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Marc, desde uno de los miradores del convento ABC

A. Cabeza

Barcelona

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Una de las experiencias más especiales de todo viaje es la de hospedarse en alojamientos únicos. Lo típico es alojarse en un típico hotel, camping o piso turístico pero lo cierto es que hay multitud de planes. ¿Quién no ha soñado con dormir en una villa sobre el Mar en Maldivas o en pasar una noche durmiendo en una haima en pleno desierto?

Estos son solo dos ejemplos de los planes alternativos pero hay mucho más. Ahora Marc, el protagonista del portal @ruteandoconmarco, acaba de explicar una reciente experiencia similar. Él es un influencer especializado en viajes que muestra siempre escapadas y rutas que intentan ir más allá de las guías de viaje. Hacerlo de manera independiente, sin tours y en transporte público, son sus condiciones.

Precisamente con este objetivo acaba de visitar hace unas semanas Moldavia. Como él mismo recuerda, es uno de los países menos visitados de Europa y se adentró especialmente en sus zonas más rurales, en el noroeste del país. Marc encontró varios monasterios ortodoxos por el camino y los monjes de uno de ellos, conocido como Saharna, le invitaron a pasar la noche allí. Ahora lo ha contado y su vídeo ha empezado a virarlizarse.

«Me siento algo nervioso...»

El vistoso monasterio, como explica el aventurero en un vídeo en su cuenta de Youtube, estaba en el municipio de Rezina pero a unos siete kilómetros del centro de la ciudad y perdido entre las montañas. Llegó allí en bus y andando y ya desde dentro del recinto empezó a explicar su experiencia de 24 horas.

«Hemos conseguido entrar en el monasterio de Saharna y nos han dado de comer una sopa con fideos, legumbres, una empanada con pescado y muchísimo pan», desvela Marc, mostrando los platillos y dejando entrever también una especie de salón comedor plagado de cortinas. «Me siento algo nervioso porque nunca antes había hecho un peregrinaje en un monasterio», remarca.

«Me puse a explorar los alrededores del lugar, ya que a las cuatro tendría que asistir a la misa diaria», continúa explicando su aventura. En ese paseo, como se ve, Marc se encontró con paisajes verdes y frondosos pero también puentes de madera y una preciosa poza con un gran salto de agua. Además pudo contemplar los distintos edificios del monasterio, que resaltan por su estilo y colores ortodoxos.

Después de comer uno de los monjes «me acompañó a lo que sería mi habitación». Se llegaba a las habitaciones por un patio de plantas y su habitación contaba con un sofá cama y una zona con una pequeña cocina y baño. Marc acudió a la misa, que muestra brevemente algún momento de la ceremonia religiosa, que explica que suele durar tres horas y que era íntegra en rumano. Se quedó impactado por las túnicas negras, las decoraciones y el respeto hacia sus símbolos.

«A las 8 nos ofrecieron cenar a todas las personas que habíamos asistido a la misa y a las 9 ya todo el mundo estaba en sus habitaciones», continuó su día Marc. Comieron lo mismo que al mediodía. «La cena fue un poco rara», confiesa él, puesto que estuvo con monjes y devotos que no pararon de hablar y tampoco entendió todo.

Esa hora temprana tiene que ver con el resto del horario que sigue la comunidad y es que, como añade Marc, «aquí empiezan la jornada a las 5.30 de la mañana. Así que toca descansar». A la mañana siguiente se despertó temprano, pero sobre las 7.30 (cuando los monjes ya estaban en la misa) disfrutó de nuevo del entorno y pudo desayunar, de nuevo, con los monjes. Después se despidió del padre Bartolomé, que le había acogido, y abandonó el monasterio.

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