entrevista
El párroco de la Magdalena: «Iba para notario pero ser cura me ha llenado mucho más durante estos 27 años»
Francisco Román, que imparte clases de Derecho Canónico y es delegado de Patrimonio del Cabildo de la Catedral de Sevilla, defiende la religiosidad popular aunque advierte que debe crecer de manera consistente: «En Sevilla no se entiende la fe al margen de las hermandades»
«Barajamos tres opciones para la restauración interior de la Giralda y una es hacerla de noche para mantener abiertas las visitas»
«El casco histórico de Sevilla está perdiendo muchos vecinos y feligreses y habría que poner algo de orden en el turismo antes de que sea tarde»
![Francisco Román subido a un andamio de la Catedral de Sevilla junto a una restauradora](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2024/05/10/francisco-roman-parrocomagdalena1-RTLfeGu1LcoTEZPs8XGsIfI-1200x840@diario_abc.jpeg)
Francisco Román, licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y profesor de Derecho Canónico, es muy conocido en Sevilla por ser el párroco de la Magdalena, una de las parroquias más queridas de la ciudad, situada en pleno centro, y que ha afrontado ... una espectacular restauración de su templo. «El turismo ha vuelto con toda su fuerza a Sevilla después de la pandemia, para lo bueno y para o malo», comenta este sacerdote que cambió la toga por el clériman con 23 años y que fue nombrado hace menos de un año delegado de Patrimonio del Cabildo de la Catedral de Sevilla.
-¿Cuándo supo que quería ser sacerdote?
-La mía fue un a vocación tardía. Estaba terminando Derecho cuando de pronto empiezo a plantearme la llamada del Señor. Un sacerdote llamado don Juan del Río me ayudó mucho en todo ese discernimiento. Fue mi director espiritual y me recomendó que acabara Derecho antes de dar ningún paso nuevo. Me decía que las etapas en la vida había que cerrarlas bien. Tenía 23 años y siempre había sido una persona religiosa, con momentos de más acercamiento y otros de más alejamiento, quizá en la adolescencia. Pero mi vocación sólo fue posible por mi ambiente familiar, Mis padres me enseñaron el «jesusito como yo» y «Cuatro esquinitas» y allí empezó una historia en la que han participado muchas personas.
-¿Había algún cura en su familia?
-No. He sido el primero, nunca ha habido sacerdotes ni monjas, al menos, de los que yo haya tenido noticia. Jamás se me ocurrió la posibilidad de ser sacerdote pero con 22 ó 23 años percibo esa llamada.
-¿Y fue fácil decidirse?
-No. Fue una lucha terrible porque a mí en ese momento, por decirlo de una manera coloquial, no me venía bien ser cura. Yo ya había empezado a preparar una oposición a Notarías y tenía la vida montada de otra manera. Cuando llegué al convencimiento de que eso es lo quería Dios para mí, me decidí. Y llevo 27 años.
-¿Y contento?
-Sí, mucho, mucho. Yo no soy capaz de imaginar mi vida de otra manera que no sea la de sacerdote. A mí me ha aportado mucho.
-El sacerdocio no es una de las salidas para los jóvenes más reconocidas socialmente. Al menos en este momento...
-Antes, tampoco. Algún familiar me dijo que el sacerdocio no era una profesión de éxito pero es que esto no es una profesión sino una vocación. No es sólo el ámbito laboral sino también el existencial, hacia dónde quieres dirigir tu vida. Yo no trabajo de cura, es que soy cura.
-Se están perdiendo las vocaciones en Sevilla.
-Sí, tenemos un problema. Pero en Sevilla y en toda la Iglesia del resto del mundo. Vivimos un proceso de secularismo importante. Y a menos vida cristiana, menos vocaciones. La pérdida de valores es un fenómeno global. No hay vocaciones sin una fe fuerte porque al final tienes que fiarte del Señor.
-¿No es paradójico que las hermandades sean cada vez más fuertes y numerosas en Sevilla, mientras apenas se encuentran personas en la ciudad que quieren ser sacerdotes?
-En Sevilla no se entiende la fe al margen de las hermandades. Y en muchísima gente repercute en su vida cristiana. Lo que pasa es que no toda la vida de las hermandades es estrictamente de vida cristiana. Si pensamos en un árbol de Navidad, debemos contar necesariamente con las bolas, espumillones, los adornos, que son estéticamente atrayentes. Sin ellos, no tendríamos un árbol de Navidad sino un abeto. Pero si no tenemos el árbol, no tendríamos más que unos adornos. Si no hay los sacramentos, la palabra de Dios, la catequesis, las celebraciones, la caridad, entonces no hay árbol. Y entonces sólo nos queda una caja llena de espumillones.
-¿Las hermandades serían sólo un adorno?
-No. Y menos en Sevilla, donde tienen un carácter de esencialidad, pero deben tener vida cristiana detrás porque si no, eso se cae. Hoy tenemos un boom de religiosidad popular que se podría definir como una pompa de joven. Es muy bonita, tiene brillo según le da la luz, pero tiene el peligro de que cuanto más crece, más débil es. Porque basta cualquier cosa para que se caiga todo. Es necesario que esa pompa de jabón crezca sólidamente. A veces crecer mucho, en vez de darte fortaleza te da debilidad.
-¿Es defensor de la religiosidad popular?
-Por supuesto. La Iglesia de Sevilla sería mucho más triste si no tuviéramos las hermandades. La religiosidad popular tiene cosas hermosas y, además, muy importantes, porque a través de ella llegamos a personas quizá con una vida religiosa débil a las que seguramente no llegaríamos de otra manera. Es el puente para llegar a ellas. Otra cosa es que intentemos después mejorar esa vida religiosa.
-¿Pero no hay cierta contradicción entre ese auge de religiosidad popular y la falta de vocaciones?
-Yo soy absolutamente pro-hermandades pero eso no me impide ver esa contradicción. No puede ser que tengamos cada vez menos vida cristiana y más vida de religiosidad popular. Algo habrá que ajustar.
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