Reloj de arena
José Lérida Vega: Tabla de salvación
No pudo ser cantaor ni torero, pero abrió dos tabernas que fueron cantaoras y toreras: El Altozano y El mantoncillo de Triana
![En la imagen, Manuel Molina a la guitarra, la Lole a punto de cantar por bulerías andalusíes, José Lérida a la espera del milagro, y a su vera, Nicolás Vega, hijo del Pati de Triana Pura](https://s1.abcstatics.com/abc/sevilla/media/sevilla/2021/01/30/s/jose-lerida-lole-manuel-ky2--1248x698@abc.jpg)
Hay una hora que no la marcan los relojes, que se la dicen al corazón las manecillas de tus sentimientos, las honduras de los pesares, los latidos del vino alegrándote una noche donde se baila toreando y se torea bailando. El gitano José Lérida ... Vega , que lo bendijo Undivé en el corral de la calle Rocío y se cristianó en el Jordán de la pila de Santa Ana, antes de abrirle el cielo a los iniciados y a los corrientes en dos tabernas rebosantes de sabiduría, quiso ser cantaor y torero. Sus dos pasiones. Cantó lo que pudo en algunos cuadros flamencos. Y no sé si teniendo Tablada tan cerca llegó a torear desnudo a la luz de la luna. Pero sí les puedo confirmar que, tras negársele sus dos pasiones, abrió sendas tabernas que fueron cantaoras y toreras: el Altozano y El mantoncillo de Triana . Allí derramaron sabiduría, maneras, gracia, asombro y compás desde toreros a futbolistas, desde guiris a vendedores de cupones. Y hubo noches de tan alta escuela que los guitarristas salieron sudando de emoción. Que se lo pregunten si miento a los que escucharon a Riqueni , antes de grabar el disco, tocar al amparo de la noche y de los cabales su «Amarguras» , sacándole a las cuerdas de la guitarra el sonido de los tambores y los metales. ¿Cómo se puede hacer eso?, decían asombrados y con las manos en la cabeza cinco guitarristas que lo escucharon empapados en sudor de tanta emoción.
El Mimbre le torció la mano a los fundamentalistas que se empeñaban en decir que las sevillanas de Sal Marina no son para bailarlas, sino para escucharlas. Y el hermano de Matilde Coral, que con tanta prisa se marchó para los tablaos celestiales, las bailó. Y tuvo como pareja a una silla. Con una silla bailó El Mimbre unas sevillanas de Sal Marina . Milagro . Dieguito Carrasco , ese maremoto jerezano, entraba en la taberna cantando y bailando. Cuando grabó su primer disco le confesó a Lérida que se lo había hecho escuchar a su padre, gitano recto y del plan antiguo. Y cuando lo escuchó lo quería matar. Demasiada heterodoxia para un hombre tan del antiguo testamento flamenco. Dicen que nunca corrió tanto Dieguito Carrasco por las calles de Jerez. Otra noche llegaron los cantes y bailes antiguos de Triana Pura. Y hasta las fotos de las paredes lloraron de melancolía por los ecos viejos de tiempos que jamás regresarán.
Pero a los santuarios del Lérida siempre se regresaba. Su vino era el de la inspiración. Y lo que se cantaba eran lecciones de metafísica para entender el mundo, el amor, la pena y la alegría. El tabernero era un sabio sin latines. Y los alumnos iban por libre cada noche a enseñar lo que sabían. El poeta maldito Juan Manuel Flores , el hombre que tantas veces soñó antes de escribir las letras de Lole y Manuel , escuchando una canción de un disco donde se maltrataba al amor miró al Lérida. El gitano le dijo dolido: Hay que ver las letras que canta este hombre. Y el Flores le respondió sin prisas, tranquilo y eso: condena mucho al amor y yo te puedo querer a ti mucho pero tú a mí no… El primer disco en solitario de Manuel Molina, ya sin la voz andalusí de la Lole, se lo dedicó a Lérida que, cuando cerraba el local, se encajaba muchas noches en la casa de Sanlúcar la Mayor para escucharlo y engloriarse con sus cosas. Madrugás eternas y regresos sin horas. Por entonces los civiles no te paraban el coche para que tocaras una trompetilla de plástico y medir la altura de tu euforia. Loco de contento se fue Raimundo Amador la noche en la que fue a que el Manuel le bendijera la guitarra que se había comprado. Quería que, antes que nadie, la tocara el gitano que hizo de Smash un punto de encuentro entre el rock y el flamenco. «Tócala tú primero, primo, que tienes muy buen bajío», le dijo Raimundo al Molina. Y así fue como la bendijo y Raimundo se fue tan contento que tocaba la luna con los dedos.
Un satélite quiso pillar Curro para escapar a la luna de su sosiego aquel día que, tras jugar al dominó en la Peña Trianera, se fue a fumar su ducado y beber su riojita ancá Lérida. Pero allí había diez franceses ajumados con el yes verigué fandango de la postal flamenca. Uno de ellos lo identificó: ¡Maestro Cujo!, exclamó en su español agabachado. Y Curro fue como si viera un toro con los cuernos bizcos. Lérida estuvo oportuno y profesional al quite. Le dijo a Diego Carrasco que sacara de aquellos apuros a Curro. Y lo bordó. Se fueron, se perdieron y tardaron dos días en reconocerse... Luis Aragonés daba la vida por ganar. Al fútbol y a la ruleta del casino. Al ciego que vendía cupones en la taberna le compraba las ristras al completo y el ciego cada vez que entraba en el local le preguntaba al Lérida por el sabio de Hortaleza, su mejor cliente. Noches de bohemia y de ilusión/ yo no me doy a la razón… cantaba «Navajita Plateá». Bohemia e ilusión desparramaban las botellas para empapar guitarras y despejar la incógnita de lo sublime y lo mágico. Dicen que Antoñito Donaire , El Morito , en una noche de viña alegre, acuñó una frase que se le imputa a su ingenio para describir la mala hora de la juerga: «sálvate tú que yo ya no puedo…». El Lérida se salvó de la noche, esa que tanto te castiga, cerrando sus dos facultades y yéndose a vivir a Camas, donde aún se acuerda de esa hora mágica que no dan los relojes…
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