La 'sevillana' que cuida África
Se llama Cristina Fernández, tiene 78 años, y, con la ayuda de Manos Unidas, lleva 30 años entre Benín y Burkina Faso enseñando a niños y mayores a proteger el planeta para poder vivir de la tierra
Manos Unidas, presente en más de 50 países y cientos de proyectos
Todo en ella es amabilidad. Se preocupa por el periodista, y entabla una charla tan agradable que el paso del tiempo se difumina. El reloj es para otros. Llevamos una hora hablando. No es una entrevista, es una forma de vida empleada durante décadas en ... ayudar a los demás. Dice que no tiene miedo a morir, pero sí le pesa perder cualquier oportunidad para extenderse en África con la ayuda de Manos Unidas, su barco particular en un mar bravo al que conoce desde hace 30 años. Replica que ya olvidó los días en los que quería cambiar el mundo; hoy, insiste, acepta.
Una y otra vez, asegura, entiende la realidad de una sociedad castigada, sumamente olvidada por el primer mundo, y con matices que la hacen una tierra insólita y regada con valores de agradecimiento. «Los abrazos en África son distintos; se sienten de una manera muy especial. No es mejor, ni peor; es distinto. La gratitud se percibe muy fácilmente. Las personas son capaces de darte todo lo que tienen porque agradecen de verdad», sostiene.
Ella es Sor Cristina, de la Congregación de Religiosas Teatinas, inspiración y recuerdo de muchos sevillanos que conocieron su simpatía y cariño durante los algo más tres años, de 2019 a 2022, en los que recorrió cada parroquia, cada calle, cada lugar en los que encontraba una causa para ayudar. «Formé parte de la Delegación de Misiones. Visité muchos pueblos, Lora del Río, Dos Hermanas, Utrera, Cantillana... También caminé por toda la ciudad. Fui a todos los barrios, a todas las iglesias. Tengo algunos problemas de espalda, pero las piernas, por ahora, están perfectas. Sevilla es especial por muchas cosas, pero, sobre todo, por el entusiasmo que le pone su gente en todo. ¡Es admirable! Estuve en Fátima y en el Seminario de Sevilla», reflexiona sin poder disimular cierta exaltación, complacida por cada muestra de cariño recibida en una Sevilla que recuerda bañada de luz.
Hoy, la luz la pone ella en Burkina Faso, epicentro del yihadismo y falta de tantos argumentos para poder hablar de justicia. Tras vivir durante 28 años en Benín y dirigir el hospital infantil de Tanguieta, y su paso posterior por Sevilla, se marchó de nuevo con su pequeña maleta al continente africano para encontrar respuestas, un vínculo infranqueable con el que desde la capital de Burkina, Uagadugú, enseña (por mucho que a ella le pese hablar en primera persona) a proteger el planeta para poder vivir de la tierra.
La última iniciativa, con la ayuda de Manos Unidas, bien ha merecido la pena. «En enero abrimos nuestra Escuela de Primaria. Tenemos seis clases, con casi 200 niños. También tenemos un comedor, una cocina, y un almacén. Hay algunos alumnos que salieron huyendo de aldeas a las que llegaron yihadistas. Se quedaron sin nada. Hay situaciones muy duras, claro», lamenta sin detenerse mucho, deseosa de darle una lectura positiva a cualquier problema. Ella prefiere hablar de recursos, preparación y formación, base de cualquier crecimiento. «Nosotros, lo que queremos, es que ellos aprendan a hacer, que sepan que sí se puede hacer algo. Hay cosas que hacen sin saber que se puede hacer de otra manera, de una forma mucho más sencilla. Hablamos también de sembrar, de cocinar, de cuidarse... La educación es básica en todos los sentidos».
La reflexión parte de una pregunta y de una sensibilidad muy mayor entre los vulnerables: la protección del planeta, un empeño que aumenta para Sor Cristina con el paso de los años tras conocer tantas realidades tan desgarradoras durante 30 años de servicio a los demás.
Bajo el lema 'El Efecto Ser Humano', y con proyectos y actividades organizados por Manos Unidas, Sor Cristina enumera algunas de las acciones que ya realizan en el nuevo centro escolar de Burkina Faso. «Aquí no hay muchos árboles, y los que hay, hay que cuidarlos. Estamos en una zona seca. Siempre se ha cocinado con carbón, con leña. Es una realidad de África desde hace muchísimo tiempo. Nosotros tenemos en la cocina una instalación de gas. Los niños, los padres... ven que se puede cocinar así. Hemos encontrado unos herreros que hacen unos fogones especiales para poner las cacerolas y podemos cocinar para más de 100 personas», cuenta ilusionada y deseosa de ver cada día a sus niños comiendo.
También con agrado habla de los filtros que han instalado para que el agua que llega de «un pozo de 60 metros» sea de una mayor calidad reduciendo los contaminantes . Y de la importancia de cuidar a los animales, como las vacas, para poder tener comida con la que alimentarse: «Estuvimos en una granja donde ordeñan vacas. Hay, igualmente, un pequeño centro donde las religiosas hacen postres con la leche. Fuimos con más de 200 niños a verlo. Todos comprendieron que así podemos comer».
El alimento del alma es otra cosa, refugio de Sor Cristina y anhelo del pueblo africano. Cada día sale el sol donde menos se le espera, territorio con muy poco, y cariño desmedido. «Tienen tan poco... que necesitan muy poco. Hace unos días, una madre me dijo, al buscar a su niño al colegio, que se había dado cuenta de que su hijo llegaba a casa con pequeñas piedras en los bolsillos para luego ponerse a jugar con ellas», rememora conmovida por tanto amor. Como el que ella profesa por África.
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