entrevista
López Barneo: «El igualitarismo a la baja de nuestro sistema educativo perjudica más a los hijos de familias humildes»
El prestigioso neurofisiólogo e investigador jiennense, Premio Nacional de Investigación 2023, defiende la igualdad de oportunidades pero a partir de ahí «la selección de los mejores» para que el esfuerzo individual permita el salto social«
«Hay que pagar mejor a los médicos y también exigirles más, como en Europa»
«No estamos lejos de frenar el envejecimiento reprogramando los genes»
«Cuando cada uno va a lo suyo, el nexo de unión se pierde. Faltan líderes en España como Suárez, Felipe, Fraga o Carrillo»
![José López Barneo en el Instituto de Biomedicina de Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2024/03/27/jose-lopez-barneo2-RCuoXX0SD3G0XS2hLIMe9dL-1200x840@diario_abc.jpg)
El neurofisiólogo José López Barneo es uno de los mayores expertos mundiales en la enfermedad de Parkinson y acaba de recibir de manos del Rey Felipe VI el Premio Nacional de Investigación, el último de una larguísima lista que incluye el Jaime I de ... Investigación y la Medalla de la Orden del Mérito Civil de la Casa Real. Nieto de campesinos e hijo de un camionero, fue el primero de su familia que fue a la universidad, gracias a las becas y a que sus padres, del pueblo jiennense de Torredonjimeno, donde él nació, apoyaron en todo momento sus deseos de ser médico e investigador. Decidió hacer Medicina en Sevilla, ciudad a la que su padre venía mucho a trabajar con su camión y donde ha sido catedrático de Fisiología, coordinador de investigación del Hospital Universitario Virgen del Rocío y fundador y director del Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBIS), donde hoy, cumplidos los 72 años, lidera un grupo de investigación.
-¿Siempre quiso ser médico?
-Desde que tengo uso de razón. Hay una ficha en el colegio de Torredonjimeno donde hacía bachillerato elemental, que me hicieron cuando yo tenía 10 años, en la que está registrado. Me encantaba también el fútbol y jugaba dos partidos todos los días, con lo que llegaba a mi casa con las rodillas desolladas.
-¿También fue tan precoz su afición a la investigación?
-Mis héroes de la niñez eran casi todos médicos investigadores como Alexander Fleming. Cuando mi madre dio a luz a mi hermana mayor, tuvo una pulmonía muy grave y fue de las primeras personas que pudo tomar penicilina en mi pueblo. Mi madre decía que le debía la vida a Fleming y leí muchas cosas sobre él. Otro de mis héroes de la infancia era Pasteur, el biólogo que descubrió los microorganismos. Yo de niño quería ser bacteriólogo e infectólogo.
-¿Le hubiera gustado descubrir una vacuna o un remedio contra el cáncer?
-Me ilusionaba más descubrir algo para los problemas cardiacos. A una tía mía la operaron del corazón siendo yo niño. El cáncer no era entonces una enfermedad tan conocida como lo es ahora y no se diagnosticaba bien y mucha gente moría de tumores sin que se supiera. Una hermana mía era peluquera y yo leía de niño el Hola. Y recuerdo que salía mucho en esa revista el doctor sudafricano Christian Barnard, autor del primer trasplante de corazón. Muchos años después, conocí al médico inglés Kenneth Wier, que hizo la residencia en Ciudad del Cabo y fue el que cateterizó a ese primer paciente al que trasplantó Barnard. Me contó muchos detalles sobre esa operación.
-Pero acabó investigando el cerebro, en lugar del corazón...
-En segundo de carrera, me dio clases Diego Mir, un neurofisiólogo ya jubilado, y a partir de sus excelentes clases me interesé mucho por la Neurofisiología.
-Del corazón se sabe todo, ¿cuánto se sabe del cerebro?
-De su estructura sabemos mucho; de su organización molecular, sabemos menos; y de cómo todo se organiza para hacer lo que hace, sabemos poquísimo. Con muchísima diferencia, el cerebro es el órgano humano más complejo y desconocido. El corazón es un tontarrón comparado con el cerebro. El corazón es, a su lado, un simplón magnífico.
-En España se invierte menos en investigación que la media europea y estamos lejos de ese 2,5 por ciento del PIB que se recomienda como mínimo en los países desarrollados. ¿Qué les diría a los políticos que deben distribuir los recursos públicos para que le dieran más importancia de la inversión en investigación?
-La investigación sirve, por ejemplo, para que cuando venga una pandemia como la del Covid, que podría haber provocado 200 ó 300 millones de muertos, se haya quedado en la cifra de 10 millones de muertos. Gracias a la investigación, en un tiempo récord, nunca visto en la historia de la humanidad, salieron las vacunas de ARN mensajero que no estaban concebidas ni mucho menos para el coronavirus. Era una investigación básica que se tuvo que aplicar a una pandemia y se hizo con éxito.
-¿Por eso es tan importante hacer investigación básica, no sólo la investigación aplicada a resolver un problema concreto?
-La investigación básica está movida por la curiosidad del científico y es la que a medio plazo genera mayor valor añadido.
-¿Qué necesita un investigador para tener éxito?
-Hay que tener una inteligencia y una memoria buenas, pero no excepcionales. Luego hay que tener una gran fuerza de voluntad y capacidad de trabajo. También hace falta un poco de suerte y sobre todo resiliencia. Si te hundes al primer revés que recibes, no alcanzarás nunca el éxito.
-Usted lo ha tenido. ¿Recuerda algún revés al principio de su carrera?
-He tenido muchos. Y también los han tenido muchos premios Nobel. Descubrimientos que yo consideraba muy interesantes no pasaron la criba de la revista en las que quería publicarlos. Y publicaron otros que a mí me parecían mucho menos interesantes. Estos y otros fracasos no me hundieron sino que seguí adelante. La persona que no tenga capacidad mental para soportar el fracaso no debe dedicarse a la ciencia. Este es un camino muy tortuoso.
-Dijo hace ya algunos años que «en el campus médico de Boston se produce más ciencia que en toda España». ¿Sigue siendo así?
-Sí, sigue siendo así, en el campo de la biomedicina. Allí hay veinte o treinta universidades, entre ellas la de Harvard, y el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Estados Unidos se desarrolló como país gracias a la industria pesada, el acero y la fabricación de automóviles. Hoy todo esto se fabrica en otros países (por ejemplo, China) pero los Estados Unidos mantienen el liderazgo de dos grandes industrias que le permiten mantener su hegemonía económica mundial. La primera es la biomedicina, que les permite fabricar productos médicos que exportan a todo el mundo, por ejemplo, la vacuna de Covid. La segunda es la industria digital, cuya tecnología se diseña en California y Massachusetts. Estas dos industrias se basan en una investigación muy potente. Los poderes públicos españoles deben darse cuenta de la importancia de la investigación. Hubo un cambio enorme en los años 80/90 pero luego se hizo un parón muy grande en la inversión del que no hemos salido. La ciencia es una actividad competitiva a la que hay que atender y pagar bien a cambio de una alta exigencia. Y eso es lo que no se está haciendo bien en España.
-Cuando nombraron ministro de Ciencia a Pedro Duque, un científico como usted, dijo que esperaba que por lo menos quitara las trabas administrativas y la burocracia que soportan los científicos ¿Las quitó?
-No. Yo he sido durante muchos años miembro del Consejo Asesor de Ciencia y Tecnología y he colaborado tanto con la administración popular como con la socialista. Las dos han incrementado la burocracia, que es uno de los mayores frenos que tiene ahora mismo la ciencia en España. No lo hicieron con mala intención sino posiblemente como respuesta a la corrupción política. La realidad es que ese control del gasto supone una traba injusta e innecesaria en el día a día del investigador.
-¿Ese control tan estricto del gasto antes de aprobarlo se da en Estados Unidos o en el resto de los países europeos?
-No. Se confía más en el científico. En EE.UU. todo se audita, por supuesto, pero siempre a posteriori. El sistema es mucho más flexible para el investigador y se puede gastar de forma muy cómoda. Lo que pasa es que si el investigador no justifica correctamente ese gasto, entonces le crujen. En España se castigan menos las desviaciones posteriores y, sin embargo, se ponen muchas más trabas iniciales al gasto. El sistema es mucho mejor en Estados Unidos y muchos países europeos. Y los jóvenes científicos españoles están cansándose de tanto papeleo.
-Ha dicho que la politización es una enfermedad infantil de la ciencia.
-Ha habido épocas en que los políticos vieron en la ciencia un filón para provocar enfrentamientos y captar votos. En los países serios la ciencia no se politiza. Lo que se hace es valorarla y exigirle productividad.
-¿Qué tiene que pasar con la investigación en España para que alguno de nuestros científicos vuelva a ganar un Nobel? El último fue Severo Ochoa en 1959 por una investigación sobre el ADN y el ARN que hizo en Estados Unidos.
-Tengo varios conocidos y amigos estadounidenses y británicos que han ganado el premio Nobel y hablando con ellos me di cuenta de que es que en esos países, cuando se detecta que una investigación tiene potencial para ganar un Nobel, en la misma universidad se les va ayudando y promocionando. Se hace lobbismo para lograrlo y va configurando el paquete de tres personas como máximo que se presenta a la candidatura del Nobel. Conozco un caso en el que la propia universidad, viendo las grandes posibilidades de uno de sus equipos investigadores y que no eran tres sino cuatro, lo que impedía en la práctica, que les pudieran conceder el Nobel, en este caso el de Medicina, ofreció a uno de esos cuatro investigadores un puesto muy bien pagado en uno de sus centros. Se trataba del puesto más importante de toda esa universidad, algo irrechazable, y al aceptarlo, el paquete aspirante al Nobel se quedó en tres, dos norteamericanos y un británico. Se les presentó y lo ganaron. Esta política de «mentoring» la hacen los decanos, los rectores, los directores de las agencias financiadoras de Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países punteros en investigación, pero en España no sabemos hacerlo.
-La fuga de cerebros arrancó en España con su generación. ¿Sigue habiéndola hoy?
-En la época en la que yo salí de España, yo no hablaría de fuga de cerebros porque había que irse obligatoriamente a formarse fuera, ya que no había posibilidades de hacerlo aquí. Los de mi generación regresamos a España casi todos. En los años 80-90 empezó a crecer muchísimo la universidad y se crearon los primeros centros de investigación. Ahora sí que se está produciendo propiamente esa fuga de cerebros porque ya tenemos un sistema de I+D y académico sólido, que no está en la élite mundial pero sí en la mitad de la tabla. Yo he tenido 35 ó 40 doctorandos y casi todos se han ido al extranjero a formarse y la mayoría de ellos han vuelto. Hoy el español que se va a trabajar fuera habla inglés y se ha hecho más internacional, y ya no va a regresar a España si le pagan el doble que aquí y le ofrecen buenas condiciones laborales y un buen ambiente de trabajo. Se está dando el fenómeno de que muchos españoles, no sólo médicos o investigadores, sino ingenieros y otros profesionales, se están quedando a vivir fuera y vienen de vacaciones a España o los fines de semanas. El bajo precio de los vuelos ayuda.
-¿Y viene alguien a España a sustituirlos?
-Ese es el problema, que el movimiento no es recíproco. Aquí tenemos menos poder de atracción. España es un país que exporta gente muy formada y no importa a casi nadie. A los andaluces nos cuesta mucho dinero formar médicos en las facultades y en los hospitales y luego resulta que se nos van fuera, a Inglaterra, Alemania o Portugal. Esto nos empobrece mucho.
-¿Se ha perdido la cultura del esfuerzo en España?
-Yo me he criado en una época en la que había mucha desigualdad en España y, por tanto, soy un defensor absoluto de la igualdad. De la igualdad de oportunidades pero no del igualitarismo a la baja, que es lo que ha pasado en España. Esa cultura de que no hay que esforzarse, de que se puede pasar de curso sin aprobar, de que no hay que trabajar tanto para destacar, a quien más perjudica es a los que son desiguales. Se ha enfocado mal la educación. En mi opinión, se tiene que dar la posibilidad a todo el mundo de hacer cosas y de llegar hasta donde pueda. Por supuesto, no hay que dejar a nadie descolgado y hay que garantizar un mínimo para todos. Pero fuera de ese mínimo hay que establecer diferencias en función de la capacidad y el esfuerzo de cada uno. En España se ha confundido igualdad con bajar el nivel de una clase, lo cual perjudica sobre todo a los hijos de familias trabajadoras. En las familias acomodadas se ocuparán de que a sus hijos no les falte formación, idiomas, etcétera, al margen de la educación pública, y de que esto no le afecte a su futuro. Esto no lo digo yo solo. Hace año y medio se lo escuché al ministro de Ciencia de Portugal, un hombre que tenía un origen humilde. Y dijo justamente que a quien más perjudica que no haya una selección de los mejores es precisamente a los que tienen ese origen humilde, de clase trabajadora, a los que no se les permite hacer ese salto social.
-Que es su caso. ¿Lo habría tenido más complicado si usted hubiera nacido en esta época?
-Posiblemente. Aunque no nos confundamos: España ha progresado en igualdad y es innegable el avance que se ha producido en los últimos cincuenta años. Para entrar hoy en Medicina hace falta una nota muy alta en Selectividad y si el sistema quiere que tengamos médicos o investigadores como fue mi caso, que procedan de familias de clase trabajadora, hay que exigirles a los alumnos de los institutos públicos para que se esfuercen, que sean buenos y saquen esas notas tan altas. Si no, no va a poder entrar ninguno. El que procede de clase media o clase media alta y saca peor nota, tiene la alternativa de hacer Medicina, o cualquier otra carrera de este nivel, en una facultad privada. El de origen humilde no tiene esa posibilidad. También quiero decir que, aunque hace falta invertir más dinero en la educación de 10 a 17 años, en España tenemos buenos institutos, en general, y muy buenos profesores, pero el entorno social que rodea el sistema educativo no les permite hacer el trabajo que estos docentes podrían y querrían. Tengo muchos familiares que son profesores de instituto y están en contra de este igualitarismo a la baja.
-Usted ha dirigido el Instituto de Biomedicina de Sevilla (IBIS), del que fue su fundador, y muchas tesis doctorales. ¿Qué les dice a sus alumnos cuando llegan aquí?
-Les digo que si quieren ser alguien, tienen que trabajar mucho. Aquí o en cualquier otro sitio. Y les digo que en ciencia hay que tener una inteligencia normal, trabajar muchísimo y tener un poco de suerte para ser exitoso. Y muchos me dicen: «Es que tengo una vida». Y les contesto que «yo también». Que me gusta tocar el piano y la guitarra, que me encanta el cine, que voy a los cines Avenida y a los conciertos del Teatro Maestranza.
-¿Nos hemos vuelto un poco vagos?
-Nos hemos adocenado. Pero eso ha pasado no sólo en España sino en todos los países ricos. Está pasando en toda Europa. Yo he vivido en Francia y Estados Unidos y también está pasando. Y son los inmigrantes los que llegan a estos países con ganas de comerse el mundo. La inmigración cualificada es la que está tirando con más fuerza en la ciencia y lo ideal sería que pudiéramos mantener ese nivel de exigencia cuando pasamos del estado de necesidad al estado de bienestar. Y eso es lo que hay que facilitarle a los jóvenes. Mis doctorandos cambian y a los cinco años salen con su tesis hecha y son ya otras personas. Con el valor del trabajo y de ser productivo.
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