Reloj de arena
Jaime Alpresa León: Darwin según el Arenal
Su adaptación al medio es darwinismo puro. Y gracias a esa virtud sobrevivió con éxito en la tortuosa pelea por la existencia
![DESAYUNO CON DIAMANTES. En la imagen vemos a Jaime Alpresa en una foto de juventud, tirando cerveza y con la alegría que siempre ha repartido por donde va. Gran amigo de María Jiménez, un empresario caribeño, le rogó que la convenciera para ir a Dominicana para que actuara en unas Navidades. María le dijo que no quería contrato, que quería un anillo de diamantes. Y dicho y hecho…](https://s3.abcstatics.com/abc/sevilla/media/sevilla/2021/11/13/s/jaime-alpresa-kUSC--1248x698@abc.jpg)
Verán. Jaime Alpresa , antes de grabar cuatro discos de rumbas con sus hermanos y ser el rey de las espinacas en su restaurante baratillero, subió sofás a los pisos sin ascensor de Montequinto; hizo agujeros para las argollas de las cortinas de baños; ... fue elevador de cubos mezclosos (albañil); recorrió medio mundo cantando rumbas y hoy es un solicitado hostelero en el Arenal. Lo de las espinacas no es cuento. En el 21 le reconocieron su peripecia en la comida preferida de Popeye y le dieron 30.000 euros que los utilizó para pagar el ICO. Pero antes de regentar ese santuario del paladar en pleno Baratillo, donde saluda a los toreros amigos y le dice al tío del puro, «Morante mío, mucha suerte»; antes de esto, se echó como un maletilla a los caminos del mundo. A buscar su oportunidad junto con sus hermanos.
En Vila Moura cantaba rumbas a los millonetis de la marina y luego se quitaban la canina comiendo sardinas. Vio la luz en la Marbella potente de los noventa. Y por las carambolas de la vida fue a caer en aquella mina de oro marbellí llamada La Meridiana . Con la luz que refractaban los brillantes de las señoras y los pelucos de los señores, la electricidad y las bombillas sobraban. El restaurante estaba cercano a la espectacular residencia de la familia real saudí y era lugar habitual de gente guapa y sin problemas a final de mes. Allí, con la picardía de los que tienen que pelearse con la vida para sobrevivirla, lograron tejer una red de amistades y contactos que lo pusieron en postura. Y Jaime y sus hermanos cantaron para los jeques en taco, para Bruce Willis , para Rod Stewart , para Naomi Campbell , para don Hohenlohe , para Elle Macpherson , para Cary Lapique . Pero sobre todo, lo mejor de todo, era que Jaime no tenía que subir un sofá de tres plazas al cuarto piso de un bloque sin ascensor en Montequinto.
Una noche, mientras actuaban en La Meridiana, un jambo de traje oscuro y cuerpo con jechuras de Shaquille O´Neal , le metió en el bolsillo de la chaqueta cien mil pesetas que, Jaime, las contabilizó al tacto. Le guiñó el ojo a sus dos hermanos y se fueron tras aquella bendita generosidad. Le cantaron una, dos, tres, cuatro, vaya usted a saber la de rumbas que le cantaron al buen señor, hasta que Paolo Ghiralli , el dueño del cortijo, les dijo que aquel tipo era el guardaespaldas del moro adobado de petrodólares que estaba sentado y era a él a quien había que cantarle. El GPS fallaba a veces. Pero el olfato jamás. Como un cocker spaniel, Jaime se orientaba a la perfección donde estaban las buenas piezas. Un judío norteamericano, al que Clinton tuvo que rescatar de un asunto turbio de política fiscal, les dio medio millón de pesetas para que le cantaran en una fiesta en su mansión. Pero les quitó los relojes. Contratados sin tiempo. A lo que diera la fiesta. Y cantaron más que la plaza Sony en la Expo. Jaime ha visto de todo. Ha visto lo que se mueve tras las cortinas de la privacidad, en la recámara del tabú. Por ejemplo, a Luis Miguel , el cantante borinque criado en México , lo vio picando vaquillas en un tentadero en la finca de Enrique Ponce . Sostiene que es el hombre que tiene los dientes más blancos del mundo, como si fueran peladillas. En aquella fiesta en la finca del torero, Luis Miguel y los Alpresa cantaron juntos, liaron un taco muy gordo y, pese a que la señora de la casa había prohibido hacer fotos, Jaime y sus hermanos casi llenaron un álbum en compañía del gran cantante latino. Las fotos las hizo, por supuesto, Enrique Ponce . Nunca lloraron tanto los Alpresa como en Argentina, en una finca llamada La Española , propiedad del empresario José Lata Liste . Lata Liste había abierto en Madrid y en Marbella dos grandes discotecas con marca inolvidable: Mau Mau. Y se los llevó hasta Argentina contratados para que actuaran en sus fiestas. Estuvieron un mes en tierras australes. Y un día, el empresario, les dio a probar pomelos. Jaime las confundió con naranjas y no precisamente de la China. Cuando lo mordió fue como si se hubiera hecho un zumo con todas las naranjas agrias del barrio de Santa Cruz . Lágrimas como cataratas firmaron aquel equívoco.
Las Américas de los Alpresa dan para una Crónica General de las Indias. En República Dominicana asistieron, perplejos, a un fin de año en la playa de La Palmilla, con Felipe González , entre otros presidentes latinoamericanos, como el de Puerto Rico y Panamá . Los yates se reunieron en aquella playa, hasta formar la sexta flota del lujo, el placer y el poder, donde se contrataba a un DJ neoyorquino y solo se bebía champán francés del bueno. También animaba el cotarro Juan Luis Guerra , ojalá lloviera café, buen tipo que amigó con Jaime y al que le entusiasmaba las sevillanas del Adiós. Como no podía ser de otra forma, los Alpresa se la cantaron para complacer al artista y que no le subiera la bilirrubina. En Venezuela le cantaron a Maduro a través de un gachó entacado que conocieron en Dominicana. Veinte días estuvieron en aquellas tierras. En España se enteraron de que la DEA había detenido al que los llevó y no precisamente por un asunto menor. Jaime Alpresa vive hoy de la música de los fogones y de los premios que les dan a sus espinacas, sabedor de que el darwinismo lo sacó de hacer agujeros a las cortinas de los cuartos de baño y lo llevó junto a sus hermanos a los altos palacetes del lujo, el poder y el dinero. Su vida sabe lo que significa estar arriba y abajo. Y lo que hay que pelear para salir de los cubos mezclosos y plantarte en la primera división. Ese lugar privilegiado que te permite desearle suerte al genio diciéndole «Morante mío» y hartarse de hacerse fotos con Luis Miguel viendo de cerca cómo son de blancos los dientes del éxito…
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