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La ventana indiscreta

El encanto de los perdedores conquista las series

No hay victoria sin derrota y, desde los márgenes, una legión de fracasados impone su ley en series como ‘The Mandalorian’ o ‘Succession’

Los hermanos Roy de 'Succession'
Lucía M. Cabanelas

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El éxito está sobrevalorado. O al menos es anticlimático, soso, plano... Diez años de derrotas necesitó Ulises, un héroe clásico, para resultar convincente como personaje literario. A otros, en cambio, les basta con encadenar un par de traspiés seguidos para encontrar en el cielo los sinsabores del barro. La metáfora es la misma: para ganar, si es que hay victoria posible, hay que perder primero. No hay héroe creíble si no ha caído previamente derrotado.

Travis Bickle en 'Taxi driver'

El Travis Bickle de Robert de Niro perdería su razón de ser si solo condujera un taxi. En sus retorcidos impulsos, en sus traumas y obsesiones, encuentra el veterano de la cresta gasolina, un acicate. Y también la salvación, aunque salve a otros y deje un bonito cadáver. Si el Tom Doniphon de John Wayne no renunciara a su Hallie, ni Ransom Stoddard contaría la verdad sobre quién mató a Liberty Valance ni se enfrentaría a su propio fraude; tampoco entonces tendrían sentido un filete en el suelo o habría lírica alguna en las espinas de un cactus. En su fracaso está el triunfo de todas las contradicciones: cuando la leyenda se convierte en hecho, imprime la leyenda.

En literatura lo promovió El Quijote; en el cine, Ford lo convirtió en un arte. Pero, en un paso lógico, han sido las series las que han terminado por encontrar la gloria definitiva en la ausencia de victoria, en los fracasados. El interés no está en ganar, en los individuos maniqueos, sino en los que sufren y sangran. En los que se aburren y viven, como los espectadores detrás de la pantalla. Porque, al final, empatizar con este tipo de personajes es lo más cercano y realista, lo más humano.

Los perdedores afilan su espada con delfines dignos de las grandes batallas. Pero no encabezan ejércitos, se esconden en la retaguardia. Muerden el polvo, se deleitan en sus vicios, se revuelven, en fin, contra los arquetipos ortodoxos de la ficción. Lo contaba en una entrevista con ABC Jon Favreau (‘The Mandalorian’) , artífice de uno de los espadachines de ese ejército de renglones torcidos que pelea por hacerse hueco desde los márgenes. La propia estructura de las series sirve de estímulo a esta premisa, porque, en una historia de muchos capítulos, si empiezas con un personaje perfecto ya no hay recorrido; se limita el desarrollo, la posibilidad de explorar el origen de sus cicatrices.

Paddy Maine en 'Los hombres del S.A.S.'

En el catálogo del ‘streaming’ hay héroes atípicos a patadas. Desde el destructivo Jimmy McNulty de ‘The Wire’ al corrompido enfermo de ‘Breaking Bad’ . Personajes con matices, con aristas, que invitan a la reflexión, que cuestionan principios y plantean dilemas morales. Los militares rebeldes de ‘Los hombres del S.A.S’ ; el príncipe destronado de Jon Nieve (‘Juego de tronos’), que muere traicionado y ama clavando un puñal por la espalda. El asesino metido a actor de comedia de ‘Barry’ o la shakespeariana lucha por el poder de la familia de ‘Succession’ , en la que, aun cuando un Roy gana, el resto pierde. No solo los hombres triunfan por abajo. También las mujeres escurren el éxito, como la sargento Catherine Cawood de ‘Happy Valley’. Sin todos ellos, las tramas serían planas.

La perfección limita; el caos, sin embargo, nutre la imaginación. No hay nada peor que cohibir a un personaje; que, por pura corrección, por miedo a las sensiblerías, James Bond se convierta en alguien intachable. Porque en el encanto de los perdedores hay algo romántico. La arruga siempre es bella.

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