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Televidente

'Poquita fe' y mucha vidita

«'Poquita fe' recuerda a aquello de Pedro Mairal: "Si no podés con la vida, probá con la vidita"»

En ocasiones veo nazis

Raúl Cimas y Esperanza Pedreño en 'Poquita fe'
Bruno Pardo Porto

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Ya por el título, tan de julio electoral, tan de cerveza con sudor (eso es el verano en Madrid, una cuestión de supervivencia), 'Poquita fe' (en Movistar) tiene medio cielo ganado. Recuerda a aquello de Pedro Mairal: «Si no podés con la vida, probá con la vidita». La vidita es lo manejable, lo chiquitín, el ukelele en lugar de la guitarra, la lista de la compra en vez de la gran novela americana. Vidita es lo que tenemos todos, una existencia humilde y ridícula, insignificante, tostadas de pan de molde, tickets descuento, con suerte tranquilidad y unas semanitas de playa, y Vida, así a lo grueso, es lo que tuvo Picasso. Su biógrafo, John Richardson, murió antes de poder contarla entera, en una metáfora precisa de su objeto de estudio: era tan grande que se lo comió, no cabía ni en cuatro tomos. Y hay gente a la que la biografía de Tinder se le queda larga. Y son de la misma especie. Luego, por cierto, está la vidilla, que se enciende igual que un cigarro y nos confunde tanto como la noche, bendita sea. Pero esto también se apaga y es otra historia.

En la vidita la gente se llama José Ramón, Berta, protagonistas los dos de 'Poquita fe'. Raúl Cimas es él, un hombre que trabaja de segurata y no tiene más pretensión que aprovechar los descuentos del chino y veranear en Almuñécar. «¿Otra cerveza?», le suelta ella en la piscina, con esa leve modulación del tono que puede matar a un marido despistado. «Tengo que empezar a desconectar», se justifica el susodicho, rapidísimo. Los dramas de la serie son esos: un día no dejan de cagarte las palomas o te quedas encerrado en el ascensor o el banco no te da veinte mil euros porque sí o a tu padre le da un infarto o a tu novia le suben las transaminasas o tus suegros te regalan mantecados. Llega un momento en el que Berta (Esperanza Pedreño) se pregunta si su vida solo va a ser ese páramo de aburrimiento, si no debería ser más interesante, salir más de casa. Ahí empiezan los problemas, porque cuando te planteas eso puedes acabar en Tailandia, o peor, arreglando el mundo. Barbarie o barbarie. En fin, que la serie de Pepón Montero y Juan Maidagán es una risa, y ese es su mensaje: perdida la fe, aunque no del todo, nos queda el humor. Es decir, la vidita. Que no es gran cosa pero es nuestra.

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