entrevista
Rogelio Gómez 'Trifón': «Mucho público de los bares de Semana Santa es de tiritas y aspirinas. El del toro no protesta y no mira los precios»
El tabernero sevillano Rogelio Gómez «Trifón» cree que «el problema de la Madrugá no son los bares sino la gente que no sabe comportarse y no sabe beber. Veo a muchas chicas emborracharse en la calle Arfe los fines de semana»
«Los taberneros tenemos mucho dinero porque no tenemos tiempo para gastarlo»
![Rogelio Gómez «Trifón» durante la entrevista realizada en un bar cercano a la hermandad del Baratillo](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/03/10/rogelio-gomez-trifon1-R6FTX95RgYoV6zn2ax9e7zN-1200x840@abc.jpg)
El tabernero sevillano Rogelio Gómez «Trifón»es hermano del Baratillo desde hace 70 años, devoto de la Pura y Limpia del Postigo y hombre de sinceras convicciones religiosas, además de currista y bético. Está en posesión de la Medalla de Oro al Mérito en el ... Trabajo por sus muchas décadas al frente de su establecimiento en la calle Jimios, referencia y punto de encuentro de muchos sevillanos que quieren tapear por el Centro y que ha superado todas las crisis económicas de los últimos cuarenta años. Hijo de un cántabro que llegó a Sevilla buscando la prosperidad que podía generar la ciudad a rebufo de la Exposición Iberoamericana de 1929, Rogelio Gomez «Trifón» es vecino del Arenal en Sevilla y del Real Valle de Toranzo de Cantabria.
-Es el segundo baratillero que anunciará la Semana Santa de la capital cántara, tras Rafael Díaz Palacios.
-La verdad es que no es un pregón sino una pequeña conferencia que he titulado «María, madre de Dios y madre nuestra». Como yo estaba a punto de operarme del corazón, fue mi hija la que atendió la llamada de la alcaldesa de Santander y le dijo que yo podría hablarle de la montaña, de los ríos, de las vacas, de la romería, pero no tanto de la Semana Santa de allí porque siempre he dicho que no hay suficiente número de guardias civiles en Valdemorillo para sacarme de Sevilla del Viernes de Dolores al Domingo de Resurrección.
-Es sevillano de raíces cántabras. ¿Cuando llegó su padre a Sevilla?
-En 1929, cuando sólo tenía 12 años. Y en el año 1942 se estableció ya por su cuenta con La Flor del Toranzo, en alusión al valle cántabro del Toranzo. Yo nací en la plaza de Santa Marina cuatro años después. Estuvimos allí hasta 1953.
-¿De dónde viene el nombre de Trifón con el que todo el mundo le conoce a usted y a su negocio?
-En 1936 llamaron a mi padre a la Caja del Recluta, que estaba en la calle San Vicente, para ir a la Guerra Civil. Y un oficial le preguntó el nombre. Cuando le dijo que se llamaba Triunfo Gómez Ortiz, el hombre le dijo que el nombre Triunfo no existía y que debía de llamarse Trifón «como ese rojo que hay en Madrid». Por lo visto, había en aquella época un sindicalista muy famoso en Madrid que se llamaba casualmente Trifón Gómez. Mi padre le dijo que le llamara como él quisiera y ahí arrancó el nombre de Trifón, que yo registré cuando mi padre se jubiló en 1980. Todo el mundo conocía al bar como Casa Trifón.
-¿Tuvo una infancia feliz?
-Sí, tengo muchos recuerdos bonitos. Un cura decía que lo que «lo que se aprende con baba no se olvida con barba». Mi abuelo materno era carnicero y alquilaba un coche de caballos para ir a la Venta de Antequera a ver el manifiesto de las corridas de Toros de la Feria. Mi abuela llevaba tortillas y bistecs empanados. Yo era muy mal estudiante, me suspendían hasta en el recreo. Y con 12 años le dije a mi padre que lo de los libros no era para mí y me puse a trabajar en la tienda de ultramarinos familiar. Eso fue en septiembre de 1958.
-Dice que se educó en la BBC....
-Sí, pero no la de «Bautizos, Bodas y Comuniones» sino la del «Baratillo, Betis y Curro». Eso ha marcado mi vida para bien.
-Con 12 años empezó a trabajar en la tienda de ultramarinos. ¿Hasta cuándo?
-Estuve trabajando con mi padre durante 22 años hasta que le dio un infarto y me quedé al frente e inicié la transformación en un bar. Hasta ese momento servíamos los pedidos a domicilio con un triciclo y bicicletas. En la manzana que forman Sierpes, Tetuán, Campana, Laraña, Jimios y Puente y Pellón habría en esa época cincuenta tiendas de comestibles. Recuerdo Mantequerías Leonesas, que tenía tres plantas en Tetuán, donde ahora está la zapatería Camper. Ahí trabajaban cincuenta personas y sus escaparates en Navidad eran un espectáculo. Todos los tenderos la teníamos como modelo. Cerca estaba Colonial y La Española, que era confitería y ultraminarinos. Recuerdo también Fran en la calle Francos, la Casa de las Galletas en la plaza del Pan, o el Grano de Anís en la calle Laraña. En cada calle había una o dos pero todas fueron desapareciendo. Ahora sólo quedan en pie Moreno, en la calle Gamazo, y la nuestra.
-Usted ha vivido toda su vida en el Arenal. ¿Cómo ha cambiado su barrio en estas últimas décadas?
-Esto siempre ha sido un pueblo donde nos conocíamos todos. Ha cambiado mucho con el turismo pero creo que en los días señalados sigue conservando su esencia. El mundo del toro y el Baratillo le dan mucha vida a este barrio.
-Su bar ha superado todas las crisis y sigue vivito y coleando. ¿Cómo lo logró?
-Recuerdo que la crisis de 1993 fue tremenda pero yo lo noté mucho menos que otros compañeros. A mí, como a ellos, nos venían a ofrecer muchas cosas para la Expo de 1992, y yo siempre decía que lo que quería era que el 13 de octubre d 1992, cuando el evento acabara, Trifón siguiera abierto. No nos empeñamos en tratar de ganar duros fáciles que luego se podían volver en nuestra contra, como les pasó a otros.
-¿La prudencia salvó su negocio?
-Se podría decir que sí. No querer ser más, no endeudarme y adaptarme a lo que había.
-Luego de la post Expo vinieron otras crisis. La financiera de 2008 y la de la pandemia...
-La peor fue la de pandemia. Ha cambiado muchas cosas, en la forma de estar, en la forma de salir, en la forma de vivir de la gente. Es lo más duro que hemos vivido y espero que no se repita.
-¿Qué le parece que a los bares no les dejen abrir en la Madrugá?
-Trifón nunca abrió la Madrugá del Viernes aunque abría todos los días desde las 9 de la mañana hasta las 2 ó 3 de la madrugada. En cuanto alguien pedía un cuba libre o un gin tonic teníamos la consigna de que era la hora de cerrar el bar. Ahora sólo abrimos Lunes, Martes y Jueves Santo de 12 a 4 de la tarde. Cuando abríamos todo los días teníamos cinco empleados y contratábamos a tres más. Estoy hablando de hace veinte años. Entonces ganaban los camareros unas 10.000 pesetas diarias. En toda la Semana Santa ganaban 100.000 pesetas. Y yo vi que no nos salían las cuentas y decidimos cerrar a partir del Jueves Santo.
-¿No le salían las cuentas o es que se cansó?
-Mi mujer y yo ganábamos lo mismo que a los camareros. Y también me cansé un poco del ambiente de esos días en el bar. Había clientes que no eran los habituales y que protestaban si tenían que pagar mil pesetas por una ración de jamón. Nosotros nunca subimos los precios en Semana Santa como hacían los taxistas, pero nos acusaban de querer enriquecernos por ser Semana Santa. En esa época a los bares llega mucha gente pidiendo una cerveza y una tirita. Y también aspirinas. A mis compañeros con bares en la zona siempre les decía el Domingo de Ramos: ¿Habéis comprado un buen cargamento de tiritas y de aspirinas? El público de Semana Santa es menos agradecido, tienen otra forma de ver las cosas.
-¿Y en la Feria?
-La gente del toro es otra historia. Ellos nunca protestan por el dinero que cuestan las cosas.Esa Sevilla que llega de la Campana a la Puerta de Jerez y de la Catedral al Baratillo es otra cosa. No hay problema de dinero. Y si la corrida ha sido buena y el torero ha triunfado, entonces sí que no hay problema de nada. Todo va como la seda.
-¿La Semana Santa se ha masificado demasiado?
-La Semana Santa ha evolucionado de una forma tremenda. Llevo casado 52 años y entonces vivía en la calle Jimios, encima de la tienda. Yo veía entrar Pasión, me acostaba, me levantaba a las 4 de la mañana y veía pasar por el Salvador al Gran Poder y la Macarena. Y luego veía al Calvario y la Esperanza de Triana y se cruzaba por todas las calles sin ningún problema. Y luego me iba a la Plaza de San Pedro a ver Los Gitanos. Hoy día eso sería impensable, es imposible cruzar del Salvador a la Plaza Nueva. Todo se ha masificado y ahora detrás de una cofradía van tres camiones recogiendo basura.
-¿Tener abiertos los bares en la Madrugá entraña muchos peligros?
-Los bares prestan un gran servicio en la Madrugá. El problema no son los bares sino que la gente no sabe comportarse. Hemos perdido por completo la forma de saber y estar. Sevilla era una ciudad diferente de todas porque la gente sabía estar en los sitios. Incluso en los toros. El público de Sevilla sabía estar en los sitios y ha cambiado por completo. Creo que la mili era muy importante porque aprendías a decir «usted» y «perdone». Es una pena que se haya perdido.
-¿La gente joven ya no sabe beber?
-No. No tienes más que venirte un fin de semana al barrio. Ves a chicas jóvenes con un cubo impresionante de alcohol. Antes sólo lo veíamos en las películas norteamericanas, cuando los jóvenes salían a emborracharse los fines de semana. Aquí antes se disfrutaba de la bebida. Se bebía para convivir con la gente, para disfrutar.
-¿No hay demasiados bares en Sevilla?
-No lo creo. Además, se han cerrado muchos por la pandemia. Lo que se está perdiendo mucho es la tapita. En los bares de toda la vida, aparte del niño que recogía los vasos y aprendía el oficio cantándote las tapas en los bares, había una gran cantidad de tapitas. La tapa cambiaba en Cuaresma, en Feria o en navidad. Se están perdiendo esos bares de los riñones al jerez, del higadito a la plancha, del menudo, el adobo, los calamares fritos, la caldereta, las espinacas. Ahora solo hay medias raciones y raciones. Me da pena que se pierda la tapita.
-¿También se está perdiendo el camarero de antes?
-El camarero sevillano era muy profesional. Incluso tenía un poco de malaje. Se sabía los nombres de todos sus clientes y casi se anticipaba a sus deseos. En nuestro bar se sabían todos los cafés y tostadas que querían antes de pedirlos.
-Se ha complicado mucho lo de servir un café.
-Demasiado. Ahora está la leche sin lactosa, la leche descremada, el pan integral, el pan sin azúcar y el pan sin sal. Antes era más fácil con un café con leche de toda la vida y una tostá con manteca colorá.
-¿Qué virtudes debe tener un buen camarero de barra?
-Los jóvenes son muy buenos camareros de restaurante. Están muy preparados, pero ser camarero de un bar es otra cosa. Tienen que ser confesores laicos. Deben saber escuchar y callárselo todo.
-Ahora faltan camareros para la Feria. ¿Esto había pasado antes?
-Nunca lo había escuchado antes, ni lo de los camareros ni lo de los montadores de las casetas, y creo que esto tiene que ver con el daño de los dos años de pandemia. De todas maneras, es otro tipo de camareros. Son feriantes. Hace muchos años, en los primeros años de la Feria en los Remedios, nosotros servíamos a unas cuantas casetas. Entonces lo que había en las casetas era jamón, caña de lomo, queso y salchichón. Unas latitas de anchoas, bonito y berberechos. Nada más. Ahora hay de todo y todo se ha complicado mucho para los camareros y cocineros.
-¿Los camareros están mal pagados?
-Tendría que preguntárselo a los míos. Lo que le puedo decir es que uno tiene un Mercedes, un Smart para venir a trabajar y una moto. Otro tiene un Mazda X5 y un apartamento en la playa. Pero antes ganaban más. También trabajaban más horas, casi todo el día.
-Los cocineros ganan ahora mucho más.
-Es que no es fácil encontrar un buen cocinero. En el barrio hay dos o tres muy buenos.
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