SALUD

Los 50 años del Macarena: un radiofísico pianista, una enfermera analógica y un enfermero de Urgencias al que sisean los pacientes

Algunos de los profesionales más veteranos del hospital sevillano, que cumple medio siglo de vida, cuentan su historia y reflexionan sobre la evolución del sistema sanitario durante las últimas décadas

El pediatra Federico Argüelles, 43 años en el Virgen Macarena: «Hay que hablar y explorar más con el paciente en vez de hacer tantas pruebas»

Pepa Toribio, Pilar Nieto y Rafael Arranz, en la puerta del Virgen Macarena HUVM

El radiofísico Rafael Arranz se formó en Dinamarca y llegó al Virgen Macarena cuando esa especialidad no existía. Corría el año 1985. «Se puede decir que yo llegué y besé el santo porque mi primera misión fue poner en marcha el primer acelerador lineal ... del centro», cuenta. Admite que esos inicios fueron apasionantes (por lo nuevo), pero duros porque todo estaba por hacer y era necesaria una importante inversión instrumental para hacer funcionar el aparato. «Poco a poco se fue contratando más personal y el servicio fue adquiriendo las funciones que le corresponden garantizando la seguridad radiológica de los pacientes y los profesionales». Ahora son nueve los radiofísicos en plantilla que tratan a miles de pacientes oncológicos cada año. Rafael fue jefe de servicio durante 15 años pero con 63 años, después de 39 en el hospital, decidió prejubilarse para dedicarse a tocar el piano y dar conciertos, su otra gran pasión. «Tengo un grupo de jazz y hacemos versiones de grupos como los Beatles, Pink Floyd o los Rolling Stones«.

Uno de los hitos del hospital en investigación radiofísica fue la radioterapia de intensidad modulada, que comenzó a ponerse en práctica a partir del año 2000. «Distribuíamos las dosis de radioterapia para atacar las células tumorales de manera que se preservaran los órganos de riesgo cercanos al tumor. Entonces la informática no era tan rápida como ahora y fuimos pioneros en España, con peliculas radiográficas que superaban la dosis de tolerancia de los tejidos sanos en un 60 por ciento. Esto supuso un gran avance pero estabamos muertos de miedo y lo comprobábamos todo con maniquís polimórficos de poliestireno. En esto también fuimos pioneros durante muchos años«.

Al maniquí le llamaban Quasimodo. «Se formó un grupo fantástico, éramos 16 personas en total pero con un ambiente genial. Uno de nuestros residentes, Alejandro Bertolet, es ahora profesor de Harvard y trabaja en el hospital de Massachuset«. Recuerda un momento muy duro durante esos años, pero con final feliz. »Fernando, un otorrino del hospital, tenía un tumor de cabeza y cuello muy avanzado, y lo convencimos para hacer un tratamiento muy agresivo de radioterapia de intensidad modulada. Le dijimos que iba a tener la boca hecha un cristo y que seguramente no podría comer nada en un mes, pero que era la única manera de acabar con su cáncer«. Años después, Fernando y Rafael se encontraron en una escalera del hospital: «Me dijo que le había salvado la vida y me sentí muy feliz. No fue el único caso que parecía imposible y salió bien».

Otras veces se tropezó con la dura realidad que muchos médicos y profesionales sanitarios tienen que aprender desde el principio de su desempeño profesional («lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible«) y Rafael recuerda a una pareja sevillana que iba a hipotecar su casa y todos los ahorros de su vida para poder pagar el tratamiento de un cáncer muy avanzado en la Clínica Universidad de Navarra, referente nacional en terapias contra el cáncer. »Fue muy duro decirle a la mujer que su marido se iba a morir de todas formas y que no había cura posible. Le recomendé que no se fueran a Pamplona y que se prestaran aquí a un tratamiento paliativo. Al final, lo hablaron entre ellos y aceptaron mi consejo. Y el hombre pudo morir en casa rodeado de su familia y sin arruinarse«.

«Fuimos pioneros en España de la radioterapia de intensidad modulada y la ensayamos inicialmente con un maniquí de poliestireno al que llamamos Quasimodo»

Rafael Arranz

Radiofísico jubilado del Virgen Macarena

Pepa Toribio, enfermera, entró en el hospital con 20 años. «Entonces era novia y me dio tiempo a casarme y a tener dos hijos -ahora mayores- sin salir de él», cuenta. Ahora tiene 62 años y lleva 41 años trabajando en el centro sanitario. «Mi primer destino fue Medicina Interna y ya llevo 25 años en Nefrología, en la unidad de hemodialisis. Cuando empecé, el hospital dependía de la universidad y todo se hacía en papel y carpetas, ni siquiera había ordenadores». Ahora todo está digitalizado y prácticamente no queda ninguna. No es enemiga de la tecnología pero reconoce que lleva su tiempo registrarlo todo en el ordenador. «Resulta un poco incordioso porque nos quita tiempo para estar con los enfermos». Recuerda que antes todo se hacía por teléfono («lo apuntabas en un papel y era todo«) y que ahora ha de correr más con la tecnología, si bien la obtención de información es ahora más rápida. «De vez en cuando se estropean los ordenadores o falla Internet, y tenemos que utilizar nuestros móviles personales para llamar a los médicos de guardia», comenta. Hoy cuenta con turnos de trabajo más racionales que favorecen la conciliación.

Cuando Pepa empezó a trabajar, prácticamente todas las habitaciones eran de tres camas, separadas por cortinas. «Es una asignatura pendiente del hospital que desaparezcan. En hemodiálisis hicimos una obra en 2010 y se hicieron habitaciones de dos camas separadas por una mampara que les da intimidad a los enfermos, casi como un hotelito. También se han hecho habitaciones individuales en oncología pero aún se mantienen las de tres camas en otras unidades y estar en ellas resulta muy penoso para el enfermo y sus familiares«. Las quejas por los ronquidos del paciente de al lado son habituales y Pepa dice que sería un gran avance acabar con ellas, aunque reconoce a continuación que el hospital se ha quedado pequeño y se perdería capacidad de hospitalización. »Cada día tenemos más enfermos crónicos por el aumento de la esperanza de vida y nos llegan pacientes de unas edades que antes no veíamos nunca«.

Esta enfermera empezó a trabajar con tensiómetros manuales y ahora cuenta con ecógrafos personales que les ayudan acceder a las venas de los pacientes de forma más segura. «El mejor momento de mi trabajo es cuando veo a mis enfermos ya trasplantados; el peor es perder a un paciente y recuerdo que eran muy jóvenes los que se nos iban en hematooncología», recuerda.

«Hemos avanzado mucho en los 41 años que llevo aquí, en tecnología y conciliación, pero una asignatura pendiente es acabar con las habitaciones de tres camas»

Pepa Toribio

Enfermera

El año que viene se jubilará y agradece lo que ha aprendido de todos sus compañeros, especialmente de los hematólogos y nefrólogos con los que ha trabajado. «Se ha avanzado mucho en investigación, especialmente en el área de Enfermería. Recuerdo a un paciente, Jesús, que ingresó con leucemia tras perder a un familiar por un accidente. He visto muchos cánceres asociados a traumas recientes y a pérdidas emocionales como las de este hombre, que falleció con nosotros y nos decía con frecuencia cuánto valoraba nuestro trabajo«.

Esta valoración y admiración de los pacientes por la labor de los sanitarios se está perdiendo desgraciadamente. «En Enfermería lo valoramos mucho pero ese reconocimiento está desapareciendo. Muchos dicen ahora que nos está pagando el sueldo si tardamos un poco en atenderlos, cuando antes nos mostraban su respeto y agradecimiento por cuidarlos en el hospital. Es una pena que ocurra esto».

Como «churros»

De «esto» sabe mucho Manuel Delgado, enfermero de Urgencias en el Virgen Macarena desde 1992. «Ahora la gente no tiene educación sanitaria y también ha perdido la educación en general -dice-. La gente piensa que tiene derecho a todo solo por el hecho de nacer y alguien se inventó esa frase de »a ti te pago yo« y nos la dicen con mucha frecuencia».

Manuel explica así lo primero: «Los sanitarios intentamos entender a toda la gente que viene a Urgencias pero ahora el 80 por ciento de estas personas no tienen nada urgente y ocupan el sitio de alguien que sí necesita atención urgente. el que viene realmente malo, que suele ser quien se comporta con respeto, mientras que ese 80 por ciento es precisamente el problemático«, Para este enfermero, el mayor cambio que ha vivido en su puesto de trabajo a lo largo de estos treinta y muchos años que lleva en el Virgen Macarena ha sido la banalización del acto de ir a Urgencias. «En unos años hemos pasado del uso al abuso y la gente viene a Urgencias con un dolor de cabeza porque para eso lo paga». Y añade: «El sistema da para lo que da y, si no cambia, dejará de funcionar».

Recuerda que en 1992, cuando entró en el hospital, el número de urgencias era muchísimo menor, unas trescientas al día, y ahora hay muchos días que ven el doble, seiscientas. «Se ha duplicado la demanda, pero lo cierto es que de esas 600 urgencias, solo hay 100 verdaderamene urgentes y estamos obligados a verlos a todos,Y esto no debería ser como hacer churros, hay tanta presión que no puedes hablar con los enfermos ni casi preguntar a la familia«.

Lo segundo, la pérdida de la educación en general, o explica así. «Antes la gente te tenía consideración y respeto, te hablaba de usted, y ahora te dicen oye, mira tú. A las dependientas del Corte Inglés, se les dice aún señorita, mientras a las enfemeras se les dice oye tú, rubia, o se les sisea». Cuando era pequeño, los padres de Manolo le enseñaron que al médico había que ir limpio y bien vestido. «Mi madre me vestía y me lavaba antes de ir al médico o al hospital, y ahora va la gente de cualquier manera, sin mucha higiene, y encima te tratan como si fuéramos sus sirvientes, con desprecio», denuncia. Y añade: «Hay también machismo y se trata con menos respeto a las mujeres; y también un poco de clasismo, porque se respeta algo más a los médicos que a las enfermeras. Y eso que ahora hay médicas que médicos«.

«A los días de acabar el confinamiento por la pandemia, pegaron a un compañero. Pasaron de aplaudirnos desde los balcones a hacerlo en nuestra cara»

Manuel Delgado

Enfermero de Urgencias

Atrás, en la trastienda de la memoria, quedan los aplausos de las ocho de la tarde, durante la primera ola de la pandemia. «A los dos días de que acabara el confinamiento, pegaron en Urgencias a un compañero. Pasamos de que nos aplaudieran desde los balcones a que nos aplaudieran la cara«, se queja amargamente.

Todo esto tiene consecuencias y una de ellas es la desmotivación. «El sistema sanitario todavía funciona porque hay mucho profesional implicado, pero admito que estoy perdiendo la vocación por momentos. Pienso que no tengo la necesidad de que se metan conmigo, me insulten o me siseen. Estoy aquí para ayudar pero no soy sirviente de nadie, sino un profesional universitario. De los que no son universitarios y trabajan en el hospital digo lo mismo, que nos traten a todos como profesionales«.

Precariedad

Pilar Nieto tiene 61 años y lleva cuarenta en el Virgen Macarena, desde que terminó Enfermería. De esas cuatro décadas en el hospital, tres las ha pasado en la unidad de Arritmias, donde conoció al doctor Manuel Pavón, su fundador y «alma mater». Ahora son cuatro médicos y seis enfermeros.

«Hay mucha más infraestructura que cuando empecé, pero también muchísima más demanda asistencial y los pacientes con marcapasos se quedan con nosotros muchos años. La tecnología ha avanzado mucho y ahora los seguimientos con marcapasos los hacemos a distancia, antes eran presenciales. Tampoco tratábamos tantas arritimias como ahora, ni de tantos tipos«, dice.

«En mis inicios laborales, el hospital no era de la Seguridad Social. Y cuando pasó a serlo, nos hicieron fijos a todos los eventuales. Eso ahora sería impensable»

Pilar Nieto

Enfermera

Pilar destaca la cualificación de los profesionales nuevos pero lamenta la precariedad de sus contratos. Recuerda que cuando ella empezó a trabajar, el Macarena no era de la Seguridad Social sino un centro concertado que dependía de la Universidad de Sevilla. «Cuando pasamos a la Seguridad Social, nos hicieron fijos a todos los eventuales, eso ahora sería impensable. Muchos tienen miedo de que no les renueven. Hay más inestabilidad que antes, aunque aquí todos remamos en la misma dirección. Para mí el hospital es como mi segunda casa y mis compañeros mi segunda familia«.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 20€
110€ 20€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios