Fabrice Hadjadj: «El suicidio demográfico de Europa es una cuestión de vida o muerte»
A contracorriente, el filósofo francés plantea que la secularización se ha frenado en Occidente y que corremos el peligro de la sacralización del espacio público
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La biografía de Fabrice Hadjadj (Nanterre, Francia, 1971) es un compendio de la historia y el pensamiento del siglo XX. Francés, de familia judía de ascendencia tunecina, con unos padres adscritos al maoísmo. Vivió así su infancia y adolescencia a caballo entre Túnez y ... Francia, por lo que no es de extrañar que su primera obra 'Objet perdu' (1995) –que codirigió con John Gelder y en la que colaboró Houellebecq– sea muestra del ateísmo nihilista que profesaba en aquellos momentos. Se convirtió al catolicismo en 1998 y podría parecer que mudó la metafísica fluida a la sólida teología, pero en la práctica nunca cambió ese estilo fresco y provocador, ni perdió su capacidad para afrontar los temas desde una óptica novedosa. Está casado con la actriz Siffreine Michel y tienen diez hijos. Ha firmado una Tercera en ABC, una colaboración que seguirá en las próximas fechas. Se encuentra en Madrid para participar en el acto «Nos jugamos la vida», convocado por NEOS.
— Vivimos en una sociedad donde no se puede llamar hombre a un hombre o mujer a la mujer, decidimos quienes pueden o no nacer, cuándo y cómo queremos morir, los animales de compañía son tratados como nuestros hijos, la inteligencia artificial es más inteligente que la natural. Incluso damos un último paso al consagrar como derecho humano fundamental el evitar que un embrión llegue a nacer ¿Qué queda del concepto de ser humano? ¿Se puede definir a la persona o hemos perdido para siempre esa opción?
—En todos los ejemplos que has dado hay un odio al cuerpo, a la carne. Es una de las grandes paradojas de nuestro tiempo. Podríamos pensar que nuestra época es materialista, pero en realidad es un materialismo que refuta la naturaleza, que rechaza el orden material de las cosas y el orden del cuerpo. Nací con un cuerpo masculino, pero hoy puedo decir que soy una mujer: no me llamen más Fabrice, llámenme Carmen. Es un materialismo tecnocrático. A partir de aquí, el problema es cómo entendemos esta palabra 'definición'. Porque cada uno dice que quiere definirse. ¿Y es la definición un acto donde uno impone su propia visión? ¿Es un recorte de la realidad y cada uno impone este recorte? O más bien, ¿es una recolección a partir de los datos de la realidad? Ese es el desafío. ¿Reconocemos que hay una realidad dada y que no son simplemente 'data' que puedo manejar con una inteligencia artificial, sino que es un 'donum' [don], algo que contiene una bondad que debo acompañar, que debo cuidar?
— En este proceso de destrucción ¿estamos alcanzando el límite o aún nos queda más por ver?
—La destrucción siempre tiene un límite, porque cuando ha destruido todo, se destruye a sí misma. El día que no quede nada, no habrá más destrucción. Efectivamente estamos viendo este fenómeno donde Europa, que renuncia a la cultura para entrar en una lógica puramente tecnocrática, también renuncia a la vitalidad, y finalmente entra en una fase que podemos llamar de suicidio demográfico. Las poblaciones europeas desaparecerán y serán reemplazadas por poblaciones africanas o de Oriente. Es una evidencia. De ahí se deriva la gran pregunta de hoy, ¿por qué los europeos ya no tienen hijos? Ni siquiera se plantea la destrucción, porque si no hay nadie, no es posible destruir nada más. Hemos llegado a ese punto, a la imposibilidad de la destrucción. Podemos pensar que hemos alcanzado de hecho esa especie de límite. Cada vez más se hace evidente para todos. No es una cuestión de fe, o de ideas, o de ideología. Es una cuestión de vida o muerte. Podemos preferir la muerte, pero ahora sabemos que esa es la disyuntiva.
—Y en ese sentido, ¿hay todavía tiempo para luchar y revertir la situación? ¿O es mejor sentarnos y esperar que caiga el meteorito?
—Planteas una pregunta sobre la responsabilidad. El problema siempre es creer que debo esperar a que actúe el otro, el Estado, un partido político, un cambio en la sociedad... cuando el desafío es primero lo que yo estoy llamado a hacer, cuál es mi responsabilidad. Yo no esperé a que el mundo fuera mejor para tener 10 hijos. No esperé a que me demostraran que la vida será feliz, sin sufrimiento y sin muerte. Quizás el meteorito caiga, quizás otros harán cosas buenas, pero yo, ¿qué voy a ser en esta situación? Curiosamente hablamos mucho de individualismo, o de egoísmo, pero de hecho, la gente ya no son individuos. Hay personas que están divididas, fragmentadas por las pantallas y que ni siquiera son capaces de unirse en una acción personal. Ya no hay egoísmo. Tenemos seres que están constantemente alienados por el último anuncio, por la última opinión, y que siguen comportamientos miméticos. Deberíamos ser un poco más individuales. Pero ¿qué significa ser un individuo? Significa ser capaz de retomar su responsabilidad, ser capaz de tener la iniciativa en las cuestiones vitales.
—A esta situación se une el proceso de secularización. Francia es pionera, pero España avanza a pasos agigantados. En menos de cinco años quienes se declaren católicos no serán ni la mitad de la población. ¿Qué podemos aprender de lo que vive Francia?
—Me siento un poco incómodo con el concepto de secularización. Creo que lo inventó Peter Berger, pero él también hablaba de la cuestión de la desecularización. Lo cierto es que la cuestión religiosa ha vuelto a la escena. ¿De qué hablamos cuando analizamos la guerra entre Israel y Hamas? E incluso en el caso de Ucrania y Rusia, con el Dniéper separando el mundo católico del ortodoxo. Quizás no se aprecie bien en Europa, pero a escala mundial se ve claramente que el espacio público está ocupado por lo religioso. En Francia, cuando hay atentados terroristas perpetrados por musulmanes diciendo «Allahu Akbar», nos dicen: «Ah no, pero no es porque eran musulmanes, es porque estaban locos». No queremos ver que el problema se está planteando de nuevo, hay una evidencia de que ya no estamos en una lógica de secularización. Se acabó. Y el peligro es que caigamos en lo contrario. Es decir, en una sacralización, y en una lógica teocrática. Un fundamentalismo que puede ser musulmán, pero podríamos imaginar también un fundamentalismo cristiano que dijera que el ámbito político debe convertirse en un espacio sacro. ¿Queremos volver a esa época de mezcla del espíritu de lo político y de lo religioso? No queremos eso. Pero hay otro aspecto...
—¿Sobre la laicidad?
— Sí, y es que la secularización tiene su origen en la religión judía y la cristiana. Primero, los elementos de la naturaleza ya no son dioses. Cuando Dios crea el mundo, pone el sol y la luna que son como luminarias, cuando para los paganos eran divinidades. Eso es secularización. Y luego, la Biblia establece una división de poder entre el rey y el sumo sacerdote. Por lo tanto, no hay que olvidar que en el fondo, la laicidad es una invención cristiana. Lo que sucede hoy es que el laicismo destruye la laicidad. Y la destruye de dos maneras. O bien haciendo de la laicidad una religión, con la iglesia del laicismo, que denuncia y destruye las demás confesiones. O bien haciendo como si el hombre no fuera un ser religioso. Y por lo tanto, al final, este laicismo hace que, como vemos en Francia, la fuerza musulmana invada todas las instituciones francesas. No queremos entenderlo pero, de repente, se invierte demográficamente la población. Y, de nuevo, el laicismo destruye la laicidad. Porque la verdadera laicidad es la que dice «no soy el poder espiritual, por lo tanto debo reconocer que hay un poder espiritual frente a mí, yo me ocupo de lo temporal». Y que dice «por lo tanto no soy una religión».
Paradoja de la neutralidad
«La idea de que el poder es neutral es propia del cristianismo, pero el islam no lo reconoce, su lógica es la teocracia»
Fabrice Hadjadj
Filósofo y escritor
—En cierta forma, en el propio germen del cristianismo se encuentra esa posibilidad de autodestrucción, al alcanzar su plenitud, cuando más consigue esa separación Iglesia y Estado, más débil se torna…
— Sí. Romano Guardini decía que la modernidad es desleal, porque toma cosas que provienen del cristianismo, pero las arranca del cristianismo. Como cuando se coge una flor, se corta, se arranca de la planta, y se coloca en un jarrón. Y se dice, ¡ah, qué flor tan hermosa! Pero, después de un tiempo, muere, porque no tiene raíces. Eso es lo que sucede. Por ejemplo, la afirmación de la libertad humana, de la justicia social, de la autonomía del poder político, incluso, como hemos dicho, la laicidad vienen del cristianismo. Pero se han aislado y nos han parecido más fuertes y hermosas, como la flor en el jarrón, y corren el riesgo de morir. Es muy interesante, porque la idea, por ejemplo, de que el Estado debe ser neutral respecto a las religiones, es una idea que no es neutral, tiene un origen cristiano. Cuando defendemos la neutralidad respecto a las religiones en el espacio político debemos reconocer que es una preferencia del cristianismo. Esa es la paradoja. Por lo tanto, si no reconocemos ese legado, después de un tiempo, esta neutralidad se enfrentará a ciudadanos, y en particular a aquellos que vienen del islam, que no comprenden la separación de poderes. Actuamos como si ellos debieran entenderlo así, como si fuera evidente, pero no lo es. Los musulmanes están más bien en la lógica de la teocracia. El califa también es el líder supremo de los creyentes. La lógica teocrática es bastante normal en la historia de la Humanidad, mientras que la invención de un poder político que sea distinto del religioso, está vinculada a la revelación bíblica.
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— Cuando pregunto a los obispos qué piensan hacer para revertir ese proceso constante de pérdida de fieles, siempre me remiten a las palabras del joven teólogo Ratzinger, quien hablaba de un catolicismo de pequeñas comunidades. Me da la impresión de que lo plantean más como un objetivo, que como una advertencia, que es como yo entiendo la cita. Que lo entienden como una justificación de lo que está ocurriendo y de los pocos recursos que ponen para revertirlo. Lo veo contrario con el principio de universalidad del catolicismo. ¿Cómo entiendes este debate?
— Tienes razón, señalas un problema real y no podemos conformarnos con ser un pequeño grupo particular cuando tenemos una vocación universal. Por lo tanto, sería la tentación de presentar a los cristianos como los judíos, quienes, como grupo particular, viven e influyen en los destinos del mundo, pero permaneciendo como un grupo particular. Por otro lado, si decimos que somos la religión universal que debe invadir el mundo, entonces nos volvemos como los musulmanes, quienes creen que el mundo debe convertirse en 'Dar el-Islam', la casa del islam, en una unidad, la unidad de la 'Ummah'. Y entonces, la pregunta es muy interesante, porque o caemos en un particularismo y los cristianos se vuelven como los judíos, o caemos en un universalismo y entonces los cristianos hacen como los musulmanes. ¿Cuál es la especificidad de, podríamos decir, la universalidad singular del catolicismo? ¿Cómo entender esto...? Es una pregunta muy importante. Benedicto XVI habla de 'minoría creativa', y hay que fijarse en este calificativo: creativa. Es decir, es lo que yo llamaría, un 'universal de misión'. Siempre ha sido así. Estaba en el inicio, y los apóstoles irradiaron, fueron por todo el mundo y convirtieron a muchos. Por lo tanto, en realidad, la energía cristiana nunca es una especie de universalismo estático que sería victorioso en el mundo. Eso es la visión del islam. Siempre es un universal que está en misión, en camino, y que siempre deja espacio al otro, a la libertad del otro. La pregunta que planteas es una pregunta, en mi opinión, que debería realmente interpelar a los obispos diciendo, cuidado, no debemos convertirnos en una minoría particular, ni tampoco pretender una universalidad que es aterradora. Debemos realmente pensar en qué es este universal de misión.
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