1.700 aniversario del Concilio ecuménico que formuló el Símbolo de la Fe, ... el Credo que condensa los fundamentos de la fe cristiana y que seguimos proclamando hoy en la liturgia.

Desde los inicios de la Iglesia surgió el problema de asegurar la adhesión y la fidelidad de los bautizados a la verdad del Evangelio anunciada por los apóstoles, de modo que, pasando el tiempo, pudieran permanecer en esa verdad para vivirla y transmitirla al mundo. Se hizo necesario formular una «regla de la fe», en la que los creyentes sencillos pudiésemos reconocer la verdad que se nos ha transmitido fielmente y que es la luz para nuestra vida diaria. Esto es el Credo o Símbolo de la Fe. La peregrinación que tanto ansía Francisco, como ha querido confiar en un discurso al representante del Patriarca Bartolomé, quiere subrayar la necesidad que hoy tenemos de que el Credo sea mejor conocido y entendido, no sólo, que sea también contenido de nuestra oración y que se convierta en el criterio para afrontar la vida personal y sus implicaciones sociales. También quiere ser un gesto de petición al Señor por la unidad de todos los creyentes en Cristo, ya que las iglesias católica y ortodoxa, y buena parte de las que han surgido de la Reforma, se reconocen todavía hoy en la profesión de fe formulada en Nicea.

Decía Benedicto XVI que es necesario no sólo «conocer» el Credo, lo cual podría ser una operación meramente intelectual, sino «reconocernos» en él, o sea, descubrir la profunda conexión entre la verdad que profesamos y nuestra vida, para que esa verdad sea, efectivamente, luz para nuestro vivir cotidiano. Aquellos padres que se reunieron en Nicea hace 1700 años comprendían muy bien que, a la hora de proclamar la fe, no estaban en juego sutilezas teológicas o discusiones vacías, sino la verdad que sostenía su vida. Muchos estuvieron dispuestos a morir por no desviarse un milímetro de esa «regla de la fe». Eso sigue sucediendo hoy en lugares como Pakistán, Siria, Mali o Nigeria. Y, sin embargo, en no pocos lugares del occidente de raíz cristiana, a veces parece como si el Credo fuese sólo «una forma de hablar». Ojalá veamos la peregrinación del Papa a Nicea, y proclamemos con él la fe que vence al tiempo y sostiene la esperanza, la misma fe de los apóstoles. Pocos empeños tan trascendentales como ese.

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