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De 'Los Soprano' a 'El Pingüino': ¿no era eso, jugar?

«Gotham, claro, se parece a Nueva York, o mejor, a Nueva Jersey. Es una ciudad pobre, sucia, peligrosa y mal iluminada, un poco como Madrid según algunas descripciones»

Porno social

'Los Soprano' cumple veinticinco años y en HBO (bueno, en Max) han hecho dos cosas: hablar con David Chase para montar un documental ('Wise Guy') y estrenar 'El Pingüino', una serie que sobre el papel continúa la trama de 'The Batman' y que en ... la pantalla viene a ser una nueva apuesta por la mafia, además de un buen motivo para seguir pagando la suscripción.

Oz Cobbs, el protagonista, es una suerte de Tony Soprano soltero y cojo, en una evolución muy de este siglo con problemas de reproducción. Tiene, como él, una madre vieja, insoportable y casi demente que lo machaca, y gasta un gusto más cotidiano que refinado por la prostitución. Ambos comen de la misma manera, a la manera estadounidense: en esto los criminales y los policías no se diferencian demasiado. A veces, 'Los Soprano' parecía una apuesta por ver cuánta mala vida puede aguantar un corazón. La respuesta es que el cuerpo tolera mejor el mal que la grasa, por eso hay más gimnasios que iglesias.

Colin Farrell interpreta a Oz Cobbs, pero está tan deformado que dan ganas de pedirle el DNI (tiene gracia esto de coger a un rostro famoso para hacerlo irreconocible). Al personaje lo vemos lo suficientemente cerca para ver su cutrez, pero a la vez se le intuye una ambición y una capacidad para hacerse grande y oscuro y redondo. No te lo imaginas casado, pero sí mandando y abriendo un nuevo club de alterne, más grande y más hortera. Tiene un traje morado, a juego con su coche.

Gotham, claro, se parece a Nueva York, o mejor, a Nueva Jersey. Es una ciudad pobre, sucia, peligrosa y mal iluminada, un poco como Madrid según las descripciones del periódico global.

Hay un momento al final del primer capítulo en el que, después de entregar un cadáver como mensaje, Oz se sienta con su discípulo a tomarse un batido de sabores. Y le dice: «¿A que lo mejor es mezclarlos todos?». De pronto asoma el niño que fue en alguna de sus cicatrices, y quizás ese niño sigue jugando en ese mundo en el que el Estado no existe y cada uno inventa su ley. ¿No era eso, jugar? Por ahí se cuela el chiste.

—¿Qué diferencia hay entre la Mafia y el Gobierno?

—...

—Que uno de los dos sí está organizado.

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