SOLEDAD NO DESEADA
Encarna: «Si no me hubieran acogido en esta residencia tras el ictus, me habría tirado por la ventana»
Encarnación Castañeda, de 83 años, vive desde hace unos meses en la residencia de mayores de San Juan de Dios de Sevilla, a donde llegó tras sufrir un ictus y una caída. No es un caso único: unos 90.000 mayores en España a los que les dan el alta hospitalaria tras sufrir una enfermedad no se encuentran en condiciones de volver a casa y vivir solos. Y muchos no tienen la suerte de Encarna de encontrar una plaza en una residencia donde la atienden, la cuidan y cubren sus necesidades
Carlos: «Los voluntarios somos parte de la familia de estos mayores y ellos también de la nuestra»
![Encarna se siente como en casa en la residencia de la Orden de San Juan de Dios de Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/12/30/sanjuandedios-residencia-encarna2-R3XuInlwdFoJizTputgLIVO-1200x840@abc.jpg)
Encarnación Castañeda, de 82 años, es sevillana y permanece soltera, no por falta de pretendientes. «Cuando era joven, el que a mí me gustaba no vino por mí. Por eso no me casé ni tuve hijos», cuenta desde un salón de la residencia de ... mayores de San Juan de Dios de Sevilla, situada en pleno centro histórico de la ciudad, junto a la plaza del Salvador. En la época de la que habla Encarna, como todo el mundo la conoce, no había whatsapp, ni redes sociales ni (casi) teléfonos: «Eso no me ayudó mucho y el hombre me acabó dando plantón», recuerda sonriente.
Como tantas mujeres de su generación, Encarna merecería una medalla al mérito en el trabajo porque estuvo durante cuarenta años, desde que cumplió los 16, sin parar de hacerlo. Se ha dedicado a la limpieza doméstica y al cuidado de niños en casas acomodadas de Sevilla, aunque también prestó sus servicios por temporadas en una lavandería en la calle Manuel Siurot. Como era la mayor de seis hermanos (cinco mujeres y un varón), Encarna tuvo que empezar a trabajar casi de niña. «Mi padre nunca trabajó mucho y la familia la tuvimos que sacar adelante mi madre y yo», dice. Y no paró de hacerlo hasta que con 54 años sufrió un cáncer, del que finalmente se recuperó, aunque ya no pudo volver a trabajar. Trabajar de forma remunerada, quiere decir, porque a partir de ese momento Encarna, sin gozar de buena salud, tuvo que cuidar de sus padres, ya mayores, en la casa familiar. Su padre murió con 95 años y su madre con 86 años y entonces se quedó sola. Sus hermanos tenían problemas de salud y ella sufrió un ictus poco después de morir su madre que le hizo pasar casi de la noche a la mañana de cuidadora a persona necesitada de cuidados. Y ahí es donde entra la Orden de San Juan de Dios en Sevilla (SJD), sus profesionales sanitarios y psicosociales y su amplísimo equipo de voluntarios.
La atendieron en el hospital de la calle Eduardo Dato y, cuando le dieron el alta de su ictus, se encontró con que ya no podía valerse por sí misma y que tampoco tenía dinero para pagarse una residencia. «Me quedó una pensión de 800 euros y la más barata costaba 1.500«, cuenta. Durante un corto periodo permaneció en su casa ayudada por una cuidadora a tiempo parcial a la que tenía que destinar la mitad de su pensión, pero acabó sufriendo una caída y otro ictus, más fuerte que el primero. »Tras este segundo episodio, una vez estabilizada su situación clínica, vimos que Encarna no podía volver a casa y entonces la acogimos en la llamada Unidad de Respiro Familiar, en la primera planta de nuestro hospital«, cuenta Rocío Quijada, trabajadora social y responsable del Área Social del Hospital SJD Sevilla. «Casi toda su vida ha sido cuidadora, de su familia y de familias que no eran la suya, y le costó mucho aceptar el paso de cuidadora a cuidada».
A Encarna se le murió su padre en sus brazos y algo parecido le ocurrió con su madre, tras su primer ictus. Tras enterrarla, le dio el segundo, que le impidió vivir sin ayuda como hasta entonces. «Ya no podía estar sola en mi casa y pensé en por qué Dios me había mandado todas estas cosas después de todo lo que pasé con mis padres».
Estuvo casi un año entre la unidad de Respiro y el hospital porque le costaba mucho andar y apenas podía hablar. «Su expediente de dependencia siguió su curso y le asignaron una plaza en una residencia de la localidad sevillana de Burguillos, en la que estuvo muy poco tiempo porque ella no quería dejar San Juan de Dios, donde había estado casi doce meses y lo sentía ya como su familia«, cuenta la trabajadora social. También lo era para el personal del hospital y de la residencia. »Es una persona extraordinaria que se ha ganado el corazón de todos nosotros. Todos le decimos «la niña»«, comenta el hermano Guillermo García, Superior de San Juan de Dios en Sevilla. Ese cariñoso apelativo lo corrobora todo el personal de la Orden que la ha tratado, desde el primero al último. Una «niña» de 82 años que aparenta algunos menos y que no ha perdido la alegría de vivir. Ni quiere perderla.
![Imagen principal - Arriba, Encarna Castañeda, junto a Rocío Quijada, responsable del Área Social del Hospital de SJD de Sevilla. A la derecha, la residente Rosario Gutiérrez, una religiosa salesiana, junto al hermano Guillermo García, superior de la Orden de San Juan de Dios en Sevilla](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/12/30/sanjuandedios-residencia-encarna-U81558664034zxF-758x470@abc.jpg)
![Imagen secundaria 1 - Arriba, Encarna Castañeda, junto a Rocío Quijada, responsable del Área Social del Hospital de SJD de Sevilla. A la derecha, la residente Rosario Gutiérrez, una religiosa salesiana, junto al hermano Guillermo García, superior de la Orden de San Juan de Dios en Sevilla](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/12/30/sanjuandedios-residencia-encarna1-U10761233655Ffd-464x329@abc.jpg)
![Imagen secundaria 2 - Arriba, Encarna Castañeda, junto a Rocío Quijada, responsable del Área Social del Hospital de SJD de Sevilla. A la derecha, la residente Rosario Gutiérrez, una religiosa salesiana, junto al hermano Guillermo García, superior de la Orden de San Juan de Dios en Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/12/30/sanjuandedios-residencia-rosario-U46781510148Oqf-278x329@abc.jpg)
Los trámites para terminar un expediente de dependencia y la adjudicación de una plaza suelen tardar entre dos años y dos años y medio, un tiempo que en casos como el de Encarna, sin familiares que pudieran cuidarla ni autonomía para vivir por su cuenta, puede resultar letal. «Creo que si San Juan de Dios no me hubiera acogido en esa unidad de Respiro, me habría tirado por la ventana. He llorado mucho pensando en qué pasaría conmigo«, cuenta. »En los casos de hospitalización como el de Encarna -explica Rocío Quijada-, esos expedientes se aceleran y pueden durar ocho o nueve meses, pero es un tiempo excesivo para una persona que ya no necesita una atención médica continua y ha de permanecer aislada en una habitación de un hospital, sin poder salir ni entrar y con unas normas muy estrictas. Viviendo en una habitación de un hospital apenas podía hablar con nadie, mientras que de una residencia tiene más libertad y compañeros con los que hablar«.
![Imagen - «Estimamos que en España hay unos 90.000 mayores como Encarna que no pueden volver a su casa tras el alta hospitalaria. Y muchos no disponen de una plaza en una residencia»](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2023/12/30/hermano-guillermp-garcia-U80786053567Pvw-170x170@abc.jpg)
«Estimamos que en España hay unos 90.000 mayores como Encarna que no pueden volver a su casa tras el alta hospitalaria. Y muchos no disponen de una plaza en una residencia»
Hermano Guillermo García
Superior de la Orden de San Juan de Dios en Sevilla
Un hospital no es un sitio adecuado para vivir y la unidad de Respiro del Hospital de San Juan de Dios es una solución provisional de la que pudo hacer uso Encarna a la espera de una plaza fija en una residencia de mayores. Su caso no ha sido el único. «Estimamos que en España hay unos 90.000 mayores como Encarna, que no pueden volver a su casa tras el alta hospitalaria. En esa situación tenemos a más de un 60 por ciento de los pacientes mayores que ingresamos en nuestro hospital» cuenta el hermano Guillermo. Muchas de esas 90.000 personas de las que habla el superior de San Juan de Dios en Sevilla no tienen ningún sitio a donde ir y por esa razón la Orden abrió la unidad de Respiro Familiar.
Soledad no deseada e injusticia
La soledad no deseada y la incapacidad de valerse por sí mismo a causa de lesiones o enfermedades es muy dolorosa y es lo que hace a muchos mayores sentirse de sobra en este mundo. «Es muy injusto porque ellos con su trabajo nos sacaron adelante a los que hemos llegado después y nos han permitido hacer nuestras vidas gracias a su enorme generosidad«, recuerda el superior de SJD Sevilla.
Encarna dice que «esta residencia es muy acogedora« y que en ella se siente como en casa. Ha hecho amigas aunque le gusta salir sola a las 12 a la calle a dar una vuelta. Esta Navidad cantan villancicos, comen jamón y beben cerveza (sin alcohol). Y reciben visitas, los que pueden. Muchos residentes y trabajadores aún recuerdan la pandemia, cuando estuvieron prohibidas las visitas para preservar la salud de los residentes y la alegría dejó paso casi de la noche a la mañana a la tristeza. Y ahí es donde entran Chema y su equipo de voluntarios. El hermano Chema Montserrat es el coordinador de Voluntariado de la Residencia y del Hospital SJD de Sevilla y ha conseguido involucrar a empresas y hermandades para que ayuden a que todos esos residentes que no reciben visitas (porque no tienen familiares, no pueden venir a verlos, o no quieren), noten menos su ausencia. «Junto con los psicólogos, terapeutas y trabajadores sociales, el hermano Chema creó actividades de todo tipo para evitar esa soledad de las personas mayores», cuenta Rocío Quijada.
Dice Encarna que ella «siempre está deseando hablar» y el truco de Chema y sus voluntarios está precisamente en la escucha, en enterarse de las necesidades del otro, en tratar de conocerlo por dentro, el mismo truco que usan los buenos periodistas para hacer sus reportajes o entrevistas. «El voluntariado cumple esa necesidad de los residentes de ser escuchado y acogido. La escucha con calidad es la actividad más importante que se puede hacer en una residencia, aparte de la alimentación, el cuidado general, la higiene o la gimnasia de nuestros residentes«, dice el hermano Guillermo.
La escucha
No se puede escuchar de cualquier manera, sino con dignidad. Y para eso hace falta formación en los voluntarios, de lo que se encargan los profesionales de la Orden de San Juan de Dios, fieles a su lema histórico de «calidad y calidez». Se crea un vínculo afectivo entre los voluntarios y los residentes, que vienen casi todas las semanas a la residencia a escucharlos y hacer con ellos distintas actividades, entre ellas, un taller de manicura. Les pintan y les arreglan las uñas y les hacen sentirse a gusto de nuevo con sus manos o con sus pies.
Otra, hace pocos meses, fue ir a ver una ópera al Teatro Maestranza. «Había residentes que nunca habían visto una ópera y el voluntariado de la Caixa nos ayudó con el traslado al teatro. Cuando volvíamos hacia las doce de la noche, pasamos por la Plaza del Salvador con todos los bares abiertos y un residente nos dijo que por qué no nos quedamos aquí un ratito. Estaba todo lleno de gente pero como los residentes son conocidos en el barrio por los paseítos que dan por allí casi a diario les hicieron hueco entre varias mesas. Muchos empezaron a hablar con extranjeros y con algunos sevillanos y estuvimos hasta las 1 de la mañana«, cuenta el hermano Chema.
«Los mayores sois la caña»
De esa experiencia surgió el lema «Los mayores sois la caña». Y una campaña de SJD con esta pregunta: «¿Por qué no te puedes ir de cañas con un abuelo?» Y son muchos los universitarios sevillanos que están por la labor de hacerlo y llevarse a un «abuelo» de cañas cada uno o dos meses, «A los residentes que quieran salir, claro», dice el coordinador del voluntariado de SJD en Sevilla.
Encarna es una de las que se apunta a las cañas con jóvenes y es probable que acabará siendo como otra abuela para alguno de ellos. «Estoy muy bien en esta residencia y de aquí no me mueve nadie hasta que Dios me lleve«, dice.
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