Reloj de arena
Tomás Azpiazu Moreno: El Pavarotti del Arenal
Rockefeller, en su apartamento de la V Avenida, lo persiguió para que le hiciera una paella
![Tomás Azpiazu está tomada en una de las muchas fiestas en las que cantó en París](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/sevilla/2021/02/06/s/tomas-aspiazu.-pavarotti-kTFG--1248x698@abc.jpg)
Frank Sinatra en el Día de la Hispanidad en Nueva York, le pidió que le cediera por unos minutos el escenario del Waldorf Astoria para que cantara y Tomás le dijo: maestro el teatro es suyo; en casa de los Kennedy ... en Washington, por las buenas artes de Nati Abascal y Julio , Ayesa acabó con la lírica folk irlandesa cuando se arrancó por «Yo soy del sur»; en Quito, en la plaza de la Catedral durante el Día de la Independencia, con 86.000 espectadores de uñas por ser español, se los metió en el bolsillo a todos con un fandango directo al corazón del quiteño y, en fin, en la boda braguetera de un burlador sevillano con la prima de Balduino de Bélgica, la princesa Wanda de Ligne , estuvo una semana de castillo en castillo, cantando junto a Los del Río .
Su vida, en algunos aspectos, es parecida a esa estrofa del Tenorio: a los palacios subí, a las cabañas bajé. Porque igual le cantaba al anticuario Rossi en París que a Pablo Escobar en Medellín en la prisión La Catedral, la que se construyó a imagen y semejanza de sus malas artes para entrar y salir del presidio cuando le diera la gana. Arriba y abajo.
A todas esas alturas cantó, alegró, festejó y asombró Tomás Azpiazu , El Pavarotti del Arenal , el joven que conocía al conde Brosky …
Doble
«Tomas Azpiazu, cantante de sevillanas, tuvo como apodo el de Pavarotti por su marcado parecido físico con el famoso tenor de Módena»
Azpiazu es un producto químicamente puro de la década prodigiosa. De aquellos años ochenta y noventa en los que el dinero corría por las calles, el ladrillo se hizo moneda de curso legal y el pelotazo no lo daba el Yuyu en Canal Sur, sino los políticos haciendo recalificaciones terrenales en los paraísos inmobiliarios.
Fue su época la de Menchu en Marbella y la de los grifos de oro del yate Nabila de Adnan Khashoggi , la de la gente guapa en fiestas que pedían a gritos a un Scott Fitzgerald para describir su fastuosa decadencia. Azpiazu se coló en aquel ambiente, se hizo cantante de la High Society y cuando no estaba en Marbella era porque un bodeguero mexicano, un banquero ecuatoriano o un Rothschild en París lo requerían para que diera ambiente sureño al boato de sus fiestorros.
Jet
«En casa de los Kennedy en Washington, por las buenas artes de Nati Abascal y Julio, Ayesa acabó con la lírica irlandesa y se arrancó por “Yo soy del sur”»
El bodeguero mexicano le regaló a Tomás un dólar de oro; en el hotel Golf de suiza actuó junto a los Gipsy Kings , Roberto Carlos y se tomó unas copas con el guapo universal de entonces: Alain Delon . En Ecuador, el presidente Pérez Cordero , le dio la medalla de la nación, lo llevó a su palacio de hamacas, palmeras y estatuas neoclásicas para que nuestro Pavarotti cantara y se entretuviera jugando al escondite con sus dos esculturales hijas.
Todo esto lo logró porque ante 86.000 quiteños enardecidos por el Dia de la Independencia, donde un español opresor e imperial osaba cantar, se sacó de la manga un fandango y puso la plaza boca abajo. Atentos a la letra: «Quito tiene una bandera/hecha de sangre y de sol/si a mí me quitan de que yo la quiera/ no sería quiteño yo/ sería de una nación cualquiera…» Todavía retumban las piedras españolas de aquella plaza criolla ante la habilidad de su improvisada letra.
Conde
«En casa de un poderoso banquero ecuatoriano descubrió que el conde Brosky que tanto ponderaban era el ubicuo y burlador Pepe Pineda de Cantillana»
Les hablé más arriba de que Aspiazu conocía al conde Brosky. Se lo explico. Un banquero poderosísimo de Ecuador, lo invitó a que cantara en una fiesta privada. El banquero, un personaje extraordinario, interpretó algunas piezas al piano. Luego Tomás comenzó a cantar por Sevilla. Y vio cómo se les humedecían los ojos a los invitados. Le explicaron que su música le hacía recordar a un sevillano maravilloso con trágico final: el conde Brosky, con nombre de pila don José de Pineda y Cantillana . Pepe Pineda era un personaje en aquellos círculos criollos y en el taco. La niña del banquero se enamoriscó del sublime pícaro, le puso casa grande, le regaló un Mercedes y dinero jamás le faltó en la de Ubrique. Nada es para siempre. Y todo se torció cuando le pusieron fecha, iglesia y fiesta a la boda.
Pepe Pineda, el conde Brosky, se pagó una página completa de periódico para que explicaran su muerte en accidente de tráfico y voló lejos del paraíso. Tomás siempre negó conocerlo. Ni quiso serle infiel a su amigo el conde de pega, ni quiso ser desleal con familia que tan buen trato le dio. Azpiazu se dio vida de las mil y una noches, cantó en castillos medievales, en haciendas para pasión de gavilanes, en mansiones de la costa Azul y aún le quedó tiempo para despistar a la sobrina de Aga Khan que buscaba por Sevilla al engañoso y huidizo conde Brosky. Entre aquel día que Jon Urquijo le hizo grabar la maqueta de «Yo soy del sur» en el estudio del Ye-ye del millón y el lanzamiento a la fama que le dio el hoy académico Gonzalo García Pelayo , caben mil historias más, mil páginas para contar lo que pasó en los bujíos que montó: desde «La baranda» al «Ajolí», desde la «Crepería» a «Los Lunares» de Marbella, mil noches que castigaron su corazón y la medicina mandó parar.
Me ha prometido, cuando el bicho se vaya, una paella en su finquita como la que no le hizo a Rockefeller , para seguir contándome cosas que solo vivió el Pavarotti del Arenal…
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