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Reloj de arena

Atsuhiro Shimoyama: un samurái en el albero

Cuando Fulton y su hijo Federico lo vieron romper plaza se miraron a los ojos y se dijeron: «Qué estampa más torera tiene»

Isabel Gómez Oñoro: ni debajo del agua

El Niño del Sol Naciente junto a Curro Romero en 1997, cuando Atushiro Shimoyama recibió un festival de homenaje EFE
Félix Machuca

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Es posible que, en algún momento de su vida, Atsuhiro hiciera suyas las palabras de un escritor compatriota suyo, Yukio Mishima , que dijo para la posteridad, antes de proceder con el ritual del harakiri para morir con honor, que «es absolutamente ... erróneo suponer que los demás están en condiciones de comprender nuestros sentimientos más profundos». Eso le pasó a nuestro héroe muchas veces. Primero en su Tokio natal, donde la familia rompió con él cuando les confesó que su corazón no lo llenaba lo que hacía: gimnástica y el baile clásico. Y que quería hacerse torero en España . Y también le debió espinar el corazón su propio padre, que le recriminaba que tuviera las paredes de su habitación repletas de imágenes sacadas de un Cossío que se agenció en Tokio, vaya usted a saber cómo. El disgusto familiar bien pudiera haber inspirado un drama del Kabuki, el teatro japonés más universal. Su padre llegó a extremos tan innegociables que o Atsuhiro entraba en razón o él dejaba de practicar el golf. Y, claro está, las disyuntivas casi siempre se vuelven en contra del que las plantea. El padre dejó el golf y Atsuhiro voló hacia Sevilla para ser torero…

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