'Furry': qué pasa cuando un menor se identifica como un animal
La comunidad de 'furries' se asienta a lo ancho y largo de nuestro país
Una profesora estalla contra una niña que se negó a reconocer como gato a una compañera: «Deberías estar en un manicomio»
¿Qué es un 'furry'?¿Y por qué aumentan los casos en Reino Unido?

Hace unos días, se hizo viral la noticia sobre Sara, una menor inglesa de 15 años que ya no quiere ser identificada como niña, sino como un gato, lo que en la jerga correcta se denomina 'furry'. Sin embargo, la noticia no era ... cierta: el caso fue desmentido por el colegio después de que se iniciara una investigación por parte del Ministerio de Educación británico, tal y como informaron medios nacionales como el Daily Mail.
Pero no es desconocido para nuestros adolescentes, tal y como reconoce, con total normalidad, una paciente de 13 años de la consulta de Nuria García Alonso de la Torre, directora de Ayudarte Estudio de Psicología, de Asturias, quien le admitía durante una sesión: «A mí me salen 'furries' todo el rato en mis redes, en especial uno que se comporta como un lobo y que tiene muchos likes».
Las redes sociales, apunta esta psicóloga, «sirven de amplificador. Algunos adolescentes buscan lo llamativo, el meme o el viral… El algoritmo encadena y solo les sale eso. Al final, cierto tipo de contenido puede acabar condicionando a una mente que todavía está por construir. Al igual que en su día fue el juego de la ballena azul, algunos siguen este tipo de corrientes por popularidad, y otros porque no están a gusto en su piel. Es muy fácil que salte en la pantalla el mensaje de 'si no te gusta tu vida, cambiala'. En el sentido de: 'cambia de género' o. si fuera el caso, 'cambia de especie'».
Este tipo de noticias, admite García Alonso de la Torre, «nos pueden sorprender, pero es que la soledad y el vacío que tienen nuestros niños y adolescentes es enorme». No significa, asevera, «que todos tengan un problema: unos siguen esta tendencia por llamar la atención y otros porque el género humano les ha decepcionado y esto les parece más amable…», sugiere la directora de Ayudarte Estudio de Psicología. «Es una vía de escape que, aunque muchos no la entiendan, no deja de ser una salida. Que, por cierto, han encontrado en las redes sociales algunos menores que en un momento determinado de debilidad pueden estar más impresionables o vulnerables y engancharse».
Desde Huelva a Sabiñánigo, pasando por Reus… La realidad es que la comunidad de 'furries' en España no para de crecer. En este momento, según el recuento público que hace la página web de furrys.es, desde donde han declinado participar en este reportaje, hay 148 repartidos por todo el país. A través de esta plataforma hacen comunidad y se informan por chats grupales de Telegram y Discord asociados a furry.es de las diferentes quedadas públicas y hasta convenciones.
Fuera de esos ámbitos acotados, surgen los problemas. Hemos entrado en un contexto, reconoce el psiquiatra Javier Quintero, director de Psikids y jefe de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor, «donde sin duda hay que tener respeto, pero de ahí a darle el matiz de normalidad a cualquier cosa, hay un abismo». Como también es verdad, reconoce este experto, «que estamos en un proceso muy complicado, donde vemos psicopatología muy compleja en niños y adolescentes».
Nuevas identidades
La realidad es que la sociedad «ya está acostumbrada a fenómenos como el de los furries», advierte José Ramón Ubieto, psicólogo clínico y psicoanalista, colaborador de la UB y de la UOC y autor de libros como 'Del padre al Ipad', donde la «gente busca, a veces desesperadamente, formas nuevas de identidad, de representarse, de pensarse. Es un fenómeno reactivo a una era, la de la digitalización, en la que se pierde un poco de vista lo que son las referencias clásicas». Se refiere Ubieto a «los núcleos familiares, escolares, de amigos, comunitarios, de vecindario, de tierra, la patria… Todo esto que ha proveído de identidad durante muchas generaciones y que hace tiempo que la globalización ha ido disolviendo su poder».
En una primera lectura sobre este caso, prosigue este experto, «vemos que la gente busca avatares, y los explora bajo esta idea o tendencia que hemos visto en términos actuales, de encontrar representaciones de uno mismo. Se hace siempre bajo el signo de la autodeterminación, como plantean los chicos con su avatar en el metaverso: 'soy el que digo ser'. Si digo que soy un gato, soy un gato, si digo que soy un mamut del Pleistoceno, también lo soy. Cuando el otro no te da la identidad, sucede que tú te la asignas».
Dicha autorrealización, corrobora Quintero, «la estamos llevando a límites insospechados». Es más, a su juicio, este tema de los 'furries' «podría ser una caricatura de la realidad actual. Vivimos en un contexto de indefinición, una sociedad 'líquida', donde es a los más pequeños a quienes más les está costando encontrar su espacio. Pensemos que todo crecimiento se debe hacer desde una base sólida».
Desarrollo
El problema, explica el jefe de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor, «es que se está proyectando la mentalidad del adulto en la del niño, creyendo que este va a tener la madurez suficiente para analizarse y comprenderse. Pero, incluso desde el punto de vista neurobiológico, la corteza prefrontal, donde ubicamos el razonamiento, no está suficientemente madura en los niños. Además, no se está teniendo en cuenta que la infancia necesita de unas guías por las cuales ir evolucionando. Es como querer entender los grises sin tener claro cuál es el blanco y cuál el negro».
Otro error es la generalización, explica el director de PsiKids: «Seguro que algunos menores van a tener la madurez suficiente para hacer ciertos procesos a su edad, pero la media de los chavales necesitará de sus referentes para poder entenderse y comprender su entorno, cuestionarse y cuestionar lo que le rodea, lo que no necesariamente debe llevar implícito dar todo por bueno o válido».
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Quintero admite que esto se observa también en la población adulta, «pero entre la rigidez de modelos antiguos y la ausencia de límites actual, está el término medio, ahí donde nos encontraremos con la virtud. Los extremos de severidad o de exceso de liquidez en realidad no ayudan a estructurar las mentes en crecimiento. Un niño de diez años necesita unos principios sólidos. Es como un árbol que necesita de unas raíces estables para crecer en todo su esplendor», concluye.
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