Trigo sin gluten o tomates contra la hipertensión: la batalla por la modificación genética de los alimentos vuelve a la UE
España aprovecha la presidencia europea para acelerar una norma que permitirá crear fácilmente plantas más atractivas o resistentes al nuevo clima
«Los productos CRISPR no son lo mismo que los transgénicos»

Los brócolis están muriendo con el calor récord de los últimos veranos, pero el genetista Javier Bernabéu podría tener una solución entre manos. Solo hay un problema. Tardaría al menos 12 años en llevarla al mercado y el coste sería inmenso con las leyes ... actuales. Ahora la Comisión Europea se ha propuesto cambiarlo con una normativa que facilite el uso de nuevas técnicas de edición genética en plantas, lo que acortaría el coste y los plazos a unos cinco años. «Sería una revolución en el sector, sobre todo en la fase en la que entramos con el cambio climático», dice Bernabéu, director gerente de la empresa Sakata Seed Ibérica.
La propuesta de Bruselas ha revivido el fantasma de los transgénicos, con países y grupos a favor -como España, científicos y empresas- y en contra -como Alemania o Austria, además de los grupos ecologistas-. Pero estas nuevas técnicas genómicas son muy diferentes a su predecesora. La forma de edición más popular en la actualidad es el CRISPR (léase 'crísper'), unas tijeras genéticas que pueden cortar, insertar o sustituir el ADN que el investigador quiera y que sea el propio organismo el que lo repare. Es el mismo sistema que utiliza la naturaleza, el mismo que lleva utilizando el ser humano cruzando diferentes variedades para conseguir nuevas con propiedades 'al gusto', pero con una precisión tal que permite inactivar el gen que causa la celiaquía en el trigo, crear un brócoli resistente al calor estival o un tomate contra la hipertensión en mucho menos tiempo.
En países como Estados Unidos o Japón ya lo están utilizando. «El mapa del mundo es terrible: Europa está totalmente aislada con este tipo de regulaciones», indica Lluis Montoliú, investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC (CNB-CSIC) y uno de los mayores expertos de la tecnología CRISPR. «Deberíamos parecernos más a Estados Unidos, Brasil o Argentina, donde se basan en parámetros de producto final, no en el método. Si creamos un producto con todas las garantías, ¿por qué vamos a demonizar cómo lo hemos conseguido?», señala.
La reunión informal de ministros de Agricultura que se está celebrando esta semana, convocada por España como presidenta de turno del Consejo de la UE, abordará la nueva normativa. España está muy interesada en la regulación y está acelerando el proceso. No hay mucho tiempo. En 2024 hay elecciones europeas y la legislación podría quedar inconclusa. Por eso, el objetivo es tener redactadas las conclusiones del Consejo en diciembre -cuando lo normal sería tardar al menos seis meses más- y que el documento sirva de base a futuras negociaciones. «No queremos que se parta de cero por el calendario electoral», reconocen fuentes gubernamentales.
«Se trata de una propuesta muy problemática y controvertida», asegura Nina Holland, de la entidad Corporate Europe Observatory, que vaticina que será «difícil» que vea la luz esta legislatura europea. «Alemania, Austria y algunos otros gobiernos están claramente en contra de la desregulación. Por tanto, la posición de otros Estados miembros importantes de la UE como Francia, Italia y Polonia será crucial», dice.
Solo 20 cambios
En el borrador europeo se contempla que cuando se inserten o se sustituyan letras del ADN de la planta (no en el caso de que se eliminen o que se inviertan) el máximo de nucleótidos cambiados será de 20 para que el vegetal resultante sea considerado 'convencional' y se agilice su acceso al mercado, sin necesidad de ser etiquetado como modificado genéticamente. Los cambios que sean más complejos seguirán un control más exhaustivo. «Esto es un despropósito, un número arbitrario», replica Montoliú. «No tiene sentido cuando en la naturaleza hay variantes que tienen cientos, miles de letras cambiadas. No tiene detrás ninguna razón científica».
En este punto está de acuerdo con los grupos ecologistas, que tampoco entienden el límite de 20 nucleótidos, aunque su mayor preocupación radica en la falta de trazabilidad y de control de los productos resultantes, ya que solo requerirán de una notificación en el mercado. «No nos parece seguro», dice Diego Bárcena, de Ecologistas en Acción. Sin etiqueta específica, tampoco se sabrá qué variedades se adquieren. «La gente que no quiera consumir productos modificados no va a poder», asegura. A largo plazo, vaticina una pérdida de biodiversidad, una pérdida de semillas no modificadas y una pérdida agrícola.
¿Qué es el CRISPR?
Hace tres milenios, las bacterias desarrollaron un sistema inmunitario bastante refinado: cada vez que un virus entra en su organismo, guardan parte de su material genético para que la próxima vez que el mismo tipo de atacante vuelva, cortar la secuencia nociva y parar la infección de raíz. Fue el español Francis Mojica quien se percató de este sistema, que bautizó como CRISPR. Una década después se supo que este mecanismo se puede trasladar a otros seres vivos, lo que abrió toda una revolución. Estas tijeras genéticas cortan, insertan o sustituyen el ADN que el investigador quiera y que sea el propio organismo el que lo repare.
¿Qué propone la Unión Europea?
Crear una nueva legislación sobre nuevas técnicas genómicas (NGTs) -entre las que destaca el CRISPR-, que facilite su aplicación y acorte los procesos para su entrada en el mercado. Para ello crea los «NGT de categoría 1», que serán equivalentes a vegetales tradicionales siempre que haya un máximo de 20 cambios con material genético presente en el acervo genético de la especie utilizada. Su entrada al mercado solo se notificará. El resto de modificaciones compondrán una segunda categoría, bajo un control más exhaustivo.
¿Existen alimentos editados con estas nuevas técnicas?
En la UE por ahora solo se investigan. Solo en España contamos con un proyecto liderado por Francisco Barro-Losada, del Instituto de Agricultura Sostenible IAS–CSIC, que ha conseguido crear trigo apto para celíacos. Fuera de la UE, hay varios productos vegetales disponibles. En EE.UU. se comercializa mostaza menos amarga. En Filipinas se han aprobado plátanos que no se oscurecen. Y Japón ha aprobado un tomate contra la hipertensión.
¿Qué argumentos hay a favor y en contra?
Bruselas dice que estas técnicas permiten el desarrollo preciso y rápido de variedades de plantas mejoradas, resistentes al cambio climático, a las plagas, con más rendimientos o que necesiten menos fertilizantes y pesticidas. En cambio, los ecologistas dicen que ni los beneficios ni la seguridad están probados. Critican la falta de trazabilidad de los productos modificados, la difícil situación en la que quedará la agricultura ecológica o la posible pérdida de biodiversidad.
Para Holland, Bruselas sustenta su propuesta en «afirmaciones sin fundamento» sobre la contribución a la sostenibilidad de estos cultivos. Preocupa la situación en la que quedará la agricultura ecológica, en la que no podrá haber semillas modificadas. «Será difícil de lograr sin medidas de trazabilidad, como un método de detección obligatorio. ¿Por qué el sector de alimentos orgánicos debería soportar los costes?»
Los científicos insisten en la seguridad de los productos y apoyan una regulación específica. Josep Casacuberta, profesor del CSIC e investigador del Centro de Investigación en Agrogenómica (CRAG) y miembro del Panel de Organismos Modificados Genéticamente de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), explica que «llegamos muy tarde» a la regulación. En Japón o EE.UU. «se está comercializando ahora productos que se empezaron a desarrollar hace seis o siete años», explica.
La pega no está en que no existan investigaciones europeas de nuevos productos. Solo en España contamos con un proyecto liderado por Francisco Barro-Losada, del Instituto de Agricultura Sostenible IAS-CSIC, que ha conseguido crear trigo apto para celíacos; o en el centro de Casacuberta se ha creado un melón del tipo de moda, el cantalupo, que dura más tiempo, entre otros. El problema es su comercialización.
«Hay una limitación muy grande para poner en el mercado esos productos. Es la gran rémora en Europa», dice Bernabéu, portavoz de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (Anove). El sector tiene claro que el cambio climático, con el aumento de temperaturas y la dispersión de nuevas plagas, pondrá a prueba la agricultura y necesitará todas las herramientas a su alcance. También es la opinión de Bruselas.
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Pero todavía hay trabajo por hacer. Fuentes gubernamentales reconocen que se trabaja en las «zonas de encuentro» entre los Veintisiete. Al contrario de lo que ocurrió durante la guerra de los transgénicos, esta vez «el enfoque está bien conseguido», aseguran. Las grandes preocupaciones están en los intereses comerciales de algunas naciones y en la situación de la agricultura ecológica.
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